El cuento de fantasía con que la derecha busca demonizar las 40 horas
El gobierno ha salido decidido a denostar el proyecto de las 40 horas sin flexibilidad y lo ha hecho leyendo un cuento de fantasía. Un cuento dirigido a un público, todo el país, nosotros, que asume como un público ingenuo que no va a comparar la fantasía propuesta con su realidad, la realidad de su trabajo.
En el cuento de fantasía contra las 40 horas, y a favor de las 41 con flexibilidad, hay varios escritores: Piñera, Monckeberg, Melero, Fontaine, Cecilia Perez. En este cuento los trabajadores chilenos miden y pesan lo mismo que el dueño de la empresa y pueden sentarse en las mismas condiciones a negociar una hora de entrada, una hora de salida, la colación, los días que se van a trabajar, las vacaciones, el aumento de sueldo. En el cuento de fantasía del gobierno el dueño de la empresa es dócil, buena onda, hasta solidario con su esforzado empleado, que por meritorio e igual de buena onda se merece lo que le vaya a pedir al sillón de su oficina. En el cuento el patrón y el obrero son amigos y tienen el mismo poder para indicar, hablar, exigir. En el cuento de fantasía del gobierno el empleador siempre va a decir que sí a la solicitud del empleado, aunque no esté sindicalizado. Porque en este cuento chileno todo se hace de buena fe, no hay abusos, sólo buenas vibras, diálogo y consenso, los jefes no se hacen los vivos y nunca se explota al más desvalido.
En este cuento, el diputado Patricio Melero asegura que los sindicatos no son necesarios, que basta con la “capacidad de los trabajadores” en una negociación individual, y así todos somos felices, autoexplotándonos por gusto. Claro, pues así, sin sindicatos, conversando individualmente debe ser que se logró la Ley de la Silla, se consiguió el contrato de trabajo y el salario mínimo. Así, solos por su cuenta, los trabajadores consiguieron un seguro por accidente laboral, el descanso dominical y el pago de las cotizaciones. Sin sindicato las trabajadoras de Casa Particular lograron una Ley que les da dignidad y los de call centers aseguraron su derecho a ir al baño sin recibir descuentos. Esa es la fantasía que debemos creer como cierta, no la de la voz de nuestros padres y de nuestra propia experiencia. En este cuento ningún trabajador tiene temor a la hora de ir a pedir algo al jefe. En este cuento, adornado de colores fluorescentes en que trabajador y empleador bailan de la mano, como los trabajadores quieren trabajar más -como dice Melero-, la Ley debe flexibilizarse para que así puedan hacerlo, pudiendo llegar hasta jornadas de setenta horas semanales, como ha advertido la diputada Vallejo, al tratarse el proyecto del gobierno de acuerdos trimestrales. Pero eso es lo que quieren los trabajadores, dice el cuento del gobierno.
En este cuento, ante el exceso de trabajo actual, Melero dice que somos los propios chilenos los que nos debemos hacer cargo de nuestra salud mental, que el gobierno ahí no puede hacer nada, porque “no somos médicos de los chilenos”. En este cuento, las coberturas de salud, la obligatoriedad de una mutual de seguridad, las prestaciones Auge, la Ley Ricarte Soto, no han sido políticas de Estado conquistadas por trabajadores organizados que le exigen su rol al gobierno. En este cuento, cada chileno, aunque gane un sueldo mínimo, puede arreglárselas por sí mismo para tratar su salud dañada por un trabajo extendido que, en la fantasía de la derecha, se puede incluso extender a más horas por día. Cada chileno, en esta fantasía, que debe esperar en promedio un año para ser operado en el servicio público, puede agarrar su sueldo -el 50% gana 400 mil o menos- y puede ir a sacar una hora a una clínica privada. Porque así como en este cuento de fantasía no son necesarios los sindicatos para negociar, tampoco es necesario el Estado para cubrir la salud mental. Y debemos creer.
En este cuento, el ministro de Economía Juan Andrés Fontaine dice que el proyecto del gobierno es mejor que el de Camila porque el proyecto del gobierno “combina la reducción de la jornada con la flexibilidad necesaria para que las empresas encuentren cómo ocupar mejor el tiempo en que los trabajadores puedan ser más productivos”. Es decir, en este cuento, para los trabajadores es mejor una Ley que le permita a su jefe decidir el tiempo en que lo usará, que otra ley en que el jefe no pueda abusar de su tiempo. En este cuento de fantasía los empresarios distribuyen nuestro tiempo en lugar de respetar una jornada limitada y eso nos debe tener contentos, porque es mejor.
En este cuento, el ministro Nicolás Monckeberg dice que el uno a uno sí funciona en la negociación entre trabajador y empleador, y también dice que cuando se redujo la jornada de 48 a 45 horas, en el gobierno de Ricardo Lagos, se respetó la Constitución -como no lo haría la iniciativa comunista- porque Lagos como máxima autoridad ingresó la indicación; lo que fue desmentido por la investigación del abogado Jaime Gajardo, doctor en Derecho y profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Diego Portales. Pero en el cuento de fantasía del gobierno todo el futuro desastroso de un país con cuarenta horas, y todo el pasado, está diseñado a su pinta, por la varita mágica de una verborrea planeada en oficinas ministeriales.
En este cuento, Cecilia Pérez dice que el proyecto comunista es “malo y populista”, inconstitucional, además de ser destructor de empleos y reductor de sueldos. Es el demonio, no así el del gobierno, que es de apenas una hora más, pero con flexibilidad. ¿No será acaso esa la trampa, la flexibilidad, más allá de la negativa a reconocer una derrota política, lo que sustenta este cuento? El mar de atropellos a los derechos laborales, en beneficio de los empresarios, que se puedan producir por la tremenda flexibilización. Si no, cuesta entender el daño eterno que produciría apenas una hora más de trabajo en una semana.
El gobierno ha perdido el debate de la jornada laboral de manera contundente y ahora, en el show de los matinales, y en las desesperadas opiniones editoriales de los diarios del fin de semana, se aferra a su derrotada idea de una manera ridícula, penosa, patética. Se acabará el empleo y luego se acabará el mundo, parecieran decir, en el epílogo de su manoseado cuento de fantasía.