Evasión masiva, una rebeldía de consumidores
La llamada “evasión masiva” del metro, impulsada por alumnos del Instituto Nacional y apoyada por otros jóvenes de otras instituciones educacionales, ha sido tal vez uno de los grandes temas de esta semana. No han faltado quienes la han calificado como una alteración el orden público, como tampoco los que ven en ella algo así como una rebelión popular. No hay intermedios, solo opiniones que se enfrentan y no analizan por qué sucede esto, ni cuáles son los posibles resultados de algo así.
Lo cierto es que puede tener algo de ambas cosas: es verdad que altera la cotidianidad de parte de la ciudad de Santiago, pero también lo es que quienes realizaron esta acción lo hicieron en nombre de una rebeldía en contra del alza de precios del servicio, aunque no toque directamente el pasaje que ellos deben pagar como estudiantes. Según dicen, su principal motor son sus familias y lo alterado que han visto su presupuesto con el aumento tarifario, lo que le da un carácter más épico a la acción por arriesgar lo que sus padres no pueden. Pero, ¿no es esta también, aparte de una manifestación, una actitud propia de un consumidor? ¿No es acaso una forma de demostrar una indignación inmediata hacia una algo puntual, más que otra cosa?
Cabe recordar que días atrás, ante los reclamos hacia los precios del metro, en una declaración que algunos llamaron “desafortunada”, el ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, llamó a sus usuarios a usar el “horario Valle” y así aprovechar un beneficio tarifario. Para ello, eso sí, tenían que levantarse más temprano y ver alteradas sus rutinas diarias. Era un “ofertón” de Fontaine, en el que trataba al ciudadano como cliente de retail, el que debía “ganarse” certezas que un transporte público debería dar a todos por igual, mediante la ideología del costo y beneficio. Era aprovechar la oportunidad, técnica muy popular entre quienes nos gobiernan.
Entonces, ¿no es esto de no pagar pasaje, aplicar esa lógica, ya que los menores de edad que la han llevado a cabo, no tienen mucho que perder, pero sí mucho que ganar en el momento de la euforia, al contrario de sus padres? Se ve como algo valiente, pero no hay riesgos reales, sino un cálculo enmarcado en la ideología citada.
Esta manifestación no parece ser un reclamo ante las falencias de lo público en un sistema, como el nuestro, donde no hay ni la más mínima seguridad. Parece más bien una acción que no tendrá mayores costos para la autoridad, más allá de aplicar alguna medida para que no siga pasando. Y sucederá porque el consumidor se queda tranquilo con medidas pequeñas, que resuelvan sus problemas inmediatos, mientras que el ciudadano mira un poco más allá de sus intereses familiares; razón por la que el movimiento estudiantil del 2011 instaló en la discusión un cambio de paradigma y preguntas que eran prohibidas por medio de eufemismos, yendo más allá del problema puntual de familias que debían, y aún deben, endeudarse para pagar la educación de sus hijos.
Tal vez sería bueno, a partir de las tarifas del metro y otros asuntos, preguntarse cuál es la relación con lo público que tenemos nosotros los ciudadanos y quienes gobiernan. Vale cuestionarse también cómo se concibe a la ciudadanía; qué es lo que se hace para que este sector fundamental del funcionamiento de la democracia tenga seguridades básicas al momento de trasladarse a su casa del trabajo, sin tener que sacrificar su tiempo, ni el poco de tranquilidad que le queda en las mañanas. Pero eso no se podrá hacer si es que se sigue jugando el juego de lo que se dice querer cambiar.