Desde Plaza Italia a Puente Alto: Un paseo nocturno en medio del último toque de queda
Marta quería ver el desorden en la periferia. Desde su hotel en Providencia podía constatar todos los días el caos en Santiago centro. Lo que no sabía era de lo que pasaba en Puente Alto, en Maipú, en Pudahuel. Le llegaban noticias, como cuando se robaron un bus del Transantiago y lo incrustaron en una multitienda del retail; o de los que murieron a manos del dueño de un negocio pequeño que, temiendo un saqueo, disparó. Eso, de alguna forma, quería conocer: el olvido de las fuerzas de orden público en el lugar de los olvidados.
El toque de queda había empezado. Era la última noche antes de que el Presidente Sebastián Piñera impusiera una normalidad falsa y decidiera dejar de quitarnos el libre tránsito. Marta quería pasar por Plaza Italia. Lo que vimos allí bien podían ser los vestigios de un meteorito: piedras, fuego, humo y cenizas; y también a los militares que a esa hora pateaban las mismas piedras que antes patearon los manifestantes.
Le expliqué que Vicuña Mackenna podía representar a toda la ciudad: partía en el punto cero de las manifestaciones y a medida que bajábamos, podíamos ver otros niveles de descontento. Habían buses y camiones quemados, barricadas, grupos resistiendo el toque con una pelota, unos parlantes y cervezas, con ollas, sartenes y cucharas; estaban los que hacían dedo porque las micros ya no pasaban y el Metro funciona peor que a medias. Así que decidimos subir a un par.
Eran dos: Cristián y Edgardo. Habían llegado temprano a Plaza Italia. Cristián es poeta. Nos contó que con el colectivo de poetas de La Chascona habían decidido resistir haciendo lo suyo frente a la Biblioteca Nacional. Todos los días, desde el sábado 19, se juntaban a las 14:00 a leer en voz alta todo lo que produjeran y que tuviera que ver o reflejara lo que estaba pasando. No buscaban trascender; querían ser un medio de algo más grande. Edgardo trabajaba como supervisor en el Metro. Nos contó que era difícil trabajar en las condiciones actuales, que lo violentaba almorzar con los militares y sus fusiles sobre la mesa, al lado de los platos de comida. Coincidían en que estaba todo mal y que había que cambiar la Constitución. Cuando le preguntamos a Cristián qué había leído en la tarde, no se demoró en recitarnos:
Había espacio para alguien más. Avanzamos lento, viendo las ruinas de las estaciones. Subió Johanna. Venía de la Villa Frei, en Ñuñoa. Había participado de una jornada de lectura tipo cuenta cuentos. Ollas comunes, niños a los que había que tratar de explicarles qué era esa guerra a la que se había referido el Presidente. Tenía poco pelo. Le quedaban solo dos sesiones de la quimioterapia que tuvo que realizarse por el cáncer de mamas que la atacó. Lo suyo, como profesora diferencial, iba más por la justicia hacia los educadores: esos años de trabajo en salas de clases que se traducen en pensiones-miseria, con poco reconocimiento estatal, contra el interés por los números azules en la asistencia más que porque los niños sepan leer. También sabía que el problema era la Constitución, que era eso lo que había que cambiar.
Los dejamos a todos en distintos puntos de Vicuña. Pasamos también por la estación Elisa Correa. Las imágenes eran de una belleza aterradora: no quedaban torniquetes ni oficinas funcionales. El acceso a los andenes estaba liberado. El sonido de los pasos al caminar se confundía con vidrios rotos. Cuando salimos, un auto blanco con dos impactos en el parabrisa y tres carabineros arriba se acercó y nos preguntó qué hacíamos. Después nos apuraron el camino.
También nos acercamos a grupos de personas con chalecos amarillos afuera de condominios. Tenían miedo de los saqueos, pese a que el del que sabían había sido a un supermercado, nunca a una casa. Estaban a favor de las protestas, pero no tanto de la forma, aunque aseguraban que si no hubiese sido así, con incendios, piedras, balas y muertos, no los habrían escuchado.
En Plaza Puente Alto, en las cortinas de lo que había sido una sucursal de una Administradora de Fondos de Pensiones (AFP), se leía: "Por la razón o la fuerza".
Por la razón
o la fuerza.