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Mujeres jóvenes rurales: Una agenda ausente

Mujeres jóvenes rurales: Una agenda ausente

Por: Tatiana Aguirre y Daniela Castillo | 10.03.2020
De acuerdo a la edición 2015 del Informe Latinoamericano de Rimisp, el alto índice de trabajo doméstico no remunerado dificulta a las mujeres rurales alcanzar su autonomía económica. Además, aunque en algunos territorios las mujeres registran un mayor nivel educativo que los hombres, ellos siguen teniendo mayor participación laboral y mayores ingresos.

En este mes de efervescencia feminista, es importante visibilizar aquellas situaciones de desventaja y vulnerabilidad que enfrentan las mujeres jóvenes rurales en América Latina. Tal como evidencia el Informe Latinoamericano de Pobreza y Desigualdad 2019 de Rimisp - Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural –próximo a publicarse– si las mujeres se encuentran en una situación de desventaja relativa respecto de los hombres, las jóvenes rurales lo están todavía más, ya sea respecto de los hombres rurales, como de sus pares adultas y urbanas.

¿Por qué ponemos el foco en las jóvenes? Porque en el tránsito a la adultez se consolida la división sexual del trabajo y los roles de género, siendo esta una etapa determinante en la inclusión económica de las mujeres.

De acuerdo a la edición 2015 del Informe Latinoamericano de Rimisp, el alto índice de trabajo doméstico no remunerado dificulta a las mujeres rurales alcanzar su autonomía económica. Además, aunque en algunos territorios las mujeres registran un mayor nivel educativo que los hombres, ellos siguen teniendo mayor participación laboral y mayores ingresos.

De esta forma, al ser mujer, joven, indígena o afrodescendiente y, además, vivir en zonas rurales de América Latina, se superponen una serie de desigualdades, que las condena a una injusta falta de oportunidades. En dichos territorios, ellas presentan menos años de escolaridad, son madres a más temprana edad, cuentan con menos acceso a la salud y viven situaciones de violencia, incluida la violencia sexual.

Pero eso no es todo. En los espacios de toma de decisiones su participación suele ser limitada, sus ingresos son más bajos y se desempeñan, principalmente, en trabajos informales o no remunerados.

Para avanzar en el bienestar de las jóvenes rurales, las políticas y programas deben considerar todas las características individuales de estas mujeres, que directa e indirectamente inciden en su autonomía económica: su nivel educativo, su posibilidad de acceso a la salud (sexual y reproductiva), y su nivel de participación social y política.

Sin embargo, las intervenciones públicas suelen ser sectoriales y descuidan las múltiples identidades de las jóvenes rurales y los desafíos que eso conlleva. Asimismo, tampoco incorporan estrategias para transformar las dinámicas del territorio donde ellas habitan, como las normas o patrones culturales que representan barreras para su inclusión económica efectiva.

Si las políticas públicas consideraran estas características individuales y las dinámicas territoriales, las jóvenes rurales –con mayor nivel educativo, capacidad para innovar y conectarse–podrían ser protagonistas de un desarrollo inclusivo de sus territorios. Por ahora, esto sigue siendo un desafío crítico y pendiente. Sigue siendo una agenda ausente.