Teatro en tiempos de crisis

Teatro en tiempos de crisis

Por: Elisa Montesinos | 29.10.2019
Me hizo sentido cuando Alfredo Castro señaló en una entrevista que todo el teatro debería replantearse al calor de los sucesos, porque el país había cambiado. Las carteleras estaban cancelando funciones, recalendarizando todo. Resultaba insulso y hasta insultante comentar obras de teatro en medio de la mayor crisis social que haya vivido este país en las últimas décadas. Pero creo que en el teatro, como en muchas disciplinas artísticas, se venía anunciando una revolución con ese poder metafórico de anticipar la realidad que posee el arte.

El sábado 12 de octubre fui al GAM a ver Excesos, con la actuación de Alfredo Castro. La obra se basa en el libro homónimo del escritor Mauricio Wacquez, un autor de culto, tan desconocido como importante para la literatura chilena por su aporte a la apertura de las perspectivas de género, un precursor de lo que llegaría a ser Pedro Lemebel como emblema de las letras homosexuales. Ese día me encontré sentada al lado mío a la destacada colega periodista y crítica teatral Marietta Santi, quien me invitó a ver otro montaje también unipersonal, Ana Kareniña, una peculiar versión de la antiheorína rusa de Tolstoi, interpretada por Claudia Vergara en el Museo Artequin. 

Mi intención era ir a ver Sumar, obra que se presentaba en el Teatro de Bolsillo del barrio Barrio Concha y Toro, adaptación de la novela homónima de la escritora y Premio Nacional de Literatura, Diamela Eltit. Pero ante la invitación de Marietta Santi, opté por ir a ver Ana Kareniña el jueves 17 de octubre, el día que comenzó esta verdadera revolución que hoy vivimos. 

El viernes 18 tenía otra invitación. Intenté llegar a la sala de teatro Finis Terrae para ver La apariencia de la burguesía, obra dirigida por Aliocha de la Sotta que revisita a otro autor ruso canónico, Máximo Gorki, reescrito y adaptado al Chile actual por Luis Barrales. Por supuesto, no me fue posible llegar a la función, el país ya ardía entonces, el caos se había desatado, Chile había despertado.

Por eso me hizo sentido cuando el viernes 25 de octubre Alfredo Castro señaló en una entrevista que todo el teatro debería replantearse al calor de los sucesos, porque el país había cambiado. Las carteleras estaban cancelando funciones, recalendarizando todo. Resultaba insulso y hasta insultante comentar obras de teatro en medio de la mayor crisis social que haya vivido este país en las últimas décadas. Pero creo que en el teatro, como en muchas disciplinas artísticas, se venía anunciando una revolución con ese poder metafórico de anticipar la realidad que posee el arte. Y me referiré entonces tangencial y brevemente a las 4 obras mencionadas.

Si la Ana Karenina de Tolstoi se mueve en tren del San Petersburgo de su marido e hijo a la Moscú de su amante, la versión adaptada al chilensis por Guillermo Jorge Alfonso, la propone desplazándose en tren de Santiago a Buenos Aires. Esta Ana Kareniña se mueve entre el Obelisco y el Transantiago, en medio de estudiantes llamando a la evasión en el tren subterráneo y en medio de una revolución feminista, de Estación Central a Retiro. Es una Ana Kareniña despojada de toda culpa, empoderada, irresoluta e irredimible, que se arroja a la pasión sin miedo al qué dirán, pues ha vivido toda la vida el castigo de ser hija de María Magdalena. Es más fuerte que todas las demás, aunque le duela o mueva a risa, su grito es un grito de guerra.

[caption id="attachment_321060" align="alignnone" width="3150"] Ana Kareniña[/caption]

Esa metáfora del país que vivimos actualmente, un país fuera de control y que duele en su salto a la deriva, también está en alguna medida en el militar que se trasviste en Excesos, de la mano de Cristian Plana. Cómo convivimos con nosotros mismos, cómo convive consigo un homosexual que no puede salir del clóset, que tiene miedo porque salir del clóset mata, que tiene miedo de salir del clóset porque no sabe en realidad cómo hacerlo, porque la negación de su yo femenino es tal que sublimarla en el trasvestismo no le basta, porque hay un cuerpo reprimido, oprimido y torturado que es el costo de ese callejón sin salida. Como el cuerpo de Chile.

No vi Sumar de Diamela Eltit  en la versión de la compañía La Indiscreta en Teatro de Bolsillo; tampoco he visto La apariencia de la burguesía de Luis Barrales basada en una pieza de Máximo Gorki. Pero ambos son textos y autores que he leído y conozco bien. Y no podrían ser igualmente mejor leídas que como vaticinio.

Sumar es una novela en la que mujeres vendedoras ambulantes marchan a la moneda (así, con minúsculas) en protesta, pero sin mucha conducción o sentido. Cito al colega Sebastián Reyes en este mismo medio: “La escritura de Sumar modifica las convenciones de la novela con su carnaval de protesta que, a nivel literal, es fallida (no parecen llegar a ninguna parte, lograr ningún objetivo), pero que, figurativa o simbólicamente, es desafiante”. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.

Por su parte, La apariencia de la burguesía se basa en la obra teatral Los pequeños burgueses, de M. Gorki (1868-1936). El original soviético, escrito en 1901, se ambienta en una sociedad a punto de estallar en medio de profundos cambios a nivel de las relaciones sociales, es la Rusia previa a la Revolución de 1918, allí una familia de la burguesía moscovita se enfrenta a esos cambios, vividos como conflicto generacional entre padres e hijos y como debate entre las pulsiones que tienden, por un lado, a la mantención de la comodidad del statu quo y el legítimo aferrarse al mundo conocido; y por otro, aquellas que emergen como necesidad de transformarlo todo y subvertir ese orden establecido, el irreductible deseo de un mundo mejor. 

Tras la marcha más grande de Chile, el sábado 26 de octubre, pensé que quizá volveríamos a una relativa normalidad, se anunció un cambio de gabinete y se suspendió el toque de queda. Pensé en algunas obras para ver este fin de semana largo. Pero hoy es lunes 28 de octubre y la realidad de una ciudad nuevamente incendiada por el descontento de la población, posterga el deseo de los de que claman por el retorno a la normalidad. Las salas de teatro seguirán muy probablemente cerradas y la cartelera se mantiene en suspenso. Quizás haya que esperar que el tiempo del fuego pase para volver a asistir a una función de teatro. El Rey está desnudo y ya los niños lo dijeron fuerte y claro, pero el Rey se sigue paseando.