Inmigración: quienes quieren “ordenar la casa” ven a Chile como una propiedad privada
El tema de la inmigración sigue dando vueltas en la contingencia nacional. A raíz del masivo éxodo de venezolanos, y las promesas quebradas por un gobierno chileno que se ha ido alejando de lo que sucede en ese país chavista que tanto le sirvió en algunos casos, el debate sobre quiénes pueden o no entrar a Chile, está aún en el centro de todo conflicto político e ideológico.
Y es que, aunque se diga lo contrario, no hay nada más ideológico que llamar a “ordenar la casa”. Los que lo hacen, intentan no solo dividir a personas entre buenas y malas, sino también dar la sensación de que en un terreno como el nuestro, lo que importa es darle la prioridad a quienes habitan esta “propiedad privada”, esta especie de fundo del que muchos se creen dueños por pagar los impuestos que, en otras oportunidades, son motivo de queja.
Es cosa de leer comentarios de los convencidos de ser propietarios de algo. Es como si el extranjero estuviera amenazándole un lugar, quitándole lo que le corresponde por haber nacido en ese lugar del que, si pudiera, escaparía sin volver nunca más. Eso no importa. Lo relevante es mostrar presencia, decir que se es chileno, y que, como tal, urge expresarlo.
Pero este discurso no sería tan fuerte sin cierto progresismo que no ayuda mucho a opacarlo. Porque esta idea de que los inmigrantes deben ser buenas personas y virtuosas por el solo hecho de serlo, ha entrado en el debate de quien disfraza de patriotismo la xenofobia, logrando así que lo que esté en disputa sea la bondad o la maldad, y no el derecho universal que debiera tener todo ciudadano del mundo, independientemente de su pasado, su presente y su futuro, de salir de un lugar y entrar en otro, obviamente sometiéndose a la legislación al interior de cada país.
Por esto parece urgente recuperar una mirada universalista frente al individualismo imperante en todo enfrentamiento de ideas. Es de suma importancia que para enfrentar la radicalidad del individuo asustado del otro, traigamos de vuelta, si es que alguna vez la tuvimos, la idea de sociedad en la que sujetos se rozan, se enfrentan, se tocan y no se esconden. Y para eso, hay que, especialmente en el tema de la migración, entender que un país con leyes, tradiciones y ciertas formas de vivir, nunca debería ser una propiedad privada de algunos. Ni menos puede sacrificar un valor superior como la convivencia humana, por miedos impulsados por eternos candidatos que se aprovechan de la ignorancia de quienes se sienten amenazados y “empoderados” al querer defender algo que creen propio.
Sí, porque lo que vemos por estos días no es más que ignorantes vestidos de defensores de una “patria” que es solo su individualidad; sujetos que creen estar defendiendo un país, cuando solamente están temiendo que les pase algo a ellos, porque las pocas certezas que da el sistema que defienden sin querer queriendo, les hace temer que ingresen a estas tierras mujeres y hombres desconocidos, con otros acentos y otras costumbres, u otras posibilidades.
Muchos creen ver en el exterior la delincuencia inmediata, como si en Chile no la hubiera; como si en toda sociedad capitalista con viejos y nuevos antagonismos sociales, y ciudadanos despolitizados, esto dejará de pasar dependiendo del tipo de personas que ingresen; como si para entrar hubiera que poseer una credencial de pureza moral y psicológica, para así codearse con nosotros, los puros y estables sicológicamente. Y, finalmente, como si para tener derechos y ser ciudadano del mundo se necesite algo más que ser personas que puedan llegar a un lugar en donde puedan cumplir con los deberes. Pero si no le quieren dar derechos, ¿qué deberes tienen? Sería bueno saberlo en momentos en que la verborrea fácil se apropia de las cabezas.