El relato de un periodista brasileño en Caracas: "La realidad es durísima, pero no hay una tragedia humanitaria"
Si uno compara la calidad de vida del ciudadano promedio en Venezuela con la de un alemán, es como si el primero viviera en el infierno. Pero si esa comparación la haces con un ciudadano egipcio, keniata o indiano, es como si viviera en el cielo.
Es la mejor forma de describir a esta Venezuela que vive una aguda crisis económica, pero que a la vez es blanco de esa fake news de que su situación es de tragedia social, la cual necesitaría una supuesta ayuda humanitaria.
Como se sabe, Caracas es la capital del país y cuenta con aproximadamente 5 millones de habitantes, entre los cuales concentra una gran parte de la clase alta de la nación, pero también inmensos sectores de pobreza.
Ese escenario de desigualdad no es resultado del chavismo. Antes de Chávez, los cerros de Caracas eran conocidos por la falta de abastecimiento de agua, al igual que una gran parte de Kenia. Actualmente, hay una eventual crisis de abastecimiento, pero el agua llega hasta allá.
Antes de la llamada Revolución Bolivariana, había mucha gente durmiendo en las calles de Caracas, como en Mumbai, en la India. Hoy ya no es así. Es muy difícil encontrar a alguien durmiendo en las calles o debajo de puentes y viaductos de la ciudad. El programa Misión Vivienda entregó casi 3 millones de casas, lo que en un país de 32 millones de habitantes parece ser suficiente para dar una buena solución a este problema. Y mantenerlo resuelta, pese a la profunda crisis económica.
Caracas no es una ciudad organizada, pero está lejos de ser Cairo. Sus avenidas centrales son bien cuidadas, el tránsito fluye y aunque es muy peligrosa en términos de delincuencia hay policía en todos lados.
En resumen, la ciudad que yo visité por estos días, tras 12 años de mi última visita, es una capital encarando el desafío de reorganizarse tras una feroz crisis económica, la que fue generada por tres razones principales: el bloqueo económico estadounidense (que tuvo inicio en el año 2014), la enorme dependencia del petróleo y la caída de los precios de ese producto a nivel internacional, además de los errores de la gestión de un oficialismo que ya ejerce el poder hace 20 años, y que por lo tanto no puede pretender ser ajeno a lo que sucede.
Entre otras problemas uno que hizo que con esa crisis se volviera más grave es que Venezuela importa casi todo lo que consume, sean legumbres, cajas de fósforo, cepillos dentales y sobretodo cualquier tipo de medicina, incluso un simple anti inflamatorio.
Esa ultra dependencia hace que la calidad de vida de la gente sea muy afectada. Las personas suelen comer menos de lo que necesitan. Sin embargo, también hay que decir que el gobierno actúa para paliar esta situación, distribuyendo 6 millones de canastas básicas al mes e invirtiendo pesadamente en la producción agrícola local.
La inflación en el país alcanza niveles pornográficos, para usar la expresión que se hizo famosa con Delfim Neto (ministro de economía durante el periodo dictatorial brasileño, entre 1967 y 1974). Cambiar 100 dólares por allá sin llevar una mochila o al menos una bolsa no es una buena idea.
Los salarios son indecentes. En general, no más de 20 o 30 mil bolívares. La cerveza del hotel donde estuve hospedado costaba 3 mil, lo que equivale a 1 dólar. Es decir, un trabajador venezolano promedio gana un sueldo mensual de 10 dólares, lo que incluye a profesores y periodistas.
Sin embargo, los muchísimos programas sociales creados por Chávez y mantenidos por Maduro impiden que la gente viva en situación caótica.
Quédate tranquilo, porque si vas a Caracas no vas a encontrar escenas de gente muerta de hambre y escuálida pidiendo ayuda por las calles, como en gran parte de los países de África, en la India o en Haití.
De todas formas, la situación actual se volvió infernal para una gran parte de la clase media. Quienes viven de su sueldo y son profesionales están viviendo muy por debajo de lo que solían hacer. Incluso los que tenían una renta extra por vivir del arriendo de uno, dos o tres inmuebles, por ejemplo, hoy sufren para llegar a fin de mes. Un departamento que costaba 150 mil dólares hoy vale 30 mil, y no se encuentra quien quiera arrendarlo por 50 dólares.
Para los de abajo la vida está dura, pero quien tiene más de 40 años sabe que ya fue mucho peor, un infierno, y que es mejor tratar de salir de ahí que volver al período anterior.
Venezuela se encuentra ante una situación compleja, pero ni de lejos vive una realidad que justifique una intervención extranjera. En Honduras y Paraguay, países vecinos que fueron víctimas de golpes recientes promovidos por la derecha, se vive mucho peor.
En la semana pasada, cuando le avisé a mis amigos que iba a Caracas, lo que más me dijeron fueron frases como “te volviste loco” y “tenga mucho cuidado”. Por eso les digo de verdad que esperaba que esos días serían mucho peores.
Por supuesto que me llena de tristeza ver el deterioro de la calidad de vida por aquí. El país tuvo días mucho mejores con Chávez. Pero igual me quedo con cierto alivio al constatar que el monstruo es menos feo de lo que me habían contado.
Si Venezuela se salva del ataque pretendido por los Estados Unidos, y con la retomada del precio del petróleo y los resultados de las grandes inversiones que se están haciendo en favor de la soberanía alimentaria, es posible que logre retomar un camino de crecimiento y volver a ser un lugar mejor para una amplia mayoría de su gente.
No lo será para todos, porque su rumbo no es el de un capitalismo de mercado. Lo que se suele llamar bolivarianismo tiene fundamentos que no son buenos para la clase media alta y para los ricos.
La cuestión ahora es saber si las amenazas y chantajes de Trump se van a concretar. Si eso llega a ocurrir, seguramente Venezuela caminará hacia un escenario de tragedia humanitaria, como pasó con Afganistán, Libia e Irak. Y al igual que pasó con esos países, dejará de ser noticia en los grande medios.
Lo cierto es que la verdad sobre Venezuela está lejos de ser lo que uno ve en los noticieros. La verdad ha sido asesinada, con la intención de crear el escenario de conquistar una inmensa reserva petrolífera. Y hay incluso gente muy buena que se ha tragado ese relato.
Es durísima la vida de la gente en Caracas. La crisis es en serio, pero está bastante lejos del escenario de catástrofe social que pintan algunos medios. Los que hablan de la gente que come de la basura para comprobar aquella tesis no conocen el Brasil de los años anteriores a Lula da Silva, ni nada del mundo actual más allá de Miami y algunos países primermundistas.
Muchos amigos venezolanos me dijeron que esas escenas de miseria más explícita sí existen, pese a que yo no las haya visto en ningún momento.
Triste es saber que eso sucede, pero aseguro que no es algo tan común como los medios comerciales suelen decir. De hecho, me pareció menos común de lo que uno puede ver en São Paulo o Río de Janeiro, donde hay miles de personas comiendo de la basura y viviendo en las calles.
No amigos, Venezuela no necesita ayuda humanitaria gringa, ni mucho menos brasileña. Hay muchos, pero muchos países en condiciones perores. Muy peores.
*Texto publicado originalmente en el siguiente link.