Chile frente a la guerra comercial entre China y EEUU Parte I : ¿De qué color es el gato de Piñera?

Chile frente a la guerra comercial entre China y EEUU Parte I : ¿De qué color es el gato de Piñera?

Por: Hassan Akram | 21.06.2019
En estos momentos las exportaciones chilenas hacia China tienen la misma falta de complejidad tecnológica que las que enviamos a EEUU. Huawei y las otras empresas chinas no han tenido que transferir tecnología a empresas locales chilenas. Chile no tiene un mercado interno grande, acceso al cual podría ser una moneda de cambio para exigir más transferencias de ese tipo. Tampoco tiene un Estado fuerte que ha querido extraer este tipo de concesión de los chinos.

LAS LECCIONES PARA CHILE DEL MILAGRO CHINO

Según la ya vieja y conocida frase de Deng Xiaoping, “no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”. Esta consigna resume el pragmatismo del ‘comunismo de mercado’ que subyace el ‘milagro chino’. Éste logró combinar la competencia (la mejora en la eficiencia de las empresas, generada por la ‘supervivencia del más apto’) con la planificación estatal (la promoción de sectores económicos más dinámicos con subsidios asignados según indicadores de innovación). Este modelo económico ha sido excepcionalmente exitoso con crecimiento de dos dígitos por más de 40 años y alrededor de 500 millones de personas sacadas de la pobreza (en este período bajó de 88% a 2% según el Banco Mundial). Hoy en día la provincia de Beijing con 20 millones de personas, tiene un índice de desarrollo humano más alto que el de Italia, después de haber sido más pobre que Ghana hace tan solo 27 años. Es evidente que Chile podría aprender mucho de esta experiencia.

La estrategia de promover empresas domésticas para que fueran “campeones nacionales” globalmente competitivos funcionó muy bien. Por eso solo hay dos países que tienen empresas que están en la frontera tecnológica de la Inteligencia Artificial: EEUU con Google, Amazon, Apple y Facebook y China con Alibaba, Tencent y Baidu. Usar el mercado para reducir la ineficiencia de los monopolios estatales nacionales, y usar el Estado para apoyar a nuevas empresas para competir con monopolios privados internacionales, es una estrategia ganadora pero lamentablemente difícil de imitar.

Para que funcione hay que condicionar el apoyo que reciben las empresas a ‘requisitos de rendimiento’ (por ejemplo, que suban sus niveles de inversión o que mantengan crecientes niveles de exportación). De esta forma los empresarios están obligados a usar los beneficios recibidos para mejorar su competitividad. Pero un Estado capaz de fiscalizar a los empresarios de tal manera tiene que tener cierta independencia frente a ellos. Un gobierno aliado políticamente con los empresarios nunca podrá ejercer esta función pragmática de fiscalización y así es la realidad chilena. La experiencia de China deja por lección a Chile, que es posible establecer una coordinación público-privada para el crecimiento que no resulte en una captura del Estado por parte de las elites empresariales.

En este país hemos tenido los gobiernos más neoliberales del mundo, donde la ideología y el sometimiento a los empresarios ha predominado. La desaceleración del crecimiento económico nacional, vinculado al estancamiento de la productividad hace más de 15 años, habla de la indiferencia de nuestros políticos frente a una matriz productiva poca diversificada, tecnológicamente poco compleja y sin sectores dinámicos. Un Estado con un papel de planificación más activo, tal como tienen los chinos, podría enfrentar el problema de la famosa “trampa de ingresos medios”, pero el carácter subsidiario del Estado chileno no permite avanzar hacia esa dirección. Ha habido propuestas para soltar las ataduras que atrapan al Estado chileno en su rol subsidiario, por ejemplo, a través de generar una nueva constitución por medio de una la Asamblea Constituyente. Irónicamente estos han sido denostados por los supuestamente pragmáticos guardianes del crecimiento económico. Lamentablemente, en Chile, el color del gato, y no su capacidad de cazar, es lo único que ha preocupado al duopolio.

 ¿LA NUEVA GUERRA COMERCIAL PUEDE AYUDAR A CHILE?

 La guerra comercial entre EEUU y China presenta un escenario adverso para Chile, pero también es una oportunidad para enmendar el rumbo y aprender del milagro chino. Sin embargo, para poder aprender de China, primero hay que poner la guerra comercial actual en un contexto histórico, para en segundo lugar poder sacar lecciones que contribuyan a salir de esta difícil coyuntura. Vamos punto por punto, empezando con el análisis histórico del conflicto.

La situación actual, con subidas arancelarias muy mediáticas y el uso del discurso de seguridad nacional para bloquear a Huawei no es tan novedosa como parece. En los 80 EEUU tenía la misma obsesión paranoica con Tokio que hoy tiene con Beijing. El creciente déficit comercial con Japón gatilló el miedo estadounidense a la amenaza nipona, generando un debate nacional igual de acalorado que el actual sobre su déficit con China. Hubo acusaciones de espionaje industrial y robo de propiedad intelectual, además de una retórica bélica con ribetes racistas. Incluso el FBI metió presos a dos gerentes de la empresa electrónica japonesa Hitachi, acusándolos de comprar componentes robados de IBM para copiarlos en sus propios computadores. En este ambiente se justificó la imposición de un arancel especial de 45% a la importación de motocicletas (1983) y un arancel de 100% a la importación de computadores y televisores japoneses (1987). Los tweet de Trump representan una novedad en la diplomacia mundial, pero sus estrategias comerciales no.

A pesar de esta crispación, EEUU y Japón siguieron negociando y llegaron a un acuerdo diplomático (con restricciones voluntarias de las exportadoras japonesas). Estas restricciones no pararon el auge de la economía nipona – sobre todo en los nichos tecnológicos más dinámicos, donde la planificación del ministerio de comercio japonés (MITI) había decidido llegar, como el sector automotriz. En los años 70 tres empresas estadounidenses dominaron el mercado mundial de los autos: GM, Ford y Chrysler. Hoy en día GM es solo la cuarta empresa automotriz más grande del mundo, Ford es la quinta y Chrysler (¡comprada por Fiat!) es la octava –Toyota es número uno. Estados Unidos pasó de ser el fabricante más grande de autos en el mundo al segundo puesto detrás de Japón, y correspondientemente sus grandes oligopolios tecnológicos tuvieron que compartir la dominación de los mercados mundiales con empresas niponas. Ni Japón, ni EEUU sufrieron económicamente por esta transición (fue una clásica situación win-win).

El cierre de la brecha tecnológica entre EEUU y Japón también permitió que los demás países de Asia Oriental (sobre todo Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong) pudieron integrarse a la economía globalizada en nichos más avanzados. Mientras Japón escalaba en las cadenas globales de valor, dejó espacios en escalafones más bajos para los otros países asiáticos. Ellos pudieron seguir la trayectoria japonesa con apoyo estatal para hacer globalmente competitivas sus propias empresas como Hyundai y Samsung, solo por mencionar algunas de las firmas coreanas más exitosas. Esto es el famoso efecto de los gansos voladores donde el éxito tecnológico de un país puede ayudar a sus socios comerciales a subir sus propios niveles de productividad.

Esta contextualización histórica del conflicto China-EEUU es clave porque nos permite esbozar salidas a los problemas del momento. La historia económica reciente demuestra que la crispación actual entre los grandes poderes comerciales, aunque tensiona la institucionalidad global multilateral, no necesariamente la va a destruir. Ha habido y hay soluciones win-win. En teoría las negociaciones diplomáticas pueden lograr que una multipolaridad de países tenga empresas oligopólicas fuertes, al mismo tiempo que pueden facilitar el desarrollo económico de los países más atrasados. Sin embargo, para lograr este escenario win-win se necesita una estrategia de negociación distinta que la actual, sobre todo para los países más pequeños y vulnerables como Chile. Los efectos negativos de la guerra comercial ya son evidentes acá: cayeron las exportaciones chilenas a EEUU (-16%) y a China (-7,3%). Para contrarrestar estos embates de la economía global, Chile debe asegurar que sus relaciones comerciales ayuden a superar esta debilidad histórica que es la productividad estancada por la matriz productiva poco diversificada.

En este momento las exportaciones chilenas son de bajo valor agregado y con poca complejidad tecnológica. El contraste con China es abismante. Sin embargo, la misma superioridad china puede ofrecer una oportunidad para Chile.

Históricamente, la principal relación comercial de Chile ha sido con Estados Unidos, siendo siempre un proveedor de recursos naturales para las industrias del gigante del norte. Las posibilidades de exigir una mayor transferencia tecnológica desde las transnacionales estadounidenses ubicadas en Chile a una red de proveedores locales fueron mínimas, puesto que EEUU fue el país hegemónico y sin competidores. Con el auge de China la situación de Chile cambia desde un vendedor en un mercado monopsonístico (cuando hay un solo comprador grande de los productos chilenos) a un vendedor con más clientes potenciales. Cualquier dueño de una micro-PyME sabe muy bien el dolor de cabeza que es depender de un solo cliente grande cuyos volúmenes de compra hace que pueda dictar términos, pagando poco y tarde. La llegada de otro cliente grande es el sueño de cualquier microempresario, y ¡la guerra comercial China-EEUU representa precisamente este tipo de situación!

En estos momentos las exportaciones chilenas hacia China tienen la misma falta de complejidad tecnológica que las que enviamos a EEUU. Huawei y las otras empresas chinas no han tenido que transferir tecnología a empresas locales chilenas. Chile no tiene un mercado interno grande, acceso al cual podría ser una moneda de cambio para exigir más transferencias de ese tipo. Tampoco tiene un Estado fuerte que ha querido extraer este tipo de concesión de los chinos. Pero ahora, cuando China necesita aliados en el conflicto contra Estados Unidos, hay una oportunidad única para negociar la inserción chilena a las cadenas globales de valor integradas por Chinas, en eslabones más avanzados. El efecto de los gansos voladores podría funcionar a favor de Chile si el gobierno sabe negociar bien.

Además de una estabilidad macroeconómica sin rival en la región, y un nivel de capital humano relativamente alto, Chile tiene recursos naturales como el litio que son de interés para empresas de alta tecnología. La posibilidad de negociar nuevos contratos de inversión con cláusulas exigentes de transferencia tecnológica abriría la posibilidad para que Chile saliera del estancamiento de su productividad y finalmente diversificara su matriz productiva. Anualmente Chile gasta solo 0,4% de su PIB en Investigación y Desarrollo (I+D) – aproximadamente 1,4 mil millones de dólares. En contraste Huawei gasta aproximadamente 15 mil millones – el cuarto presupuesto más alto de I+D en el mundo. Esto es más que Microsoft e incluso mil millones más que Apple en séptimo lugar. Desde los ahora distantes años del despegue japonés, no ha existido la oportunidad de negociar con una empresa, y un país, con estos niveles de I+D pero con tanta necesidad de buscar aliados comerciales para consolidar sus cadenas de proveedores. Entonces cabe preguntarse ¿Por qué Piñera no hace nada al respecto? Y ¿Qué podría hacer un gobierno futuro no-neoliberal, por ejemplo del Frente Amplio, para salir de esta coyuntura?