“La vida no vale un sueldo”: El COVID 19 en el Chile neoliberal
El COVID 19 ha provocado una urgencia sanitaria a escala global. Y a lo largo del orden mundial, el sistema capitalista ha mostrado la fragilidad de su funcionamiento, pues ha develado que su capacidad productiva depende de la vitalidad y salubridad aséptica de sus trabajadores. En todas las regiones del mundo pero particularmente en Chile, la pandemia no solo ha diezmado la actividad laboral, sino que también ha desplomado las bolsas de comercio, así como los fondos de capitalización individual. Allí donde el Coronavirus ha aparecido, ha amenazado con matar a una parte importante de la población, y en su empresa, ha sido implacable en la ejecución de la amenaza. En Chile, un aspecto importante a considerar será el de la calidad del sistema público de salud. Si en términos generales, el 80% de los ciudadanos están afiliados a FONASA y por consiguiente, su vida depende de las instituciones hospitalarias, el 20% de la población restante, se atenderá bajo la administración de seguros privados. Esta desigualdad clínica y biomédica en la atención de salud, será un factor de riesgo relevante en la gestión gubernamental de la población. Además, la alta prevalencia de pacientes con patologías crónicas, tanto broncopulmonares, así como de comorbilidad física (obesidad, diabetes, hipertensión, afecciones cardiovasculares, inmunodeprimidos, entre otros) impactarán negativamente en el porcentaje de mortalidad, particularmente aquellos sectores de mayor longevidad del país.
Transcurridos cinco meses desde el estallido social, me parece importante pensar en los efectos de esta crisis, pues la aparición del COVID 19 nos enfrenta a un problema de bioeconomía. La aparición de un virus moderno de alta transmisibilidad, no tan solo ha destruido los mercados, sino que los ha hecho cada vez más dependientes de la ayuda estatal. Y en la medida que el Coronavirus no posea tratamiento farmacológico ni inmunización, lo que se arriesgará en todo momento será la vida de la población. No se trata de entender la vida como un concepto antagónico al desarrollo del capitalismo, pero sí se requiere comprender que el capitalismo depende del continuum biológico de la vida humana. El lema emergente en diversos malls de Santiago que afirman “La vida,-mi vida-, no vale un sueldo!” adquirió durante esta semana, la fisonomía de un grito de resistencia al neoliberalismo.
Hablo de neoliberalismo porque lo que se ha impuesto en Chile, es la primacía de la dogmática ortodoxa económica de la libertad por sobre la vida de los trabajadores. En mi opinión, la vida de los productores directos no puede quedar subordinada física o vitalmente al poder. Precisamente desde el siglo XVIII, la vida humana como objeto de la política se ha llevado incesantemente hacia el vivir y no hacia el morir.
En la actualidad, mantener al trabajador sometido a su puesto de trabajo, no es tan solo una demostración de poderío de la clase dominante, sino que también es una forma de llevarlo hacia la muerte. Y ello, es una cuestión que debiera irritar tanto a los trabajadores, sus familias, así como a los estudiantes e intelectuales.
En este sentido, la principal política a implementar es la de asegurar la vida y el continuum biológico de la población. Ya desde antaño se sabe que para ello, se debe controlar, segmentar y confinar al sujeto para hacerlo vivir. En ello, no hay ninguna novedad. Pero insisto, más allá de las críticas a la confinación como política, me ha interesado aquí, insistir en el valor de la defensa irrestricta de la población. Como diría Foucault, frente a los gobiernos los derechos humanos.