La bomba de Gabriela Bussenius en el cine chileno

La bomba de Gabriela Bussenius en el cine chileno

Por: Mónica Ramón Ríos | 16.03.2019
Contrario a lo que escribieron los historiadores del cine, Gabriela Bussenius tenía 30 años, y no 17, cuando dirigió La agonía de Arauco o el olvido de los muertos en 1917. Esta información cambia varias interpretaciones sobre la historia del cine chileno.

Poco sabemos sobre el cine mudo. Cada tanto, se encuentran nuevas películas y evidencias que cambian la apreciación de esos primeros años. Chile no es una excepción, aunque quienes estudiamos y escribimos sobre el periodo sabemos que los inicios de la industria cinematográfica en Chile están llenos de eventos excepcionales. Por ejemplo, es relativamente conocido que hubo tres mujeres dirigiendo películas entre 1917 y 1929, todos ellos largometrajes de ficción. Recientemente la prensa ha dedicado varios reportajes a la primera de ellas, Gabriela Bussenius (también conocida como Gaby, Gabriela von Bussenius y Gabriela Bussenius Vega), con la intención de plegarse a la ola feminista que ha tomado, incluso, a los medios tradicionales y a los políticos conservadores.

Hay algo, no obstante, que se hace invisible en estos reportajes: Bussenius firmó cuentos, escribió un guion, dirigió un largometraje, creó revistas y manejó las cámaras en la productora que compartía con su hermano en un periodo en que las mujeres no podían firmar contratos ni manejar sus ganancias y sueldos. De hecho, en el contrato donde Bussenius negocia los derechos de adaptación de su argumento, firma su pareja, el camarógrafo Salvador Giambastiani, y los socios productores. En ninguna parte está su firma que, como la de un niño, no tenía validez legal. Asimismo, se olvida que Gabriela usó su experticia con las cámaras como socia en la productora Andes Films con su hermano, Gustavo Bussenius. Se calla también que Gabriela dejó el negocio después de la muerte de Giambastiani en 1921, y del asesinato de su hermano mientras grababa las protestas contra Ibáñez, además del allanamiento de la productora por las fuerzas militares.

Pero eso no es, ni por poco, el único ninguneo que recibió Gabriela. Los variados historiadores mencionan la posibilidad de que ella no haya dirigido el filme La agonía de Arauco o el olvido de los muertos. Carlos Ossa, por ejemplo, desestima el largo de ficción, pero alaba la cámara de Giambastiani Recuerdos del Mineral El Teniente, también cámara de La agonía de Arauco. Alicia Vega, Jacqueline Mouesca y Carlos Orellana escriben que ella no fue la directora porque tenía apenas diecisiete años, sin tomar en consideración que el argumento del filme gira en torno a una mujer que crea un vínculo con un niño mapuche, prefigurando lo que Gabriela Mistral escribió en Poema de Chile. Es difícil acceder a los documentos relacionados con la película, pues los archivos de cine están plagados de sobres vacíos, incluyendo uno que contenía el guion de la película.  

Hace unos años, mi investigación sobre las mujeres del cine mudo me llevó a conversar con Daniela Bussenius, la tataranieta de Gustavo que había empezado su propia investigación sobre el archivo familiar. Le dije que tenía mis serias sospechas sobre la edad de Gabriela Bussenius, en particular por la estrategia desplegada en el estreno de la película. La agonía de Arauco o el olvido de los muertos fue el primer largometraje creado con el objetivo de sentar las bases de una industria para el cine de ficción nacional. El argumento de la película era una propuesta potente y, según nos cuenta Mario Godoy, osada. Al estreno estaba invitado el presidente de la República, el conservador Juan Luis Sanfuentes, y su familia, insistiendo así que el cine era parte de un movimiento modernizador de carácter nacional. Pero el argumento de la película instalaba una bomba en ese proyecto de modernización. Nos cuenta Godoy que, hacia el final de la historia, en uno de los carteles aparece una voz que insta al niño Catrileo (ese era su nombre, y qué mejor momento para recordarlo que ahora) a rebelarse contra los chilenos que asolan sus tierras.

Gracias al trabajo colaborativo de Daniela Bussenius, que ha rebatido varias interpretaciones de aquellos años al descubrir la historia de su familia, y a Florencia Correa, que me ayudó en una parte de la investigación, buscamos su acta de nacimiento. Gabriela Bussenius Vega, hija del ingeniero alemán Luis Bussenius y de la chilena Teresa Vega, nació en junio de 1887. Es decir que, en abril de 1917, cuando se estrenó La agonía de Arauco o el olvido de los muertos, Gabriela tenía 29 años y no 17. A contrapelo de lo que afirman los historiadores del cine, el trabajo literario y cinematográfico de Gabriela no fue producto de la inducción de un marido con apellido extranjero y de un hermano talentoso, sino de una mente excepcional y, digámoslo, arrojada. Si hubiera nacido en 1899, como se cuenta en los libros y webs de historia del cine mudo o en las páginas de ancestros, Gabriela habría publicado sus primeros cuentos a los catorce años, dirigido una película a los diecisiete y se habría casado a los dieciocho. En cierta manera, ser una niña replicaba la idea de que todas las mujeres en esa época, y hasta bien entrado el siglo XX, eran infantilizadas, incapaces no sólo de firmar documentos, sino también de escribir guiones y dirigir equipos técnicos.

Como toda historia, la del cine chileno y la de las mujeres está plagada de silencios que legitiman versiones en base a los pocos documentos que podemos acceder. No es difícil imaginar por qué tampoco hubo interés en investigar más a fondo; tal vez tenga que ver con el tipo de historia que se estaba escribiendo, erigida sobre unos cuántos n(h)ombres. En 1917, Gabriela era una creadora experimentada y sabía exactamente lo que estaba haciendo: una película para inventar una industria cinematográfica y una fuerza en contra de un modelo nacional conservador que reprimía a mujeres y a mapuches por igual. La historia que se escribió, y que hoy se reescribe, prueba que su estrategia tenía razón de ser y que el cine, como una tecnología experimental, abrió momentáneamente ese espacio, uno que la historiografía se encargó de cerrar. Gabriela quiso poner una bomba discursiva que no explotó de la manera que quiso, pero que ahora sí vamos a hacer detonar.