Sin papeles y sin Bolaño
Señores organizadores de los Premios Literarios 2019,
¿Cómo le explico al que me atiende por teléfono, que lo que no he conseguido en casi dos años jamás lo haré en cinco días? No es su culpa, lo sé. Se escucha joven, solo hace su trabajo.
La mañana del viernes, vi mi nombre en la lista de los trabajos no admitidos para los Premios Literarios 2019, y la razón, tanto para el Premio Roberto Bolaño como para el Premio Escritura de la Memoria, era la misma: “no adjunta una copia de la cédula de identidad”. Entonces, me resigno en un segundo y decido al siguiente llamar al número que, según Google, le pertenece al Ministerio de las Culturas.
“¿Otra vez al Ministerio de la Cultura?”, repite la voz de una mujer del otro lado. Dice que el número está equivocado y que la han llamado tanto que hasta se sabe de memoria el correcto y me lo da. Es amable el joven que contesta después, me pide un mail y promete gestionar una respuesta más concreta con sus jefes, pero advierte que no me queda mucho tiempo, A lo mucho cinco días, dice, cinco días para demostrar que tengo los papeles en regla y que la cédula que guardo en mi billetera no venció en diciembre de 2017.
Entonces, vuelvo a la pregunta con la que abro esta carta.
Comencé a pintarrajear, por algunas calles de Santiago, el tag “sinpapeles” dos meses antes de mi postulación a los Premios Literarios 2019, Se trataba de un graffiti que apareció en el año 2018, en Barcelona, y cuyo autor hasta el día de hoy mantiene una suerte de anonimato, acrecentado por las decenas de graffers que lo han replicado en todo el mundo.
“No habrá público para tantos artistas”, escribió en el vagón de un metro el “Sinpapeles” español alguna vez. Y yo le creí.
Mi solicitud de visa definitiva al Departamento de Extranjería y Migraciones se extendió aproximadamente hasta la segunda semana de mayo de este año, cuando me la rechazaron. Allí, en la carta que me enviaron, no explicaban las razones y me daban, según ellos “en subsidio”, una visa temporaria con la fecha de caducidad de un año. Todo esto sucedió algunas semanas después de que decidiera postularme a los premios que ustedes organizan.
Es verdad, esa postulación no iba acompañada de la copia de mi cédula de identidad vigente. No la tengo, Ahora, justo en este instante, mi nombre y mi RUT vencido aguardan en la fila digital que el DEM habilitó hace algunos meses para acceder a una cita en sus oficinas. Sí, acepté tomar el subsidio que me ofrecieron y ser un “sinpapeles” a medias, pero hay otra pregunta que me retumba desde el viernes y que me gustaría respondiesen:
¿Por qué es necesario presentar una cédula de identidad en un concurso de este tipo?, ¿es que no basta con presentar algún otro documento que les demuestre mi existencia?
“SI lo haces por fama o por dinero, mejor no lo hagas”, escribió Charles Bukowski en su poema manifiesto para aspirantes a escritores. Pero el poeta estadounidense continúa y dice que “si no te sale ardiendo de dentro”, mejor no lo hagas.
Siempre he creído que la indignación nunca es un sentimiento que me impulse a escribir. Es más, por estética, siempre he preferido leer los textos paridos desde la nostalgia, la tristeza o la apatía. Pero hoy, señores organizadores de los Premios Literarios 2019, hoy tengo la sensación atravesada de que ustedes no quieren a inmigrantes sin papeles en sus concursos. Es más, ni siquiera pensaron que alguno de nosotros vaya a postularse a ello; porque, claro, no deberíamos estar ni ahí con los concursos. Vinimos a trabajar solamente, a ahorrar, a subsistir, Nuestros sueños, para ustedes, deberían estar en otros rubros y así, de vez en cuando, contar nuestras penurias con un afán de superación en concursos “especiales para inmigrantes” y reportajes de historias de éxito.
Señores organizadores, Ministerio de las Culturas, tengo rabia hoy día y no sé si es que esta carta va dedicada para ustedes o para Extranjería o para el periodista que, amablemente, alguna vez escribo algo así como “amigo haitiano, colombiano, peruano, por favor quédate”. Me sentaría a tomarme un café con este último, seguramente, hablaríamos de inmigración, entre otras cosas, y le diría que ahora, como está el panorama, quedarse o irse son solo dos maneras distintas de elegir morir. Y a ustedes, señores, a ustedes no sé qué decirles. Si ni siquiera podemos postular a un concurso, ¿qué podríamos esperar de la salud, la vivienda, el trabajo?
Sueño con escribir un cuento un día, en el que alguien abrumado por las filas virtuales, la espera interminable, la imposibilidad de soñar, un sábado por la noche, luego de irse de copas a alguno de esos bares baratos del centro, con el peso de la madrugada, caminando por San Antonio, se le ocurra ingresar al Departamento de Extranjería, buscar la oficina donde se apilan los papeles que enviamos con todo eso que demuestra que “vinimos a aportar”, y que con un encendedor y un poco de alcohol lo encienda todo. Sueño con la transmisión en vivo de ese momento y con la gente al otro día abarrotando las calles siendo vistos, por fin, sin debilidad y sin temor. Sueño con ese cuento, señores de cualquier ministerio, y a veces, sueño con que no es un cuento, sino un reportaje de fin de semana que me tocará cubrir en el diario en el que trabajo.