Chadwick, el falso mártir
Ahí estaba Andrés Chadwick, sentado observando la votación de la acusación constitucional en su contra. Miraba a los senadores con cara de tristeza y como si estuviera orgulloso de una gestión política que no debería enorgullecer a nadie. Parecía estar frente a una gran injusticia, tratando de decir con su mirada que era un mártir de la “mala política”, de la revancha mezquina.
Con ministros hablando con los ojos llorosos, el gobierno nos contaba que ese era un día “negro para la democracia”, para el país entero, repasando la trayectoria del exministro, exdiputado y exsenador, como si fuera evidencia suficiente de que se había cometido un error democrático al acusarlo, al llevarlo ante el Congreso. Era un espectáculo que ofendía la inteligencia ciudadana, pero muy propio de una administración y un sector que no tiene en sus prioridades reconocer sus errores y sus horrores.
Pero eso no es todo, ya que en algunas intervenciones, unas realmente vergonzosas, senadores de derecha condenaron el voto de José Miguel Insulza, recordándole que el primo de Piñera lo había ayudado cuando el ahora integrante del Senado era titular de Interior de Ricardo Lagos. Fue una manera nada de discreta de sacarle en cara los favorcitos políticos frente a todos, lo que nos sirvió para acordarnos que para algunos no se trataba de analizar la responsabilidad política del eterno militante político de la UDI en las atrocidades que hemos visto en las calles, sino de cuán amigo se era o no de él. De cuán agradecido se estaba con esas imposiciones vestidas de “acuerdos”.
Era un show bastante patético en el que se trataba de enaltecer la figura de quien estaba convencido de que sus supuestas intenciones debían hacernos olvidar sus acciones y omisiones; una especie de ritual democrático en el que se hablaba bastante de democracia, pero se ocultaban, una y otra vez, los atentados a esta de parte del gobierno. Es decir, era otra muestra más de lo convencidos que están ciertos personajes de que nunca han hecho algo malo, ni incumplido sus labores al mando de la nación, aunque repitan en sus discursos que asumen todo tipo de responsabilidades.
Y es que eso hizo Chadwick cuando estuvo en La Moneda: hablar sobre reconocer, pero nunca, jamás reconocer algo. Todo se trató, en cambio, de negar, de culpar al resto, de ver conspiraciones en otros lados para que no nos centráramos en lo esencial, que fue su pésima y macabra gestión como segunda autoridad del gobierno.
El “último coronel”, como le llamaron algunos medios, creyó que con la voz entrecortada y con una gran cantidad de gestos y palabras dulzonas, como también con su tono blando, olvidaríamos cómo empoderó a Carabineros sin hacer valer su autoridad sobre la institución, dándole carta blanca por el solo hecho de ser la llamada a mantener el orden público. Estuvo convencido de que haber sido parte de los llamados “diálogos democráticos” de la transición, lo exculparía de haber convertido al Estado de Chile, desde el primer día, en una gran comisaría.
Por lo expuesto es que parece sumamente relevante entender qué es lo que debe hacer el encargado del Ministerio del Interior en un Estado de Derecho; urge tomar en cuenta que, independiente de las frases vistosas y los gestos visiblemente republicanos, para tratar crisis de la magnitud de la que hemos vivido en estos ya casi dos meses, lo que se requiere, ante todo, es saber en qué consiste el manejo responsable y democrático del aparato estatal. Y Chadwick, quien la semana pasada lloró como si fuera mártir de algo, no lo supo, no lo sabe, ni lo sabrá.