Mario Desbordes, el carabinero que a veces se viste de político
Mario Desbordes fue por varios y largos días algo así como un héroe para ciertas personas del llamado progresismo. Era el tipo de derecha con conciencia de clase; el excarabinero que sabía qué significaba vivir con bajas pensiones, debido a que su familia, a diferencia de las de la mayoría de los integrantes de su sector, era de estrato medio bajo y sufría en carne propia lo que otros teorizaban desde la tecnocracia.
Cuando alineó a algunas fuerzas para aprobar la paridad de género en una eventual convención constituyente, Desbordes fue aplaudido por cierta izquierda, mientras que desde parte de Chile Vamos lo miraban detenidamente, con desconfianza, como si tuvieran a un infiltrado en sus filas ya no solo por su color de piel, sino también por sus ideas. Esto lo hizo ser un personaje controversial, pero interesante; complejo, pero amable para los que dicen levantar las ideas de avanzada.
Sin embargo, lo que no se tenía en cuenta era la visión gremial con que el diputado miraba la cuestionada institución policial de los hombres de verde. Debido a que, al igual que en materia social, Desbordes “sabía cómo funcionaba” Carabineros, es que muchos callaban ante sus ciegas declaraciones. Incluso, algunos lo justificaban diciendo que eran naturales porque había sido parte de esa “familia” policial. Pero no. No debieran serlo. ¿Por qué? Porque quien aspira a asumir ciertos roles en política, independientemente del lugar ideológico al que pertenezca, no debe taparse los ojos por sus memorias de juventud, menos cuando quienes son parte de ese lugar “entrañable” para su memoria, o su presente emocional, están violando los derechos humanos.
Cuando se le habla directamente de esto último, con un tono entre enérgico y blando, el presidente de Renovación Nacional dice que hay mucho cansancio, mucho carabinero sobrepasado, pero nada señala respecto al discurso bajo el que están en la calle más empoderados que nunca atentando en contra del Estado de Derecho que debieran resguardar. Y así, repentinamente, el hombre supuestamente liberal y moderno le da paso al funcionarillo de comisaría, ese que no razona y solo tiene respuestas que lo dejen satisfecho con su labor supuestamente patriota.
En esos temas la reflexión política no tiene cabida en su cabeza, ya que pareciera que hay solo una manera de reaccionar; una sola manera de afrontar lo que pasa en las ciudades de Chile. Y por esta misma falta de raciocinio es que el parlamentario prefirió entregarse de brazos abiertos a lo que decían quienes fueran sus compañeros de armas; razón por la que terminó, casi al mismo nivel de un José Antonio Kast del que intenta alejarse, viendo conspiraciones y llegando a conclusiones bastante extrañas y poco comprobables, como que había manifestantes que eran pagados para estar en las calles. Para él no había otra prueba que la palabra de sus amigotes, esos con los que se debe juntar a rememorar aquellos años de servicio en los que sentían estar dándole seguridad y bienestar a los ciudadanos chilenos.
Las características que distinguen a este personaje son las mismas que lo limitan para encabezar, si es que eso pretende, una nueva derecha menos obsesionada con sus caprichos ideológicos. El hecho de que conozca ciertos lugares y haya sido parte de estos, lo convierte, en algunos casos, en algo así como un “derechista con sensibilidad popular”; pero también un eterno carabinero que, antes de cualquier cuestionamiento, se remite a escuchar primero a “los suyos”. El haber estado en la calle con uniforme verde, lo predispone a todo lo que se diga en torno a quienes hoy merecen ser intervenidos y reformados. Y eso vale tenerlo en cuenta antes de embobarse con frases y acciones vistosas.