El invierno de los derechos
Corren días fríos e invernales para los derechos humanos. Al lapidario informe de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU sobre Venezuela se le suma la situación de los mismos venezolanos en nuestra frontera norte, quienes, una y otra vez, rebotan en el control migratorio y se les niega la entrada al país, a pesar de la obligación de nuestro Estado de dejar entrar a quien es solicitante de refugio. La situación no es mejor en países como Nicaragua, Brasil o Guatemala.
Pero, sin lugar a dudas, el invierno de los derechos también se ha hecho sentir en la vida de niños, niñas y adolescentes en Chile, con el avance de proyectos de ley que les niegan su condición de sujetos de derecho. Esta semana se aprobó la idea de legislar para habilitar a las policías a realizar control preventivo de identidad a adolescentes, esto es, que por el solo hecho de estar en la vía pública, pueden ser controlados tanto en su identidad como en sus pertenencias por personal policial. Y como si esto fuera poco, este fin de semana hace su estreno la “brigada de padres”, ciudadanos que, sin ninguna potestad pública ni preparación, podrán controlar la presencia de niños, niñas y adolescentes en la calle y “sugerirles” regresar a su casa.
¿En qué minuto los niños y niñas, merecedores de protección y cuidado, se transformaron en sospechosos? ¿En qué minuto el rol de garantizar derechos del Estado se convirtió en una facultad para poder vulnerarlos? Efectivamente, no existen derechos absolutos. Su ejercicio implica, en muchos casos, una colisión entre ellos, y para resolver cuál debe primar, debemos hacer una ponderación. El Estado puede conculcar un determinado derecho, pero ello no puede ser a cualquier costo: debe tratarse de una medida que cumpla con un estándar de proporcionalidad, esto es, que sea la medida más idónea y necesaria, en el marco de un estado democrático. Todo ello, pareciera ser, fue olvidado por nuestras autoridades, y los primeros en pagar las consecuencias fueron niños, niñas y adolescentes, quienes, en este frío invierno de los derechos, pasaron a ser víctimas del desamparo y los primeros en la fila de los sospechosos.