Verónica Schild: “El secreto de la economía chilena es la mano de obra precaria feminizada”
La discusión y reflexión en torno a la desigualdad de género debe estar presente en el marco de las discusiones sobre la Nueva Constitución y la construcción del nuevo Chile. Para entrar en dicho debate se hace necesaria la revisión de cómo el Estado neoliberal se feminizó a partir de la fuerte presencia de la labor femenina, donde las mujeres dieron la “cara social” y cuyo trabajo -precario, mal pagado e invisibilizado- contribuyó a construir la dimensión del “cuidado de la población”, a partir de las agendas, los discursos y las prácticas feministas.
Profesora emérita de la Universidad de Western Ontario (Canadá), Schild visitó Chile como profesora visitante de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica de Valparaíso. Esta conversación se enmarcó en el seminario internacional “Actualidad Política de los Feminismos Latinoamericanos”, que se llevó a cabo en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile y cuya organización estuvo a cargo del Núcleo de Investigación en Género y Sociedad Julieta Kirkwood y el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).
Feminismos, Estado y trabajo popular
En Chile, a partir de los 90 se produce una reestructuración social, cultural y política, donde “el neoliberalismo se transforma en un proyecto de sociedad, de construcción de una sociedad de mercado, donde se instalan la eficiencia y la competencia en la política y se mantiene y perfecciona la transformación de bienes públicos como la educación, la salud, las pensiones, y la seguridad social, así como el agua y otros recursos naturales en bienes de consumo. Entonces, el neoliberalismo deja de ser solamente un proyecto económico y se transforma en uno ético-cultural, en un cómo nos relacionamos con los otros y con nosotros mismos. Son los códigos con lo que operamos hoy”, y los que están haciendo crisis, explica Schild. Bajo este marco de una lógica de competencia generalizada surge como concepto clave el “consumidor” como ente supremo, el que se manifiesta en el mismo vocabulario, incluso de los programas sociales que mantienen la focalización de recursos y se dirigen a “usuarios”. Al respecto, se impone como un lugar común la intencionalidad de que “los programas ‘te ayudan’ pero a salir adelante por tu cuenta. Te dan habilidades para que tú puedas emprender”, puntualiza la académica.
Su investigación detalla que durante el primer período de la Concertación se invitó a los organismos no gubernamentales a participar de la implementación y evaluación de programas como entes de la sociedad civil, entregando nuevas oportunidades laborales a mujeres profesionales, y permitiendo así, la institucionalización de ciertos feminismos, entendidos como prácticas y discursos concretos. Sin embargo, en esta reestructuración se excluyó a un grupo de mujeres compuesto, principalmente, por educadoras y monitoras, en su mayoría de estratos populares, quienes se formaron y funcionaron en distintas organizaciones durante la dictadura. En este nuevo escenario, la licitación de proyectos se “profesionalizó” y tanto las instituciones públicas como privadas comenzaron a exigir “curriculum” a sus ejecutoras de programas, de manera que muchas de ellas que, como destaca Schild, “tenían un recorrido de 10 a 15 años de trabajo en terreno en educación popular y feminista” quedaron marginadas por no tener título universitario o técnico.
Así, esta reestructuración del estado social “generó oportunidades de trabajo y restableció relaciones de poder entre las mujeres, marcadas por su condición de clase y raza”, indica. Ahora bien, en paralelo, la flexibilización laboral a partir de la tercerización del trabajo no se altera, y la invitación de los programas dirigidos a las mujeres a buscar su empoderamiento en el ámbito laboral, abre posibilidades de inserción en el mercado, pero en condiciones de trabajo precarias, mal pagadas o con subcontratos, señala en sus estudios.
Lo más notable es que, tanto en el discurso como en la práctica, los supuestos convencionales de feminidad y mujer dan un giro y, de hecho, dice, “en el discurso público está muy marcada la idea de que las mujeres son más eficientes en sacar a las familias de la pobreza y en ellas los recursos públicos están mejor invertidos”, las políticas sociales comienzan a tener contenido de género y “se logra posicionar a la mujer como sujeto preferente de las políticas focalizadas en Chile”. Dicho lo anterior, en contraposición a otras tesis feministas que acusaban la “masculinización” y “remasculinización” del Estado en los 90, Schild propone entender que el Estado Social neoliberal se feminizó a partir de la fuerte presencia de la labor femenina, donde las mujeres dieron la “cara social” y su trabajo -precario, mal pagado e invisibilizado- contribuyó a construir la dimensión del “cuidado de la población”, a partir de agendas, discursos y prácticas feministas. Esta es una tendencia que se mantiene en el tiempo, y lo ilustra muy bien la declaración reciente de la ANEF que “el Estado social en Chile tiene cara de mujer.”
Sobre el cuidado y el mercado laboral
Para Schild, uno de los conflictos más relevantes que cargan las mujeres, hasta el día de hoy, refiere al cuidado de los/las hijos/as, que “se considera una decisión individual” de la familia. Y agrega: “El Estado ofrece cursos para mejorar habilidades e insertarse en el mercado laboral para que las mujeres puedan salir adelante o, al menos, estar mejor informadas acerca de los programas sociales (…) pero nada de eso resuelve el problema del cuidado de los hijos/as, el cuidado de los mayores. Todas esas tareas que, tradicionalmente, han recaído sobre las mujeres siguen recayendo sobre las mujeres”.
Desde su perspectiva, el Estado debe reconocer que los/las hijos/as son responsabilidad de la sociedad en su conjunto. Mas allá de la distribución desigual de las responsabilidades del cuidado que se ha instalado como tema del debate feminista, esta el problema que no todas enfrentan el problema de cuidado con los mismos recursos. Por ejemplo, el trabajo de cuidado remunerado que en nuestra región sigue siendo una opción laboral para miles de mujeres, ofrece como ha sido históricamente, la opción para ciertos sectores de solventar el tema del cuidado doméstico. Pero, “si tú no tienes los medios, tienes que seguir como siempre: resolviendo el tema del cuidado por tu cuenta”. Entonces, la promesa de empoderamiento económico esta vinculada para la mayoría a opciones laborales precarias y mal remuneradas, y entre ellas, el trabajo de cuidado remunerado esta entre los más precarios de todos. De hecho, para Schild, ese es parte del impacto diferenciado del proyecto neoliberal. Antes que el cuidado se instalará como tema central de un feminismo transnacionalizado, ya había en nuestra región una preocupación feminista por entender esta complejidad del tema en el contexto nuestro. Pienso, por ejemplo, en el trabajo de la feminista brasileña Heleieth Saffioti. Su reflexión sigue siendo valiosísima y habría que recuperarla para entender el tema del cuidado en contextos capitalistas latinoamericanos contemporáneos. Pensando en como se enfrenta el tema más amplio de la responsabilidad por el cuidado en nuestras sociedades capitalistas, y a modo de reflexión, Schild increpa y pregunta: “¿qué pasaría si en un país como este (o cualquier otro) todas las mujeres nos pusiéramos de acuerdo y decidiéramos no tener hijos/as? ¿Entonces, qué pasaría? ¿Es finalmente esta una decisión individual o es un tema social? ¿Tener hijos/as es un motivo de felicidad para una mujer o una pareja, es solamente eso? O bien, ¿son los hijos fundamentales para reproducir la sociedad y la fuerza de trabajo?”.
Desde una perspectiva feminista Schild no niega los logros legales y políticos de un feminismo institucionalizado pero insiste en que es necesario no solo ver los logros sino también los costos, y a partir de eso decir: bueno, en un contexto como el nuestro, en que la mano de obra precaria y barata es lo que caracteriza el mercado laboral, donde las mujeres como grupo hacen los trabajos más precarios y peor pagados, no hay alternativas reales para que la mayoría de las mujeres puedan, efectivamente, ser autónomas (…) Yo no estoy en contra de la autonomía, pero que sea real y no funcional al tipo de mercado que tenemos que genera precariedad (…) el secreto de la economía chilena es la mano de obra precaria feminizada”.
Movimiento social actual
¿Qué lecciones nos ofrece el complejo y contradictorio movimiento feminista de los 80? A modo de aprendizaje, Schild cuenta que durante la dictadura se trató de llegar con “el feminismo” a las organizaciones populares donde, incluso, algunas feministas más radicales y “duras” llegaron a castigar a las mujeres organizadas en poblaciones: “era un feminismo que no se traducía a la realidad de las mujeres organizadas en la población donde estaban trabajando”. Y esa fue una queja fundamental de feministas populares, que no fueron escuchadas ni tomadas en cuenta, y al final, como decía una activista a principios de los 90, fueron otras las que pasaron a ser “las dueñas del género.” Ante malestares parecidos que ya se escuchan en distintos ámbitos feministas, enfatiza en la importancia de no volver a cometer los mismos errores y sobre todo de aprender a escuchar las distintas voces feministas y de dialogar para poder avanzar en demandas representativas. No se trata de repetir el hábito de llegar con nuevas plataformas y propuestas, sino que estas deben articularse tal como se están presentando en las asambleas, ser dialogantes, “tener consultas, escuchar lo que la gente quiere, partir de eso y luego armar una agenda a partir de un intercambio mutuo (…) A mí me preocupa volver a ver generarse un proyecto feminista que no sepa escuchar. En nuestro país y en la región, el proyecto feminista ha estado fuertemente cruzado por el clasismo y también por el racismo: no saber escuchar y no reconocer que existen estas otras trayectorias y experiencias que pueden enriquecer y contribuir a construir alternativas de vida y justicia social”.
Schild destaca que, gracias a la movilización actual, las mujeres volvieron a salir a la calle y a participar de instancias abiertas, como las asambleas. Desde su parecer, lo que ahora importa es recuperar “lo común” como, por ejemplo, municipalizar el agua como lo hizo Inglaterra, o volver a hacer público el sistema de pensiones como lo hizo Argentina. Esta es una lucha donde un proyecto feminista debe estar presente. Debe ser un proyecto construido desde la multiplicidad de voces y demandas de las mujeres, y que urgentemente incluya la dimensión medioambiental como eje critico. “Volver a ganar los bienes públicos, y lo común, y ganarlo en el sentido de ganar espacios de participación ciudadana, colectiva, que es lo que está pidiendo la gente (…) La gente está pidiendo ser parte de algo colectivo, vincularse con otros en procesos de tomas de decisiones, que es un concepto de la democracia participativa que se ha olvidado (…) Este es un proyecto de volver a construir lo político en conjunto”.
Por último, indica que las demandas del movimiento feminista tienen que tener una presencia importante, y hoy mas que nunca no pueden marginarse de luchas mas amplias, “tienen que estar en los espacios, tiene que ser transversal, porque sino se convierten en lo que se llama un grupo de interés más”. Y agrega que: “Hoy en día debemos hacer nuestro un reconocimiento de las grandes injusticias socioambientales que están impactando y dañando la vida de comunidades enteras y de miles de personas que han visto sus modos de vida destruidos. Los costos brutales que recaen en mujeres son innegables. A mi parecer, una lucha feminista en estos momentos críticos de nuestra historia debe ser capaz de enfrentar directamente la severa crisis ecológica que estamos viviendo, y hacer de la dimensión ecológica algo fundamental de su reflexión y su acción”.