Cecilia Sánchez, filósofa: "Vamos a tener que aprender a vivir de una manera más frágil"
Como individuos, como sociedades y como especie humana, el COVID-19 nos ha puesto en jaque. Además de enrostrarnos nuestra vulnerabilidad y la del sistema, ese microorganismo y el drama humano que ha provocado en muchos países han dejado en el aire una batería de interrogantes y preguntas difíciles de responder. Nuestra cotidianidad ha sido bruscamente alterada. De repente tenemos que incorporar nuevos hábitos y desaprender otros, en una sacudida de duración indefinida y consecuencias aún impredecibles.
¿Estamos preparados para enfrentar semanas de encierro e incertidumbre? ¿Cómo nos cambiará la pandemia a nivel global? ¿Cómo se reacomodarán los estados para enfrentar la etapa de la postpandemia? Sobre estos y otros temas que ha gatillado la crisis global del coronavirus conversamos con la doctora en Filosofía Cecilia Sánchez, directora de la licenciatura de Filosofía de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC) y profesora del Magíster de Género y Cultura en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
-Además de una crisis sanitaria, ¿estamos ante una crisis del modelo o del sistema?
-Yo la entiendo como una crisis de la episteme, palabra que usa Foucault que tiene que ver con vigilar, estabilizar e identificar, con una cierta lógica que supuestamente asegura la normalidad. Sobre todo, que asegura la productividad y que vive de un aceleramiento programado. A cualquier interrupción de este proceso se le denomina crisis. Pensando en crisis, me acordé de Nietzsche que dice que los seres humanos, como animales coginitivos, somos irrelevantes en la medida en que todo conocimiento es una ficción, una mentira colectiva, y que nos da una fantasía de objetividad porque nos estamos olvidando del tejido débil de nuestra existencia.
-Tan débil como un microorganismo existente desde los tiempos más remotos que ha remecido a todo el planeta. Gobernantes de todo el mundo hablan de un "enemigo al que derrotar", "de estar en guerra".
-La metáfora de la guerra contra el virus da cuenta de nuestra fragilidad y de que nuestra condición es la lucha, tenemos que estar permanentemente luchando para sobrevivir. Tenemos que recordar que siempre ser humano significa perder algo, incluso perder la vida. Vivimos en la incertidumbre, aunque las sociedades –a nivel colectivo– nos enseñan a vivir de certidumbres.
-¿Nos falta educación entonces en la incertidumbre?
-Yo soy crítica con la educación que tenemos. En América Latina también incorporamos aspectos de lo que fue el modelo griego, que consistía en buscar el equilibrio y todo lo que se movía o genera desequilibrio era mal visto. En la actualidad, buscamos la estabilidad mediante todo tipo de recursos: encuestas, proyecciones de futuro, fórmulas… Todo para evitar aceptar que vivimos en un mundo confuso. Tenemos que acostumbrarnos a vivir en condiciones no normales. Tenemos que aprender a vivir en el desorden. El mercado nos entrega modelos de seguridad, pero –en verdad– nuestra vida no está asegurada y nosotros no nos permitimos pensar en esta inseguridad. Las ciencias sociales hablan de la gente vulnerable, como si todos no fuéramos vulnerables: cualquiera puede tener una condición que ni siquiera conoce. No nos permitimos pensar en lo incierto. Se nos acercan bastantes crisis y la excepcionalidad se va a ir agudizando, empezando por la crisis ecológica. De hecho, en el caso ecológico, actuar al límite puede ser demasiado tarde. Pensamos que eso fue lo que pasó en épocas paleontológicas, con los dinosaurios, y nos parece imposible que eso nos pueda tocar, pero perfectamente podemos desaparecer de la faz de la tierra. Así de vulnerables somos.
-Esta crisis ha puesto por primera vez el cuidado de las personas en el centro de nuestras vidas. Como si el pulso entre el mundo productivo y el de los cuidados se haya llevado al extremo. Eso lo planteaban ya muchas feministas que nos hablaban de la crisis de los cuidados. ¿Este contexto nos llevará a revalorizar esto?
-Históricamente, el cuidado se ha esencializado en las mujeres, que combinan afectividad y cuidado. Los cuidados son improductivos (y reproductivos). Toman más tiempo que el tiempo productivo y no son pagados (a diferencia del tiempo productivo) porque se los considera una actividad completamente inferior, privada. El feminismo pone en crisis lo público y lo privado. Hoy todo lo privado es político. En este contexto, aparece el Estado cuidándonos. Después de vivir bajo un modelo tajantemente neoliberal, como el chileno, el Estado aparece ahora postergando ciertas cuestiones de la propiedad privada e interviniendo directamente. El cuidado ahora se ha vuelto una necesidad global, relacionada con el hecho de tener que estar en la casa. Lo productivo se tendrá que replantear, pero no sé a costa de qué.
-Hay otro gran debate que ha abierto esta crisis: ¿saldremos de esto con democracias más fuertes y cooperantes o más débiles y controladoras (que normalicen los estados de excepción, la militarización)?
-Ahora la gente quiere y exige estar confinada. En Chile, desde el Colegio Médico para abajo piden estar en cuarentena total. Ese control absoluto del Estado para proteger la vida lo había criticado Foucault. Los cuidados pueden tener estas características peligrosas. El modelo asiático no es democrático y es tremendamente cognitivo, de control absoluto, biopolítico, y como dice el filósofo sudcoreano Byung-Chul Han es del control del Big Data y vamos hacia una sociedad mucho más controlada.
En Chile, tenemos señales de que estamos en un período post-estallido. Lo vemos, por ejemplo, con la Mesa Social de Salud, integrada por personas de la sociedad civil y que ha ampliado la participación más allá de las autoridades. Ya no es solo el Estado el que toma las decisiones.
-Hablando de Chile, probablemente esta crisis va a tener repercusión en las movilizaciones, cuando se retomen. La epidemia dejará a mucha gente desempleada, sin capacidad de poder llegar a fin de mes. Habrá gente más empobrecida que antes que exigirá unos mínimos en los derechos básicos.
-Lo esperanzador es que en Chile ya no aceptamos modelos autoritarios. El problema es que las demandas de la sociedad civil no sé si serán satisfechas. Por ejemplo, en la universidad estamos implementando un sistema de teleducación y los alumnos y alumnas me mandaron una carta diciendo que no todos tienen las condiciones para este tipo de educación. [...] El neoliberalismo ha demostrado que ha mentido con nuestro recursos. Con esta crisis hemos visto que el Estado podía crecer más de lo que suponíamos. Con esta nueva ciudadanía, vamos a tener que hacernos responsables de cuánto podemos pedir y hasta dónde podemos llegar. Creo que a partir de ahora el debate va a ser de más calidad. Vamos a tener que saber pedir y aprender a vivir de una manera más frágil, pero discutiéndola. Antes vivíamos esta misma fragilidad, porque el modelo neoliberal beneficia a las grandes familias, pero sin poder participar de la discusión porque todo lo discutía el Parlamento.
-¿Qué aprendizajes podremos sacar de todo esto?
-Lo primero, tomar consciencia de que somos vulnerables. Se derrumba ese modelo del hombre independiente y del hombre fuerte. Todos necesitamos cuidados y damos cuidados, no solo las mujeres cuidan: los hombres también cuidan, el Estado cuida, la ciudadanía cuida e incluso el mercado debería cuidar. Vamos a aprender a apreciar el tiempo no productivo. No sé cuanto dure esto, pero va a haber una crisis del pensamiento técnico, inmediatista, ese es el pensamiento que se enseña. Falta aprender a pensar, conectándonos con el mundo, con lo global, pero sin seguir la corriente. Pensar el lugar que habitamos y como nos conectamos con lo comunitario, lo mundial. Vivimos momentos bien abismales, pero para mí este abismo se parece al que vivieron incluso los griegos cuando hablaban de lo trágico. Creo que tenemos que vivir necesariamente en este abismo y asumir que vamos a perder mucho. No es muy esperanzador, pero creo que es bueno esto y tenemos que considerarlo.