Del voto universal a la Constitución Feminista: las mujeres chilenas a la vanguardia

Del voto universal a la Constitución Feminista: las mujeres chilenas a la vanguardia

Por: Elisa Montesinos | 05.03.2020
Nuestro trabajo y nuestro tozudo empeño rompe otra vez los límites y obliga a abrir puertas, a hacer el juego más inclusivo, a profundizar en los conceptos democráticos. Este 4 de marzo de 2020 la paridad es aprobada en el Congreso para que la nueva constitución chilena, que reemplazará al esperpento ilegítimo instaurado por la dictadura militar, sea pensada y redactada paritariamente. Nunca un país ha hecho ese ejercicio y son las mujeres chilenas las que han conseguido ese logro para el mundo.

En 1877 se modificó la ley que limitaba nuestro ingreso a la universidad. En esa vida que teníamos entonces, en esos cuerpos que habitamos, estábamos confinadas al espacio privado del hogar, restringiéndose nuestro futuro al de ser amantes esposas y abnegadas madres. Pero la ley se dictó reconociéndonos un derecho que, según los legisladores de esa época, naturalmente poseemos: instruirnos para instruir a nuestros hijos. Dicho así, imponiendo ese particular objetivo, la ley sonaba como un permiso social para salir de la casa y tener acceso a los saberes sin levantar suspicacias, sin que nadie nos mirara con reproche. Si duda la aprobación de esa ley fue un pequeño gran avance en nuestra larga lista de retrasados logros. Así doña Eloísa Díaz fue la primera de nosotras en graduarse de bachiller en Filosofía y Humanidades en la Universidad de Chile, para titularse de médico en 1887. Y así mismo doña Elena Caffarena entró, a comienzos de los años veinte, a estudiar Derecho.

Doña Elena fue la primera en vincularse a la Federación de Estudiantes, y más tarde, en 1941, junto a la abogada Flor Heredia presentó un proyecto de ley que proponía nuestra plena ciudadanía política con la posibilidad de votar y de ser elegidas en todas las elecciones. El proyecto no logró ser aprobado a pesar de contar con las firmas de los senadores de los más variados sectores políticos. Pero en esa vida que tuvimos, en esos cuerpos que habitamos, no nos quedamos tranquilas. La presión de nuestras organizaciones creció y creció, y luego de casi diez años esperando en el Congreso, el 8 de enero de 1949 se firmó el proyecto de ley que nos concedió derechos políticos plenos, en un acto público celebrado por el terrorífico presidente Gabriel González Videla. Doña Elena Caffarena no fue invitada al acto. Ninguna de las miles de nosotras que trabajamos dos décadas por el voto femenino fuimos invitadas. Celebramos cada una en nuestras casas, discretamente, con nuestros hijos y maridos. Podíamos estudiar, ahora podíamos votar, pero seguíamos confinadas, como siempre, al espacio privado del hogar, restringidas a nuestro rol de abnegadas madres y amantes esposas.

​Tomando la experiencia de esa vida, de esos cuerpos que alguna vez habitamos, hoy seguimos intentando que nuestra insuficiente democracia vaya un poco más allá. Nuestro trabajo y nuestro tozudo empeño rompe otra vez los límites y obliga a abrir puertas, a hacer el juego más inclusivo, a profundizar en los conceptos democráticos. Este 4 de marzo de 2020 la paridad es aprobada en el Congreso para que la nueva constitución chilena, que reemplazará al esperpento ilegítimo instaurado por la dictadura militar, sea pensada y redactada paritariamente. Nunca un país ha hecho ese ejercicio y son las mujeres chilenas las que han conseguido ese logro para el mundo. Recibiendo la herencia de nuestras sufragistas, continuamos el trabajo conscientes de que este paso no es suficiente. Un proceso constituyente debiera desarrollarse sin las vulneraciones a los derechos humanos que estamos sufriendo y con la toma de responsabilidad política y legal de los responsables de los atropellos. Un proceso constituyente debiera desarrollarse en un clima de verdad, justicia y reparación. Con un debate inclusivo, con la presencia de los pueblos originarios, con la presencia de representantes de todos los territorios y de todas las diversidades. Con una definitiva y real vinculación a la ciudadanía. Un proceso constituyente debiera realizarse en clave feminista, guiado por el deseo transformador de acabar con la precariedad que gobierna nuestras vidas.

​Tal como lo hizo doña Elena Caffarena, hoy celebramos discretamente. Entendemos la importancia de este paso, pero intuimos que a la luz de la historia puede ser sólo un pequeño gran avance en nuestra larga lista de retrasados logros. Nos queda mucho por trabajar. Y en estas vidas que hoy habitamos, en estos cuerpos que hoy somos, ya estamos inventando nuevas maneras de ir más allá, de echar abajo límites más poderosos. Nuestras cabezas pensantes están redactando lo que nuestras urgentes plumas van a escribir: la Constitución Feminista que Chile necesita.