Brasil: La batalla por la educación y la primera derrota de Bolsonaro en las calles
“Tener un final feliz dependerá, por supuesto, de dónde terminas tu historia”. La famosa cita de Orson Welles viene a la mente al observar las imágenes de un Brasil de avenidas desbordadas por cientos de miles de manifestantes desde el norte hasta el sur.
El Paro Nacional en Defensa de la Educación realizado el pasado miércoles, convocado por CNTE (Confederación Nacional de los Trabajadores de la Educación, ligado a la CUT brasileña), por la UNE (Unión Nacional de los Estudiantes de Brasil) y apoyado por un sin fin de entidades sindicales y estudiantiles regionales en todo el país, se hizo notar en las capitales, ciudades del interior, en las calles, en las plazas, al interior de los colegios y universidades, registrando eventos en 198 ciudades (según datos del diario Folha de São Paulo), y solo en la ciudad de São Paulo hubo más de 200 mil, según los organizadores, aunque la policía afirma que fueron solamente 15 mil, una cifra fácilmente desmentida por las tomas aéreas de la manifestación. Aunque quizás pudo haber alguna exageración por el lado de los manifestantes, pero no se puede negar que fue una protesta inmensa, del tamaño de Brasil.
Una marea de gente movilizada contra el recorte de 30% del presupuesto a la enseñanza superior – pero que también afecta los niveles básicos y los programas de becas y el apoyo a la pesquisa científica –, y que resultó ser el tsunami que tanto temía el presidente Jair Bolsonaro.
El viernes pasado, en entrevista a los medios locales, el mandatario afirmó que una ola gigante podría afectar el gobierno esta semana, pero que su equipo estaba preparado. Quizás hizo sus cuentas basadas en un equilibrio político todavía similar al de octubre de 2018, cuando ganó las elecciones superando por más de diez puntos a Fernando Haddad y al PT (el Partido de los Trabajadores, que aún en caída libre, todavía se mantiene es el partido más fuerte electoralmente en la izquierda brasileña). ¡Grosero error! Siete meses es casi un lustro en estos tiempos de redes digitales, algo que debiera saber tras su excelente uso de esas plataformas no solo en la campaña como en la construcción de su imagen presidencial.
Pero lo chistoso es que incluso en esa dinámica del mundo donde todo cambia a gran velocidad, todavía tiene sentido la frase de Welles. Aunque nos proponemos un juego en que modificamos la última palabra, agregando una H mayúscula, con si se refiriera a esta ciencia tan peligrosa, y enemiga preferencial de los ataques de Bolsonaro a la educación. Esa Historia que es relatada a partir de documentos, del arte, de los hechos y las consecuencias que nos han legado e incluso de las preguntas que hacemos y nuestra curiosidad sobre ella. Claro está que mientras haya gente en el planeta la Historia no tendrá su fin (¡lo siento Fukuyama!), pero lo interesante es cuando vemos que hay forma por las cuales la gente de a pie también puede iniciar un nuevo contar su relato de esa Historia, y quizás también manejarla, para que sean cada vez más los que puedan ser los voceros de una nueva realidad.
Darcy Ribeiro, un importante antropólogo y político brasileño, tenía una frase bien conocida en su país: “la crisis en la educación no es una crisis, es un proyecto”. Fundador de la Universidad de Brasilia, Ribeiro sabía muy bien de lo que hablaba, y nos recuerda que destruir buenos proyectos en educación – en sus diferentes niveles – no es exactamente una novedad en Brasil. Tampoco sorprende la idea de acosar a los profesores por sus ideas, o la de dejar de invertir en determinadas áreas del conocimiento, con la excusa de que no son importantes para la vida profesional de uno. La gran cuestión del bolsonarismo y su neoliberalismo de tierra arrasada es la de defender – y sin preocuparse demasiado con los recursos retóricos para ablandar la destrucción de los derechos –un modelo por el que solo una élite intelectual podría acceder a la universidad, y reforzar el discurso de que ampliar ese acceso a otras clases sociales fue un desastre: “demasiado dinero gastado en lo que no trae resultados”, cuando el problema de Brasil son las inversiones que faltan, asfixiando la educación, la salud, la ciencia.
Pero este miércoles la historia no fue de ellos, fue de los cientos de miles de estudiantes que fueron a las calles contra ese proyecto de devolver a la educación a un pasado que ven como ideal. Cientos de miles de historias de gente que ganó protagonismo con las políticas de inclusión – que no fueron perfectas, pero justamente porque pueden ser perfeccionadas – y que ya no quieren dejar de tenerlo. El estudiante negro que ingresó gracias a las cuotas, lo que significó que mucha gente de las favelas y zonas más vulnerables del país pudiesen cursar una universidad y cambiar la historia de su familia. La chica que se juntó con tantas otras juntas y pasaron a defender más espacio a ellas en todos los cursos, además de un trato más justo y sin abusos por parte de profesores y compañeros. Historias que no sensibilizan a la extrema derecha, por lo que la gente salió a decir que no terminaron de contarlas, y que habrá lucha para mantenerlas vigentes. Tanto que el éxito de esta semana ya provocó una nueva convocatoria de la UNE brasileña, para otro Paro Nacional por la Educación, el jueves 30 de mayo, y las centrales sindicales negocian por una fecha en junio para hacer un paro general de trabajadores.
Mientras tanto, el presidente los llama “idiotas útiles” y el ministro de Educación (Abraham Weintraub) insiste en que los cortes son necesarios, y que las políticas públicas se hacen en las hojas de cálculo, no en la vía pública. El problema del bolsonarismo es que ni siquiera es una derecha con argumentos para defender sus ideas y su modelo de país (si es que realmente lo tiene), por lo que apuesta solamente a la descalificación de la divergencia. Lo ha hecho desde la campaña electoral, cuando su plataforma era acusarle a Haddad de “querer enseñar el homosexualismo (sic) a los niños”. En los últimos días, los grupos bolsonaristas en whatsapp fueron invadidos por memes tratando de desprestigiar a la enseñanza superior como un todo, diciendo que los estudiantes son todos unos revoltosos tratando de armar lío, retratando a las universidades públicas como un antro de drogas y maratonas sexuales – lo que genera toda una contradicción entre la frustración de los que crearon la mentira porque quizás soñaban con esas maratonas que piensan que existen, y los estudiantes reales muchos de los cuales quizás adorarían que esa fantasía de la derecha fuera cierta para ellos y ellas.
La hazaña de Bolsonaro fue hacer de la irracionalidad la matriz de las políticas públicas de un país con las dimensiones de Brasil. Lo burlesco se volvió política de Estado y pasó a afectara toda una sociedad, incluso los que creyeron que su proyecto anunciaba una “nueva era”, como aseguran sus más fanáticos. En ese contexto la educación se hizo el blanco principal, rehén de ministro Weintraub y de su colega de Economía, Paulo Guedes, producto de una Universidad de Chile dominada por el pensamiento único ultraneoliberal de los tiempos de Pinochet.
La de este miércoles fue la primera gran prueba de Bolsonaro como presidente, tras cinco meses de mandato, y la gente le recordó Orson Welles. Entre tantas consignas diferentes, le estaban gritando, quizás inconscientemente: aunque puedas contar el final feliz de tu historia en octubre de 2018, la Historia a lo grande sigue su curso, y nosotros queremos intervenir en ella. Al fin y al cabo, es la que cuenta, y la que será contada a las generaciones venideras. Y justamente, lo que la gente quiere contar a los del futuro es que lucharon para que ellos pudiesen tener algo mucho mejor que esta mediocridad elitista que el neoliberalismo ultraderechista ofrece.