Desde el 8M del 2019, la revolución es
El 8 de marzo ya no es, simplemente, otro día en el lento proceso de vuelta de vacaciones. Tampoco es el momento cuando empleadores, colegas, parejas y familiares agasajan a las mujeres de la casa o la pega con chocolates y rosas. El ocho de marzo fue todo eso, pero hoy, hoy es mucho más. Como llamó la activista feminista Camila Vargas de Antofagasta a sus hermanas de todo Chile a minutos de haber terminado la movilización: “somos históricas, cabras”. Cuánta razón tiene.
El 8 de marzo del 2019, celebramos tanto la muerte de las antiguas costumbres, y el nacimiento de una futura utopía. Sin embargo, las tradiciones tiran, y aún se puede ver todo tipo de fauna que, en otros contextos, estarían en un zoológico moral. Algunos políticos, decanos, esposos cavernarios continúan gruñendo sobre cuándo se celebrará oficialmente a los varones, o por su derecho de utilizar el día de la mujer como desesperado segundo San Valentín; mientras que otr@s patud@s que llamaron a no marchar hoy se suben al carro de la victoria.
Afortunadamente, la selección natural parece estar haciendo su trabajo y, como monos con cuchillos, cada comentario o actitud machista o misógina termina con alguno de los primates muertos o gravemente heridos en su vida política o cívica. Ejemplos: la pregunta del presidente Sebastián Piñera sobre cuándo es el día del hombre fue respondida por Cecilia Morel con un rotundo “¡tuvieron siglos!”. Por otra parte, la Ministra de la Mujer Isabel Plá, quien dijo que “paralizar no refleja cómo las mujeres han movilizado el mundo” ayer tuiteaba – fresca como una lechuga – lo contenta que estaba con la protesta. “Oportunista” y “no te cuelgues de una marcha que nos pediste a todas que no hiciéramos”, fueron algunas de las reacciones que recibió.
Volviendo a la parte civilizada y esperanzadora, hoy son miles las mujeres valientes dejando sus pasos, voces, publicaciones y tiempo en las calles y muros físicos y virtuales del país; en la lucha por el verdadero y justo reconocimiento de su condición humana. Han transformado las conversas para fumarse un pucho, el relajo después del almuerzo, los cafés o happy hours después de la pega en espacios de sororidad y necesario pelambre (o sanción social) de los energúmenos aún sueltos mencionados en el párrafo anterior. Estas mujeres han teñido de un color violeta feminista las calles, los salones, las redes sociales, pero, aún más profundamente, las ideas, los prejuicios y los miedos. Las mujeres ahora responden a las miradas o comentarios que las desvisten y, con un par de palabras, intercambian lugares con el acosador de turno quien, al verse moralmente desnudo, arranca avergonzado de vuelta hacia su manada. Las mujeres ahora denuncian aquellos reyecitos acostumbrados a explotarlas, se ríen fuerte; insumisas y liberadas caminan y se visten como se les da la gana, defienden su cuerpo de iglesias y moralinas.
Pero este 8 de marzo, las mujeres no sólo lucharon por ellas, sino que también por tod@s los oprimidos. Voces femeninas denuncian lo barbárico en nuestro trato a personas transexuales, a discapacitados, a jubilados, a inmigrantes, a poblador@s de campamentos y a los pueblos originarios. Es decir, las mujeres luchan por todos los olvidados por el modelo chileno heteropatriarcal, capitalista, neoliberal, que en lugar de jaguar hoy es el gato con tiña latinoamericano, o borrachín escandaloso de los países OCDE. Bajo la bandera violeta hay lugar para todas las luchas reivindicativas, porque los siglos de injusticias las han hecho empáticas hasta la médula. ¿Cómo no defender a quienes se les estigmatiza por sus condiciones físicas, demográficas y económicas, cuando cada día una mujer es evaluada por como se ve, cómo vive, y su capacidad para hacer su trabajo sin chistar? ¿Cómo no empatizar con quienes se ven bajo un peligro continuo, cuando cada día mujeres son asesinadas por parejas y amantes? El dolor que antes las paralizaba, ahora las hace más fuertes, y desde esa fortaleza avanzan los logros sociales. En un lienzo se leía “nos han quitado tanto, que también se llevaron el miedo”. Por tanto, las mujeres sin nada más que perder, sólo pueden ganar.
Pasado ya el gran día donde nombres de grandes mujeres se rescatan del olvido, quisiera proponer el recordar a quienes durante años, meses y semanas han trabajado por deconstruir y reconstruir el país bajo un símbolo blanco, azul y violeta. Este color no es antojadizo, puesto que, en las palabras de la activista Emmeline Pethick, “el violeta, color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto, simboliza su conciencia de la libertad y la dignidad". Así, hoy las mujeres recuperan su legítimo dominio sobre todo lo que consideren necesario, plantando banderas de úteros en espacios históricamente fálicos.
Gracias a todas ellas, a las que han trasnochado diseñando gritos o afiches; a quienes tienen las manos llenas de engrudo; a quienes se dejaron la voz en las marchas, entrevistas o conversas sobre la movilización; trataron de civilizar a un colega, taxista o familiar; a quienes repartieron panfletos; a quienes fueron a reuniones; a quienes escribieron columnas; compartieron publicaciones; denunciaron acosadores; apoyaron a mujeres desconocidas y alzaron la voz ante violencias de todo tipo. A todas ellas, mujeres trabajadoras violetas en espíritu revolucionario, gracias por traernos la utopía varios kilómetros más cerca. “La revolución será feminista o no será”, dice la famosa frase; y es por eso que hoy, a poco después del histórico 8 de marzo del 2019, la tan anhelada revolución finalmente es.