Un paseo por la memoria, otra forma de recorrer el Estadio Nacional
Enfundado en una polera azul con el lema de la Corporación Estadio Nacional Memoria Nacional, Luis Valencia relata como un cuentacuentos, lento y enfático, los hechos que marcaron el septiembre de 1973. Hace de guía desde 2015 movido por “la empatía” con las víctimas de la represión, aunque él no tenga familiares cercanos que la hayan vivido. Habla de Víctor Jara; de los extranjeros que huyeron de los regímenes dictatoriales de los países vecinos –Brasil, Uruguay– y, una vez en Chile, se toparon con Pinochet; y de los que no lograron sobrevivir al tirano: “Nunca sabremos cuanta gente murió aquí”.
La Corporación ofrece visitas guiadas al recinto deportivo con aporte voluntario desde hace cinco años. En lo que va de año, ya lleva casi 6.500 visitantes. Hoy recorreran las instalaciones los estudiantes de la carrera de Turismo del Instituto Los Leones, una pareja brasileña y un par de jóvenes británicos, todos ellos interesados en conocer la historia del campo de concentración más masivo de la dictadura, por donde pasaron más de 20.000 prisioneros y prisioneras.
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Muros escritos en la escotilla 8
Un silencio cortante se siente al ingresar a la escotilla número 8. Es uno de los espacios más simbólicos del recinto porque fue el lugar donde estuvieron recluidos los hombres y en sus muros aún se pueden apreciar los escritos que dejaron los prisioneros en 1973: un calendario con los días marcados, siglas de las fábricas donde trabajaban y nombres propios. “Miren: Ana y Nelson, dice aquí. Quizás Ana esperaba a Nelson afuera”, sugiere el guía. Los asistentes observan atentos y tratan de descifrar los mensajes de la pared. El acceso, que se reabrió por primera vez en 2010, después de 37 años, destila una atmósfera lúgubre que permite imaginar algunos de los hechos que ocurrieron en este centro deportivo.
Joelma Silva (44), brasileña, se emociona hasta las lágrimas: “Pensar en todo lo que sucedió aquí me remece mucho, es una sensación increíble”, dice visiblemente afectada. Ella y su pareja, Edenir Fernandes (39), están de vacaciones en Chile, y visitan el lugar porque querían saber más detalles de lo ocurrido durante la dictadura de Pinochet. “Es como revivir lo que los prisioneros vivieron acá, es muy impactante porque los espacios donde ellos estaban se mantienen prácticamente iguales que entonces”, expresa él.
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La escotilla conduce hacia la Gradería de la Dignidad, al exterior del estadio, desde la cual se observa el conjunto del coliseo. Inaugurada en 2015, conserva los bancos de madera originales: “Ahí se sentaron los prisioneros”, destaca Luis. Joelma baja la mirada hacia el asiento de leño, como si por un momento se los imaginara uno al lado del otro, obsesionados y atormentados por la incertidumbre de su destino.
Los brasileños se toman fotos con su palo selfie mientras los estudiantes suben sus historias a Instagram y los británicos consultan la guía turística Lonely Planet, que no sueltan en todo el recorrido. El historiador Richard Mills (36) llegó de Reino Unido para avanzar en sus investigaciones sobre la relación entre el fútbol y la política. “Creo que el Estadio Nacional es el ejemplo más conocido del uso de un estadio [como campo de concentración] en tiempos de conflicto. La forma de llevar este recorrido es impresionante, muy emotivo, bien construido, sensible al pasado y muy informativo”, destaca de la experiencia.
Luis menciona varios de los grandes acontecimientos que acoge el recinto (conciertos, la Teletón, competencias, etc.), con una capacidad de más de 50.000 personas sentadas, y destaca que en todos ellos –sin excepción– los bancos de madera siempre quedan vacíos “para recordar la ausencia de los que ya no están con nosotros”.
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Una historia borrada
El ambiente se ha ido apagando, como si los visitantes se hubieran contagiado de la historia del espacio. Pasan de un escenario al otro, observando y sin preguntar. Los 28 camerinos del centro deportivo se unen a través de un corredor oscuro en el que se exhiben textos e imágenes que reconstruyen el pasado reciente de Chile. El guía cuenta ahora el episodio de la visita de la FIFA al estadio, cuando sus directivos hicieron la vista gorda ante las atrocidades cometidas y obligaron a evacuar a los prisioneros para jugar un falso partido de La Roja para clasificar en el Mundial de Alemania de 1974. Unas tímidas risas se escuchan cuando narra que Chile marcó un gol a puerta vacía en un absurdo partido sin rival. Más allá de la anécdota, ese capítulo acabó con el Estadio Nacional como campo de prisioneros. "Borraron su historia con cemento y con pintura”, concluye el guía.
En el Camarín 3, que junto a la escotilla 8 fue de los primeros espacios recuperados del recinto, toca abordar el tema de la solidaridad entre los compañeros, sobre todo en “los malos momentos”, cuando estaban enfermos, incapacitados o habían sido torturados. Una foto en blanco y negro llama la atención de los jóvenes de forma especial. Está colgada al lado de la pared de la entrada, y muchos la fotografían antes de salir. Se ve un preso casi desnudo, sujetado por dos hombres, uno a cada lado. La dureza de la imagen coincide con el relato sobre los maltratos físicos y torturas que conocieron un rato antes.
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"Sabía sólo cosas muy vagas"
El pito del árbitro y los gritos del público se escuchan afuera del camarín de mujeres. Enfrente sigue avanzando la Competencia sub15 Nacional de Waterpolo, que se disputa en la piscina interior del estadio. Falta gente por llegar y el grupo espera: “Los últimos siempre son los profes”, ironiza Luis.
“Caballeros” se lee en la parte superior de la puerta, escrito en el muro. Antes del 73, era el acceso al camarín de hombres, donde se cambiaban para ir a la piscina. Pero ese fatídico año se destinó a las más de 1.200 prisioneras políticas que pasaron por ahí. Decenas de placas de bronce llenan el muro de la izquierda del vestidor. Algunas tienen nombres que los jóvenes se acercan a leer. Otras están vacías. Luis recuerda a las mujeres detenidas y desaparecidas, las que estaban embarazadas cuando las atrapó la represión, las que eran jóvenes, las madres, las líderes, las organizadas… “Las mujeres eran dos veces culpables: por organizarse y por ser mujeres y no estar en sus casas, el lugar que se suponía les correspondía”, subraya. Antes que nadie le pregunte, se anticipa: “Las placas en blanco son porque ya sabemos que van a llegar más nombres y habrá que actualizar”.
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Kenny Muskatt (29) pisa hoy por primera vez el Estadio Nacional. Había escuchado que fue un centro de detenciones, pero nunca supo más allá de eso. "Hoy me di cuenta de lo poco que se conoce la lamentable historia que tenemos”, dice la estudiante. Su compañero, José Garcés (24), tampoco sabía mucho, "solo cosas muy vagas” , pero dice que sale con la enseñanza de “no cometer los mismos errores del pasado y no retroceder en historia”. Luis, que debe de ser experto en reflexiones grupales en torno a la memoria histórica, habla también de eso en sus tres minutos de comentario final, que verbaliza a modo de moraleja. La parte más emotiva de su discurso la dedica a los asistentes, a hacerles ver la importancia de lo que acaban de hacer: "Ustedes, hoy, han venido a decir que los desaparecidos, asesinados, exiliados y sobrevivientes no están olvidados. Han hecho un gran acto de reparación ”.