La demagogia de Cubillos: Elementos para una oposición

La demagogia de Cubillos: Elementos para una oposición

Por: Víctor Orellana | 23.04.2019
Ya no se trata sólo de cuestionar el legado bacheletista a partir de las deficiencias -a esta altura innegables- de las reformas, sino de ir más allá: se busca poner en cuestión las demandas mismas de la sociedad que motivaron dichas reformas. Se intenta retrotraer el avance en la conciencia de los chilenos de sus derechos y las injusticias, aquellos de 2006, 2011 y la actual lucha feminista. Se quiere, en definitiva, reinstalar la idea que las personas no tienen derechos, y que deben someterse a un mercado segregado y cruel cuando se trata de su dignidad elemental.

A partir la llegada de Marcela Cubillos al MINEDUC, el Gobierno dio un giro significativo en su política en materia educacional. Si en los primeros meses primó una lógica de proyección y administración de las reformas del gobierno de la Nueva Mayoría, iniciativas tales como “Aula Segura”, “Admisión Justa” y sobre todo su reciente rechazo a corregir la gratuidad, son expresivas de un giro demagógico que hasta ahora no ha tenido contrapeso. Ya no se trata sólo de cuestionar el legado bacheletista a partir de las deficiencias -a esta altura innegables- de las reformas, sino de ir más allá: se busca poner en cuestión las demandas mismas de la sociedad que motivaron dichas reformas. Se intenta retrotraer el avance en la conciencia de los chilenos de sus derechos y las injusticias, aquellos de 2006, 2011 y la actual lucha feminista. Se quiere, en definitiva, reinstalar la idea que las personas no tienen derechos, y que deben someterse a un mercado segregado y cruel cuando se trata de su dignidad elemental.

En materia escolar, desechando cualquier tipo de debate racional, se impulsan cambios que apuntan a privilegiar la decisión de los establecimientos escolares por seleccionar a sus estudiantes (sea por “mérito” o proyecto educativo), usando a los niños del SENAME y con necesidades educativas especiales como blindaje. En educación superior observamos cómo, aprovechando las deficiencias de la política de gratuidad, el Gobierno decide profundizar los déficit que este financiamiento produce en las instituciones y que perjudica a los estudiantes más pobres del sistema, con el objeto de cuestionar la idea misma de gratuidad. Una demanda de la la sociedad -el derecho a la educación- vuelve a ser enfrentada con más endeudamiento, y entonces, la deuda reaparece como el único mecanismo de financiamiento legítimo. Para esto, nuevamente, se usa a los niños como blindaje, ahora argumentando el costo de los desafíos en educación parvularia, mientras se aumenta el “voucher” para acrecentar el mercado de los niños “vulnerables”.

¿Cuál es el significado de este giro de la derecha?

Con este giro, la derecha “moderna” es dejada de lado, primando una visión demagógica, que apunta a imitar estrategias efectistas como las de Bolsonaro o Trump. Se agitan malestares apelando a emociones básicas, y se renuncia a cualquier pretensión racional en el discurso, desbordando el típico mantra tecnocrático de los noventa. Los malestares no se enfrentan con cambios ni propuestas políticas serias; de ahí que sea el propio subsecretario de educación el más afectado con el giro de Cubillos, en su intento de construir una posición moderna de derecha en educación. Cubillos no propone una agenda clara de cambios, más allá de promesas vacías o la idea -ya demostrada como falsa- que el mercado lo soluciona todo.

Esto resulta peligroso no sólo para la educación, sino para toda la política. La derecha, al desquiciar las discusiones, más aleja a los chilenos de un debate público edificante, reafirmando la idea que la política no es más que pura demagogia. Enfrentar a la derecha hoy no es sólo entonces una bandera de la izquierda, sino de la democracia y, más en general, de toda la política como espacio de autodeterminación de la sociedad.

¿Cómo enfrentamos a esta derecha?

Frente a este discurso, no basta con defender corporativa y acríticamente las reformas del gobierno anterior. La reforma educacional, aunque significó en varios casos avances parciales y tranquilidad para quienes reciben subsidios, no terminó con el mercado educativo y, por lo mismo, no terminó con el malestar social con la educación. Parapetarse en su defensa no es una respuesta suficiente, en la medida que el dolor de la sociedad con la educación sigue existiendo. Aunque por supuesto los avances deben defenderse, de otro modo los dolores se agravarán, lo central es la disputa por el tipo de solución que se da a los malestares que siguen vivos.

Tampoco basta con la defensa moral, con apelar a un gastado “todos contra la derecha” que hoy no resulta significativo para buena parte del país. Más allá de la poca credibilidad de las viejas figuras concertacionistas que, con una amnesia impresionante, ahora se ponen del lado de todas las causas sociales posibles, el discurso moral resulta inefectivo porque el Chile actual no nos muestra la oposición de dos bandos claramente delimitados como ocurría en los ochenta, sino más bien un amplio territorio en disputa que no tiene lealtades políticas sólidas, sea con la derecha o incluso con el Frente Amplio. Un discurso moral, entonces, es uno que divide entre ciudadanos buenos y malos y que, a priori, pone techos muy bajos para construir mayorías y ser audibles ante sectores del pueblo donde esas categorías simplemente no son válidas.

Menos eficaz todavía resulta una suerte de nostalgia noventera del poder tecnocrático, cuando bastaba una carta de expertos para cerrar debates sociales y construir verdades. Más allá de que la tecnocracia no ha sido nunca una defensa ni de la razón ni de la ciencia -sino al revés, un interés de poder que justamente tuerce la razón y manipula la ciencia-, hoy el malestar ciudadano es real y la atención a los asuntos públicos cada vez más amplia, por tanto, expulsar a los ciudadanos de las discusiones políticas es todo lo contrario a lo que tiene que hacer la izquierda. Enfrentar a la derecha no supone expulsar a las personas de la asamblea pública porque “no entienden”, sino al revés, disputar sus cerebros y sus corazones de una mejor manera. Una izquierda antipopular es precísamente lo que la derecha espera.

Así, cuando se responde a la derecha de una de estas tres formas, simplemente se sigue su partitura. Las fuerzas democráticas se ubican en distintas periferias -en el cómodo terreno de los “expertos”, en sus círculos sociales convencidos, o en las burocracias viudas del gobierno anterior-, dejando el escenario principal -la sociedad- abandonado para que la derecha juegue sola.

El problema de fondo es que los malestares que agita la derecha son reales, y su raíz se encuentra no en la reforma anterior, sino en un modelo social y económico que no ha sido discutido. El parteaguas fundamental es cómo abordar estos problemas: si con un proyecto autoritario de mercado o reponiendo el incompleto proyecto de democratización social y política del país. Es el disenso que la transición, en lugar de abrir, cerró todo el tiempo que pudo. Pero iniciado un nuevo ciclo, con fuerzas emergentes en el parlamento, y reordenamientos en todo el sistema político, el liderazgo y la interpretación del malestar lo ejerce la derecha. En la discusión en educación este disenso es claro: un intento de volver y profundizar el mercado, por la vía de argumentos demagógicos e irracionales; o la reconstrucción de la educación pública democrática, gratuita y de calidad, como planteara la sociedad en 2006 y 2011.

Para enfrentar efectivamente a la derecha, las fuerzas democráticas deben tomar iniciativa y convocar a una unidad amplia, sin sectarismos. Pero una unidad que mire al futuro, no al pasado. Y ello implica retomar la iniciativa social, volviendo a las calles, al mismo tiempo que se actúa en la institucionalidad con una agenda legal propia, sin limitarse a responder al gobierno. Debemos combinar lucha social y política para, ante la demagogia derechista, proponer cambios reales, disputando el sentido común. Por ejemplo, en admisión, hemos de salir de la trampa de cómo administrar la escasez de buena educación (si con copago, notas o algoritmos), asumiendo de una vez por todas el objetivo de que todos los liceos y colegios públicos deben ser de excelencia; en educación superior, debemos proponer cómo corregir la gratuidad, precísamente para defenderla como principio, además de dar respuestas reales a millones de endeudados que siguen esperando; y en un sentido transversal, debemos transformar en cambios concretos las esperanzas de la sociedad sobre una educación no-sexista.

Si algún juicio histórico ha de hacerse de las fuerzas emergentes, es si son capaces de transformar las luchas sociales que las alumbraron, en una nueva política para el país. Son inútiles las disputas intestinas con la otra parte de la oposición; apuntar, para públicos cercanos y convencidos, quién es más o menos de izquierda. Ya pasó la hora de criticar a la vieja Concertación, es el momento de superarla. Se requiere una amplia unidad para construir esa alianza social y política democrática que la transición impidió: un nuevo bloque histórico. Esta fuerza ha de construir una mayor densidad intelectual, política y social, al calor precísamente de enfrentar a la derecha y su giro irresponsable. Debe rescatar la razón en la época de la posverdad; rescatar la política como debate racional ante el ruido mediático efectista; y reponer en el seno de la sociedad la esperanza como emoción fundamental en lugar del miedo. Sin las nuevas fuerzas, esto es imposible. Pero sólo con ellas también. Caminar hacia esa nueva síntesis es posible en la lucha educacional, si superamos sectarismos y nostalgias por igual. No perdamos más tiempo.