Moreira, ¿desde cuándo que el arte urbano es sinónimo de violencia?

Moreira, ¿desde cuándo que el arte urbano es sinónimo de violencia?

Por: Elisa Montesinos | 19.02.2020
Los cuadernos Colón donde aparecía el trabajo del grafitero Fisek fueron retirados del mercado, y en un nuevo episodio de desconocimiento del arte urbano, su potencia y significado, hoy las paredes del Centro Cultural GAM amanecieron pintadas de rojo borrando a brochazos intervenciones urbanas y parte del Museo de la Dignidad. La gente espontáneamente ha vuelto a intervenir las paredes del lugar.

Es en el contexto urbano donde los muros se vuelven un medio de comunicación democratizante y permiten que estalle el lenguaje creativo de artistas anónimos y firmas conocidas, tomándose el derecho de hacer suya la ciudad. El mismo GAM emitió una declaración donde denuncian que la fachada del centro cultural “amaneció intervenida con pintura en calle Alameda, borrando toda expresión artística callejera. Esta intervención no fue autorizada ni gestionada por GAM”. La dinámica no es nueva: borrar expresiones que tienen fuerte carga política y social, y que en momentos como los que vive Chile se multiplican con murales, graffitis, esténciles, serigrafías, collages, firmas en colores o tags, y otras expresiones que vuelven la calle un espacio de todos, para la reflexión, la contemplación y la expresión popular.

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El arte callejero latinoamericano ha sido reconocido desde hace un tiempo como líder en el mundo y Chile figura constantemente en panorámicas de muralismo y graffiti de América Latina y otros continentes. En The New York Times del 7 de julio de 2009, Hervé Chandès, director de la Fundación Cartier de Arte Contemporáneo en París, afirmó que las dos capitales mundiales más importantes del graffiti eran Sao Paulo y Santiago de Chile. El graffiti tiene en estos países mayor resonancia que en cualquier otro lugar, en gran parte debido a que los fuertes movimientos de protesta (pixação en Brasil, brigadas muralistas políticas en Chile), vieron en los muros el soporte natural para renunciar las respectivas dictaduras”, afirma el historiador de arte británico Rod Palmer en el libro Arte callejero en Chile, publicado en español el 2011 por Ocho Libros y recientemente reeditado por la misma editorial. 

[caption id="attachment_344469" align="alignnone" width="484"] @museodeladignidad Por: Fab Ciraolo[/caption]

El  libro da cuenta de un gran borrón de murales e intervenciones en la ribera del río Mapocho el 2011, por obra de la Municipalidad de Santiago. El mismo año comenzaba el proyecto más grande de  muralismo chileno, el Museo a Cielo Abierto de San Miguel, que hoy cuenta con más de 50 murales pintados en los frontis de un conjunto de edificios destinados a desaparecer. El arte salvó al barrio, y hoy es un punto de atracción turística en un lugar periférico, destacado incluso por la revista National Geographic Traveler. La corporación cultural Mixart con apoyo del muralista Mono González ha logrado atraer a los más destacados artistas nacionales para que pinten murales, también extranjeros que pasan por el país, conseguir los permisos y las pinturas, y apoyos de fondos concursables para renovar los murales más antiguos. La importancia de este proyecto ha sido destacada hasta por la misma ministra de cultura de Piñera.

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Entre la marca y la pared

“Al poner en los murales imágenes que se relacionan con ciertas temáticas… el barrio se va acostumbrando y preguntando por esas imágenes, haciéndolas parte de su vida. Y en muchos casos, si esas imágenes hablan de temáticas que resaltan valores a los que se quiere llegar o cuestionan las situaciones injustas de la cotidianidad, el habitante toma más valor para enfrentarlo al ver esa imagen reflejada en el muro, porque así esa situación pasa a ser parte de una conciencia colectiva y no de un problema personal”, dice el artista Charqui Punk en el libro Paredes pintadas de América Latina (Ocho Libros, 2017). Su obra también es parte del Museo a Cielo Abierto de San Miguel.

[caption id="attachment_344467" align="alignnone" width="484"] @museodeladignidad Por: @palomarodriguez.cl[/caption]

Francisco Maltés, “Koshayuyo”, es otro artista que ha pintado en el Museo a Cielo Abierto, y es de los que cree que el trabajo mural debe tener un sentido. Junto a su colectivo Causa trabaja en escuelas de barrios periféricos para pintar muros que representen las preocupaciones de la comunidad. Hace unos años trabajaron con un grupo de padres de Lo Prado un mural que habla de la paternidad activa y la igualdad de género desde el punto de vista masculino. “El mural hace salir a toda la gente a compartir, se conocen vecinos, llegan a ver a preguntar y se sienten sorprendidos de que los inviten a pintar. En Chile el nivel de los artistas, ya no solo muralistas, sino también graffiteros, es gigantesco y está en el ranking número dos en Latinoamérica. La mayoría de los artistas se mueve en constantes encuentros. Hay locos que solo pintan con un fundamento político como 12 Brillos que son pura autogestión y un referente del graffiti mural chileno. Hay otros como Diego “Zewok”, el que hizo el retrato de Alexis Sánchez en Plaza Italia, que trabajan solo con marcas”, dice Kosha, como lo llama el resto de los muralistas, y nombra también a las chicas del dúo Están Pintando que han trabajado con las marcas Benetton y Foster.

[caption id="attachment_344473" align="alignnone" width="483"] @museodeladignidad Por:@serigrafiainstantanea[/caption]

El artista italiano Blu, uno de los más destacados del mundo, participó el 2013 en el festival Hecho en Casa y pintó en la ribera del río Mapocho un mural cuestionando el rol de las mineras en Chile. Según relatan, posteriormente no fue incluido en la difusión del festival. La relación entre el arte callejero y las marcas es complejo, por eso varios prefieren mantenerse al margen de ellas. “En el festival La Puerta del Sur estamos en la postura de no trabajar con platas de empresas privadas —dice Ian Pierce, “Ekeko”, uno de los artistas organizadores de las primeras tres ediciones del evento—. Creo que es simplemente por una cuestión de no vender lo que hacemos a los intereses de las marcas, que nunca dan puntada sin hilo”. el 2015, Blu hizo lo propio en su natal Génova al borrar él mismo los murales que había hecho durante 20 años en su ciudad natal, Bolonia, como una forma de protestar contra la utilización del arte urbano por una firma bancaria en una gran exhibición en su ciudad. 

Desde el 2007, Ocho Libros ha venido dando cuenta de estas expresiones en una línea de arte urbano con títulos como Puño y letra; Un grito en la pared; Tinta, papel e ingenio; No rayes; Inti (dedicado a la obra del muralista Inti Castro); Pintura callejera chilena; y Murallas del Cono Sur, además de los ya mencionados. Hojear sus páginas o recorrer las calles del barrio Yungay, la ribera del río Mapocho, la villa San Miguel con sus fachadas pintadas, o cualquier punto de Santiago y principales ciudades desde el estallido, es encontrar un sinfín de manifestaciones que acompañan las demandas, preocupaciones y sueños del ciudadano de a pie.