Pinochetismo Humanitario
No es casual que las izquierdas se hayan declarado defensoras de los DD.HH. al tiempo que caía el Muro de Berlín a fines de los años 80. El abrazo al discurso de los DD.HH. resultó inversamente proporcional al abandono de todo proyecto emancipatorio. Mas aún: tal abrazo convirtió a la izquierda en progresismo, sustituyó al socialismo por la noción de democracia, la revolución por el gobierno y, como decía Tomás Moulián en su célebre Chile actual. Anatomía de un mito, convirtió la otrora política de la confrontación en una de administración.
El fin de la historia se hizo de la historia, asalto a plena luz del día por parte de una oligarquía militar-financiera global contra los relatos que habían ofrecido un horizonte emancipatorio a buena parte de la política del siglo XX. Convertida en progresismo –en eso consistió la “renovación socialista”- la otrora izquierda se volvió acérrima defensora de los DD.HH. y, con ello, economizó todas sus categorías políticas volviendo imposible una crítica al nuevo “régimen de verdad” de la gubernamentalidad neoliberal.
No hay reivindicación de los DD.HH. por parte del nuevo progresismo sin el despliegue de la sociedad neoliberal; y, a su vez, no habrá dicho despliegue sin que el propio progresismo haya pagado sus cuentas con la historia, dejando de lado su carácter de “izquierda” y su horizonte emancipatorio. Sólo así, el progresismo fue sólo una fuerza que profundizó ciertas transformaciones al interior del nuevo régimen de verdad sin jamás ponerlo mínimamente en cuestión.
Pero hoy, cuando la derecha chilena puede declararse, a la vez, “pinochetista” y “defensora de los DD.HH.”, ese progresismo, oportuno sobreviviente de la debacle de sus propios imaginarios, quedó desprovisto de todo proyecto, de toda crítica política, que no sea el cliché moral acerca de qué sector sería más humano y cuál sería más asesino. Finalmente, tal cliché termina siempre donde comenzó: en la reconciliación nacional, en el perdón a medias, en la extensión incondicionada de la impunidad en cuanto consolidación del nuevo Pacto Oligárquico de Chile.
Cuando la derecha realiza tal oxímoron (anudar en un solo discurso dos elementos constitutivamente incompatibles), en realidad está poniendo en juego una verdadera operación política que consiste en constituir lo que el viejo Herbert Marcuse denominaba “sociedad sin oposición”, es decir, la capacidad del discurso dominante por cooptar todo discurso que implique una negatividad, integrándolo a la positividad del sistema (una oposición política) para despotenciarlo; o lo que el también viejo Carl Schmitt en su momento llamó “neutralización”, esto es, el efecto de despolitización radical proveído por la sustitución del “enemigo” político por el “concurrente” económico proveído por el discurso liberal.
En otros términos, la estrategia de unir “pinochetismo” a “DD.HH.” constituye la estrategia política que deja al progresismo desprovisto del único discurso que pudo enarbolar: el de los DD.HH. como una oposición acérrima a la derecha pinochetista, otrora reivindicación de la democracia (al precio que fuere) en perfecto rechazo a la dictadura cívico-militar.
Se trata de una operación orientada a la desarticulación del progresismo. Si los DD.HH. constituían el último reducto de la oposición, ahora los poderes de turno harán de ellos el puntal de su dominio. No habrá más oposición y, el progresismo que pensaba que tenía un patrimonio discursivo para sí, se muestra enteramente vacío, expropiado hasta de sus discursos más “burgueses” que le impidieron pensar e ir más allá de la situación en que vivimos.
Por cierto, no se trata de situar a los DD.HH. como “causa” de la transformación de la izquierda en progresismo, sino mas bien, de apuntar a ellos como un síntoma de una eficaz descomposición. Porque los DD.HH. que se “defienden” se volvieron un cliché que enrostra su faz más monstruosa: la que considera a la vida como sagrada. Justamente la premisa con la que juega todo poder. En el reducto de la sacralidad que el progresismo asumió a-críticamente es donde el discurso de los DD.HH. se muestra cómplice del poder que supuestamente pretendía limitar (el “pinochetismo”).
Que el discurso de los DD.HH. pueda ser usado por el poder que sistemáticamente los viola ha sido porque de ellos, el progresismo, los convirtió en dogma. Y tal dogma se constituyó porque dicho discurso llevaba consigo la noción de la vida sagrada que el progresismo jamás puso en cuestión. Había que defender los DD.HH. en dictadura y en democracia, por cierto. Pero no al precio que acabar con todo el proyecto emancipatorio, no al precio de hacer del discurso de los DD.HH. una metonimia que podía funcionar de consuelo mientras la suerte estaba dramáticamente echada.