Habla en exclusiva Nicolás Ríos: Las irregularidades en el caso del joven detenido en el cerro Santa Lucía
Nicolás se pasea con un cigarrillo en la mano. Exhala una bocanada de humo y observa como las plantas se agitan por una suave brisa que remece el jardín. Un detalle sencillo que ilumina el rostro de su madre que comienza a abrazarlo, mientras su padre atesora el momento en silencio. Es el canto invisible de la libertad. O eso parece.
Hasta hace unos días atrás Nicolás Ríos era considerado un “peligro para la sociedad” y se encontraba en prisión preventiva en la cárcel Santiago 1. El pasado martes 25 de febrero, el juez Daniel Urrutia, determinó que la medida era desproporcionada y decretó el cambio de medida cautelar por arresto domiciliario nocturno tras 45 días en prisión.
Ahora, sentado en el comedor y con un mate en las manos, el joven de 20 años hablará por primera vez sobre lo qué pasó aquella noche, su estadía en la cárcel, y la incertidumbre sobre un eventual retorno a prisión.
Son casi las diez de la noche. Ya está oscuro y se viene otra larga jornada nocturna. Las noches han sido demasiado largas para Nicolás Ríos.
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Nicolás Alberto Ríos Verdugo nació el 19 de mayo de 1999 en Santiago. Es el menor de tres hermanos y desde pequeño mostró un profundo interés por la naturaleza. De carácter pacífico, sensible y soñador, fue considerado en su infancia como un niño hiperquinético, conducta que fue apaciguando con los años. Su círculo de amigos es muy reducido, pues no confía tan fácilmente en las personas.
–Me doy con alguien cuando sé quien es–, dice.
Nicolás asistió a la Escuela Comunitaria de Lo Espejo donde practicó defensa personal y su enseñanza media la finalizó en el Colegio Latinoamericano de Integración. Luego de rendir la PSU, entró a estudiar geografía a la Universidad de Playa Ancha. Se fue a vivir a Valparaíso con su hermano Camilo, quien estudió en la misma ciudad. Durante los meses que vivió en el puerto, se hizo grandes amigos. A propósito de un paro estudiantil, volvió a la casa de sus padres.
–Aún no me cierran el semestre, así que sigo en primer año– dice Nicolás sobre el paro.
El 18 de octubre lo pilló en Santiago. “Nunca me lo espere, porque el chileno está acostumbrado a poner la otra mejilla y aceptar la injusticia. Me alegró mucho cuando pasó. No imaginé que pasaría”, explica, sorbiendo mate, con un tono de voz suave y pausado.
Su madre le ofrece un panqueque vegetariano, pero lo rechaza. Prefiere que no lo interrumpan.
Desde el inicio del estallido social y hasta el 10 de enero, Nicolás asistió a algunas manifestaciones y marchas en Plaza de la Dignidad. Admite que fue un proceso violento y que como sociedad nos acostumbramos a eso. “Sobre todo adentro, en la cárcel, yo pensaba que un paco atropella a una persona con el zorrillo y tiene firma mensual. Y uno por protestar, lo dejan más de un mes preso”, reflexiona.
Faltan pocos minutos para las 10 de la noche.
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El viernes 10 de enero, Nicolás se levantó, cocinó y en la tarde le pidió a su sobrino que lo acompañara a comprarse ropa. Luego regresaron a casa y tomó su bicicleta para dirigirse al centro de Santiago para una nueva manifestación.
–Estaba con un amigo, que también cayó. Pasamos a una botillería, compramos una cerveza, y de ahí fuimos al cerro (Santa Lucía). Estábamos conversando, y llega Manuel Gutiérrez (carabinero)– relata Ríos.
El joven describe al policía como un hombre sin pelo y musculoso. Cuenta que le pide un encendedor, simula prender un cigarrillo, se sienta al lado de ellos y al instante lo agarra del cuello bruscamente. “Me dijo OS9 conchetumadre, sin mostrar placas ni nada. Estaban vestidos de civil como se ve en el video. Corrí un par de metros y se me tiraron tres tipos encima. Me patearon en el suelo y me subieron a la camioneta”, cuenta.
En ese instante, una mujer comenzó a grabar la escena desde un auto, pidiéndole a Nicolás que gritara su nombre. El joven forcejeó con los sujetos, quienes lo tomaron de una pierna, un brazo, y comenzaron a apretarle el cuello. Apenas podía respirar. Su cara estaba ensangrentada y fue subido a la fuerza a una camioneta blanca modelo Fiorino. Su amigo también fue arrestado violentamente e ingresado a otro automóvil.
Nicolás recuerda que lo amenazaron.
–Te vamos a culiar, bájate los pantalones, me decían, y yo me agarraba mis pantalones porque andaba con short. Y les dije no loco qué te pasa. Me pegaban patadas, ya no tan fuertes, y me decían que tenían vídeos. Me dijeron anarquista culiao, eso te pasa por andar tirando weás, ahora te vamos a secar en la cárcel.
El viaje en la camioneta duró alrededor de 15 minutos. El joven llegó a la 33 Comisaría de Ñuñoa y le llamó la atención el trato cordial de los carabineros. Le ofrecieron llamar por teléfono y cigarros. Su madre, Verónica, considera que el contraste fue “perverso” y Nicolás asegura que lo hicieron para sacarle información.
Recién ahí le explicaron el motivo de su detención. Luego le pidieron que firmara unos papeles, entre ellos un documento de identificación de las pertenencias incautadas. Se rehusó a hacerlo. Se sentía inseguro. No tenía abogado y apenas entendía el proceso judicial. “El carabinero de la oficina me decía: firma weón”, recuerda.
Pasada la medianoche, llegó a la comisaría Verónica, su madre, y su hermana mayor, Victoria, quien reside en Uruguay, pero cada verano regresa Chile. Verónica recibió una llamada de una compañera del trabajo, Aurora, y le comentó que habían dos jóvenes secuestrados en la 33 comisaría. A los minutos su amiga le envía el vídeo que circulaba en redes sociales sobre la detención de Nicolás. Ahí se percató que se trataba de su hijo.
–Yo en un comienzo me imaginé que lo detuvieron por estar en la marcha y que lo iban a dejar en libertad. Pero cuando veo su cara golpeada, llena de angustia, no entendía nada, estaba en shock. Me decía que no quería que lo violaran, que lo torturaran– relata su madre.
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Nicolás fue acusado de atentado explosivo o incendiario en una querella presentada por la Intendencia Metropolitana. El sábado 11 de enero fue su control de detención. La jueza del caso, Karen Atala, le negó la entrada a la sala de audiencia a sus padres, Verónica y Camilo, quienes afirman que llegaron a la hora correspondiente pero fue imposible ingresar.
El Desconcierto tuvo acceso a los audios de la audiencia de Nicolás Ríos. En uno de ellos, el fiscal Cristián Meneses lee el testimonio de Pablo Cabezas Venegas, funcionario de Carabineros, quien relata que visualizó a Nicolás portando un artefacto incendiario –tipo bomba molotov– que habría arrojado a un carro lanzagases. Cabezas da cuenta que grabó al joven, primero, luego lo siguió y finalmente lo detuvo en las faldas del cerro Santa Lucía.
En el momento de la formalización, Lorenzo Morales, abogado defensor de Ríos, acusó que la detención era ilegal, debido a que el joven fue ingresado a la fuerza por cinco personas de civil a un vehículo marca Fiorino. La jueza, Karen Atala, estimó que la detención se ajustaba a derecho y que Nicolás representaba un peligro para la sociedad, pese a no tener antecedentes penales previos.
–Yo incluso pedí la palabra para defenderme, pero la jueza me obligó a guardar silencio. Ella observó un vídeo en un computador, pero se veía borroso, y tampoco le permitió a mi abogado mostrar el video de mi detención, aduciendo que sólo verá pruebas– relata Nicolás.
La jueza finalmente decretó prisión preventiva y su abogado le informa al joven que arriesga tres año y un día de cárcel. Ese mismo día Nicolás Ríos ingresó al módulo 14 de Santiago Uno, el recinto donde han sido derivados la gran mayoría de los detenidos post estallido.
Nicolás llegó a una celda con dos camas, sin luz, que tuvo que compartir con otros tres jóvenes. Los primeros días fueron complicados, reconoce, pues tuvo que adaptarse a las reglas de la prisión y sobre todo a las comidas. “Yo consumo pescado y cuando nos daban carne, se las repartía a mis compañeros. Generé un lazo de amistad con ellos. Tenía algunos que estaban por incendio, saqueo, pero los que estábamos por porte y lanzamiento, nos brindamos un apoyo importante entre nosotros”, explica Nicolás.
Cinco días después de su detención, durante la primera visita, pudo recién retomar el contacto con su familia. “Nosotros tratamos de vernos bien, para apoyarlo”, dice Camilo, su padre. Verónica recuerda que Nicolás le pedía que regara la huerta que cultivaba afuera de su ventana. Cada vez que su madre lo hacía, en las tardes, pensaba en que pronto podrían comer juntos. Nunca perdió la esperanza de que su hijo saliera pronto de prisión.
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Lorenzo Morales, abogado defensor de Nicolás Ríos, cuenta que el vídeo presentado por Carabineros dura apenas unos segundos y que ni siquiera se observa bien quién es. El Desconcierto accedió a las imágenes del fotograma, en la que se aprecia una persona que viste pitillos, casco, mientras porta un objeto incendiario en una de sus manos. Está de espalda por lo que su rostro no se puede apreciar con exactitud. Según la defensa, Nicolás fue detenido vistiendo short, rebatiendo la versión oficial del Ministerio Público. La fiscalía, además, asegura que la persona mide alrededor de 1.65 de estatura y Ríos mide 1.70, explica Morales.
Otro dato que maneja la defensa es que las manos de Nicolás, mientras estaba en la comisaría, fueron periciadas por el Laboratorio de Criminalística (Labocar), con el propósito de encontrar restos de hidrocarburos. Los resultados de este peritaje fueron negativos.
Durante el arresto, participaron cinco funcionarios del OS9, pero hasta la fecha solo tienen las identidades de tres sujetos: Pablo Cabezas, Manuel Gutiérrez y Juan Eduardo Ortega. La defensa aún está a la espera de los nombres de todos los que participaron de la detención.
Otra irregularidad, según Nicolás, ocurrió durante la constatación de lesiones: “Me llevan a un consultorio, me hacen esperar esposado en un vehículo de civil, no de carabineros, otro diferente al que me metieron primero y los que me llevan eran otras personas de civil, no los mismos que me detuvieron”, relata Nicolás.
Según el Recurso de Apelación presentado por la defensa de Ríos, un teniente de nombre Pablo Cabezas, quien habría sido el que filmó las imágenes, lo habría hecho sin la autorización que establece el artículo 226 bis del Código Procesal Penal. En el documento al que tuvo acceso El Desconcierto, también menciona que la detención fue desproporcionada, que los funcionarios ocultaban sus placas institucionales y que nunca le informaron al joven las causas de su detención, lo que es exigido en el artículo 94 del Código Procesal Penal.
–No pensé que sería tan complicado el terreno judicial. Íbamos bien preparados y nos encontramos con esta pared que fue la juez Atala (...) Solo hay una fuente de corroboración, incluso el informe Labocar salió negativo. Él debería estar en libertad– afirma el abogado.
El pasado martes 25 de febrero, en el Séptimo Juzgado de Garantía de Santiago, el juez Daniel Urrutia, determinó que la medida cautelar hacia Nicolás era desproporcionada, que su detención fue irregular, y que concedió la modificación de la cautelar a arresto domiciliario nocturno, previo pago de una fianza de 800 mil pesos. “Ese día iba con tan buena energía, con tanta fe –recuerda Verónica– que sabía que iba a salir todo bien. Hice pulseritas rojas para repartirlas, para que todo saliera bien y así fue”.
Nicolás está feliz de volver a casa, admite que tiene sentimientos encontrados y que fue difícil despedirse de sus compañeros, a quienes hoy considera amigos. “Cuando iba caminando por el pasillo, todos se iban despidiendo, y yo me iba”, recuerda.
En la cárcel sus compañeros le enseñaron a tocar guitarra. Sus padres dicen que lo notan cambiado, más grande. Cuentan que están felices de que haya regresado, que vuelva a regar su huerta y que empiece a entonar melodías con su guitarra. Pero todavía hay algo que los inquieta y que hace que la felicidad de tenerlo en casa no sea completa: este lunes dos de marzo se revisará nuevamente la medida cautelar, luego de una apelación presentada por la Intendencia.
Nicolás Ríos puede volver a la cárcel, dejar de regar su jardín y abandonar esta libertad a medias. Una libertad que disfruta, por el momento, pero que amenaza con ser demasiado pasajera.