La animación japonesa durante el estallido social

La animación japonesa durante el estallido social

Por: Ignacia Salazar | 05.12.2019
Pamela Jiles y Gael Yeomans hablando de Naruto en Twitter, el fenómeno de Baila Pikachú, manifestantes disfrazados de sus personajes favoritos y numerosos carteles con referencias en las marchas, vale la pena hablar de cómo la japoanimación logró hacerse un espacio en el ideario de la revuelta social. Cómo no iba a pasar, de todos modos, si somos el país que más animé consume en Sudamérica. Aquí, eso sí, cabe destacar: no es solo que nos guste el animé en Chile, sino que, para este proceso social, nos hemos apropiado de él.

La palabra “violencia” ha estado en la boca de todos desde el 18 de octubre, llevándose de un lado a otro. Rubilar ha hablado del mundo narco y de las barras bravas como portador de la violencia, insistiendo en la distinción entre manifestante pacífico y violentista, como si establecer esta diferenciación opacara el desmedido actuar represivo por parte de carabineros. En las calles, marchando o en cabildos, se empieza a hablar de la violencia de Estado con apellidos distintos, “objetiva”, “estructural”, “sistemática” entre otros. Definiciones, como nos hemos dado cuenta, bastan y sobran.

Al otro lado de la cordillera, en un contexto distinto, Alberto Fernández afirmó que el animé japonés inyectó la lógica de la violencia. Lo ligó a la “vida de las pandillas”, asociación que aún no aparece en las desafortunadas declaraciones del gobierno chileno. Todo esto al explicar los medios de comunicación como formas de control social en la charla “Cultura, política y capitalismo tardío”, acaecida en noviembre en la UNTREF con la participación de Pepe Mujica, entre otras personalidades de las Ciencias Sociales.

Analizando lo dicho, hay variadas metodologías y disciplinas que buscan entender los productos culturales como portadores de ideologías particulares. Adorno y Horkheimer, intelectuales de la primera escuela de Fráncfort, hablaban ya en 1947 de una industria cultural que impone una moral determinada en sus distintos productos. Como el arte y cultura pasan a ser objeto de consumo, se rigen por las lógicas de mercado y venden lo que la gente busca, generalmente, ofreciendo claves de una subjetividad hegemónica. Así, se crean lógicas e imaginarios convenientes para mantener el status quo, anotaban los alemanes.

Sin embargo, lo que me importa más a mí, personalmente, es la crítica en particular a la animación japonesa, acusando la inyección de violencia en Latinoamérica.

Bulladas han sido sus palabras, llegando a ser compartidas en varias páginas de memes, sumándose a otros chistes recurrentes. Que los otakus (fans de la animación japonesa) no se bañan, chistes que ironizan con un sabor a bullying. Suma y sigue.

La crítica al animé, o a quienes gozan de él, no es cosa nueva, si recordamos el revuelo que generó Sailor Moon en su momento o cuántas veces oímos palabras como las de Fernández en la boca de nuestros padres, el CNTV y opinólogos que creían que la violencia juvenil viene de la animación consumida y no de la abismante desigualdad estructural que vemos en Latinoamérica (o en Chile, donde quienes acumulan capital económico en La Dehesa rotean a sus vecinos).

Con Pamela Jiles y Gael Yeomans hablando de Naruto en Twitter, el fenómeno de Baila Pikachú, manifestantes disfrazados de sus personajes favoritos y numerosos carteles con referencias en las marchas, vale la pena hablar de cómo la japoanimación logró hacerse un espacio en el ideario de la revuelta social. Cómo no iba a pasar, de todos modos, si somos el país que más animé consume en Sudamérica. Aquí, eso sí, cabe destacar: no es solo que nos guste el animé en Chile, sino que, para este proceso social, nos hemos apropiado de él.

Hablo de apropiarnos del animé porque hemos tomado los valores e ideologías que se repiten en las animaciones japonesas más comunes y los hemos trasladado al momento social que atravesamos.

Las historias shonen y shojo (o dirigidas a varones y damas jóvenes, respectivamente) son las que históricamente se han difundido con más bombos y platillos en el mundo. Según Tien-yi Chao, algunos de los valores que portan estos géneros de animación son la fraternidad, la amistad, la pasión, el coraje y el desarrollo personal y colectivo. Varias veces, mezclados con la violencia que el presidente argentino denuncia, en un ánimo, si se quiere, naturalista de narrar una historia fantástica.

Otras veces, la japoanimación cuenta con cierta veneración a lo marcial y un empecinamiento en el desarrollo del yo que raya en el individualismo desmedido con tanto mensaje de “ganarle a todos los demás”. No es coincidencia, al fin y al cabo, que las derechas más cercanas a aquel político rubio con apellido alemán tuvieran tantos memes de difusión con alegorías al animé. Otros ejemplos corresponden a la llamada alt-right ocupando el animé como puente para hablar de políticas conservadoras en foros como 4chan o sus rancios símiles chilenos.

Por eso es que hablo de apropiarnos de estos valores y hacerlos nuestros, traduciéndolos a la realidad del estallido social que vivimos. Hace ocho años, ya se veía cómo el popular Gokú de Dragon Ball era convocado por los y las estudiantes como una bandera de lucha por la educación gratuita, hecho mejor abordado por Francisco Figueroa en su tesis sobre el movimiento estudiantil del 2011.

No solo nos gusta la japoanimación, sino que la llevamos a donde las papas queman.

Varios vídeos circulan con jóvenes vestidos de Akatsukis, los villanos de Naruto que tachaban los símbolos de su aldea natal desencantados con ella, siendo posible la comparación con la desaprobación de alrededor de 80% que recibe Piñera. Otro ejemplo es la cantidad de ilustraciones o carteles relacionados con Sailor Moon, animé históricamente apropiado por el mundo feminista y disidente, simbolizando la importancia que han tenido en el movimiento social los colectivos feministas, a la vez que el mundo entero se remece con Un violador en tu camino de Lastesis.

En particular, me ha llamado la atención el uso de Inosuke, un personaje de la serie del año Kimetsu no Yaiba. El personaje, rudo y salvaje en la serie, ha sido traducido como un “choro”, alguien que ocupa su coraje para dar cara frente a la situación que vivimos. Se le ha dibujado saltando torniquetes, haciendo barricadas, corriendo de los pacos o atacando a Piñera. Hasta Japón llegó la noticia de que se estaba usando al personaje como protagonista de carteles, ilustraciones y disfraces o rayados de la situación sociopolítica actual.

En resumen, nos encontramos ante la victoria más extraña de lo que va de estallido social: politizar nuestro vasto consumo de animé y alejarlo del extremo conservadurismo que lo dominaba con tanta soltura. Es maravilloso que politicemos nuestros gustos -que siempre han sido políticos-, cuando la contingencia nos llama a invitar lo político a cada espacio que habitamos. Ya sea en el territorio, realizando asambleas barriales, o tomando las mejores partes de lo que consumimos, esperemos que lo político (y que todo) en Chile no vuelva a ser igual.