Las 1.044 flores de alambre de púas que el artista Carlos Altamirano regaló al público en el Museo de Bellas Artes
El suelo de la sala Matta del Museo de Bellas Artes es un mar de flores. Flores anómalas hechas con alambre de púas. Esta es la escenografía que recibe a los visitantes de la muestra de Altamirano, donde expone de manera inédita la instalación 1.044 flores, la historia de un hoyo y cuarenta relatos inconclusos.
Dos de los principios clásicos de los museos –la ausencia del autor y la imposibilidad de poder quedarse con la obra luego de mirarla– son subvertidos en esta exposición que permite a las personas poder quedarse con una flor de alambre que representa un día de la trágica y, a la vez, extraordinaria historia del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende.
[caption id="attachment_312629" align="alignnone" width="1200"] El artista entregando su obra a los asistentes[/caption]
Las flores pasean junto con las personas en la exposición. La ternura de este símbolo de amor contrasta con los crudos relatos de militantes del MIR, que fueron torturados y asesinados durante la dictadura, y que se pueden leer en los muros de la sala. Debajo de los textos hay espejos y grietas en las murallas, que se alternan de manera sucesiva, y que pueden interpretarse como una metáfora de un pasado destructivo, en el que aún nos seguimos reflejando.
Cerca de la entrada de la sala hay una mesa con un paño negro. Sobre ella un montón de stickers desparramados tienen anotada una fecha distinta. Un joven curioso mira fijamente los adhesivos y le pregunta a Carlos Altamirano si es que los puso al azar. Otra persona pregunta cómo puede quedarse con una flor.
El procedimiento es sencillo: se elige un sticker con una fecha; luego se va a retirar una flor y se pega el sticker en el suelo; finalmente Altamirano recibe por última vez la flor y escribe la fecha que eligió la persona en el macetero.
En ese momento de encuentro entre el público y el artista se generan todo tipo de diálogos. “Vine cuatro veces, preciosa” le dice una señora agradeciéndole. “Hay un proceso de intercambio que me encanta en la exposición”, dice Altamirano mientras firma una de la flores con la fecha 13 de mayo de 1971. “Hay mucha gente que no sabe quién es Salvador Allende, hay que partir por ahí”, agrega.
Las reacciones de la gente también quedan evidenciadas en el libro de visitas. “Una muestra impactante que nos hace dar cuenta de la crueldad, la traición, lo abominable del ser. Qué importante es la historia para no olvidar a los malditos protagonistas del horror en nuestro país. Gracias por los relatos, y que nunca más ocurra”, dice una nota acompañada por el dibujo de un corazón.
De a poco, el jardín de flores comienza a desaparecer y el suelo se va llenando de stickers. La instalación comienza a habitar en otros espacios del museo, y más allá.
Fuera de la sala un grupo de niños juega con las flores. Algunos están tirados en el piso dibujándolas. Otra niña se va con su mamá mirando la flor como si estuviera viva. Tal como plantea Altamirano en el comunicado de invitación a su exposición esto puede ser posible. “Los alambres de su esqueleto y las púas que sostienen su fragilidad mantendrán viva la memoria de uno de los 1.044 días más vertiginosos de nuestra historia”, afirma el artista.