Qué incómoda que eres, democracia

Qué incómoda que eres, democracia

Por: Esteban Celis Vilchez | 28.01.2019
La democracia es una sola. No admite soviets, tribunales populares o justicias sometidas al poder ejecutivo; no admite a sujetos que por derrocar a un ser nefasto como Batista luego gobiernan por más de 40 años y con un partido único. Aunque incomode, la democracia supone libertad de expresión y una ciudadanía participativa; pluralidad de partidos y alternancia en el poder. Eternizarse en el poder, exceder de un plazo prudente, es en sí mismo antidemocrático. Tampoco ayudan a las democracias su secuestro por los capitalistas, que imponen los candidatos y las políticas públicas que hunden a los pobres en una pobreza más honda y que multiplican una explotación inhumana de las personas, en sistemas políticos donde ser candidato supone ser millonario o rendirse a los millonarios.

La situación en Venezuela actúa, en nuestro país, como un desmaquillador que, en la última hora de un ajetreado día, deja frente al espejo el rostro verdadero y desnudo de todos los que se sitúan desde la derecha a la izquierda, demostrando muchas veces que el amor a la democracia es un amor con condiciones y letra chica.

La democracia es un asunto de convicciones y adherir a ella supone estar dispuestos a que en ella sean nuestras convicciones las que resulten derrotadas si no somos capaces de persuadir a una mayoría. Fuera de ciertos valores y principios que no pueden estar sujetos al juego de la mayoría, como los derechos humanos de todos y principios formativos esenciales de un Estado de Derecho, los que amamos auténticamente la democracia debemos estar dispuestos a someternos a ella, aunque perdamos. En lo personal, lamento profundamente que nuestro país sea gobernado por Sebastián Piñera y que nuestra vocera de gobierno sea una persona de pensamiento tosco o que nuestro Ministro de Relaciones Exteriores, para referirse a Maduro, use una frase sobre burros y rebuznos, dando cuenta de una elegancia diplomática digna de pichanga de barrio. Pero fui minoría. No por ello, no por serlo, dejo de reconocer que Piñera es un presidente legítimo y el único chileno que cuenta con mi apoyo para reconocerlo como tal si alguien quisiera disputarle el cargo.

En todo este asunto de Venezuela, intervienen personas de todas clases. Veamos quiénes son y si creen en lo que acabo de plantear, esto es, que la democracia vale por sí misma y no en caso de que me convenga.

El papa pide una solución justa y pacífica para Venezuela. Es el jefe político de un Estado completamente autoritario, verticalista, misógino y cuyo distintivo reciente ha sido la ocultación permanente de crímenes sexuales contra niños y niñas, porque antes se dedicó más bien a combustionar disidentes y combatir la ciencia. Su amor por la democracia no es fácil de creer.

Jorge Tarud, quien se ha manifestado dispuesto a ser candidato a la presidencia si el pueblo lo pide – presiento que no lo hará –, solicita al gobierno la expulsión del embajador de Venezuela, sobre la base de que el gobierno de Maduro “ya no es gobierno”. Y no lo sería porque Guaidó, con apoyo estadounidense, se autoproclamó tal. Tarud es de los que creen en las autoproclamaciones, que, por definición, son la antítesis de la democracia.

Estado Unidos… no, qué cansancio… Mejor leer los archivos de la Comisión Church, o repasar la historia acerca del derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 o del de Allende en 1973. Estados Unidos ama a Estados Unidos, no a la democracia.

Mariana Aylwin es notable. Como si su apellido no obligara por sí solo a pensar en golpes de estado contra un presidente chileno que tuvo que ser víctima de bombardeos y morir en La Moneda, señala en La Tercera que las Fuerzas Armadas no pueden hacer oídos sordos al clamor del pueblo venezolano. Digamos un par de cosas. Las Fuerzas Armadas no son garantes de ninguna institucionalidad ni deben entrometerse en política de modo alguno, al menos en una visión democrática de la vida. Deben ser observadoras. Solo tienen el monopolio de las armas a cambio de que el campo de las ideas sea exclusivamente civil. De otro lado, ese llamado ¿no es dramáticamente similar a los que se hicieron en 1973, abierta o implícitamente, por la propia DC en que se padre desempeñaba un papel protagónico? El militarismo desembozado de Aylwin explica por qué hasta la DC se le convirtió en algo “demasiado izquierdista”.

Ignacio Walker, expresidente de la DC, señala que gracias a las definiciones que deben adoptar los partidos políticos ante la situación de Venezuela, es posible ver con claridad al partido comunista y al Frente Amplio como antidemocráticos y que ahora sabemos quién es quién. Dice que la “democracia cristiana está clarita, no hay doble estándar”. Se refiere a un partido que ya nunca podrá sacudirse su abierta simpatía por el golpe de Estado de 1973, al menos en un comienzo. Se refiere a un partido que esperaba que los militares les entregara el gobierno y que, tras la decepción de que ello no ocurriera, entonces sí que se convirtió en oposición. Se refiere a un partido que es objeto de memes y bromas porque es sinónimo de indecisión, indefinición y vacilaciones, que partió como partido progresista y hoy es casi un partido de gobierno.

Patricio Navia, comentarista político, sugirió en twitter que era mejor un plebiscito sobre Maduro antes que elecciones libres, no sea que en estas pudiera ganar Maduro. Una persona que prefiere plebiscitos a elecciones libres y que usa la democracia como un instrumento para bloquear a alguien en lugar de uno que permita indagar sobre la voluntad de un pueblo, nos da señales claras de su voluntad democrática.

Cecilia Pérez, vocera de gobierno, entiende que el pinochetismo es parte de la diversidad. Creo que eso es suficiente como para entender su concepto de la democracia.

 ¿Y Maduro?

Maduro está en el centro de esta gravísima crisis. Asumió como presidente tras las elecciones del 14 de abril de 2013. En las elecciones parlamentarias de 2015, fue la oposición la que obtuvo la mayoría y el control del poder legislativo. La decisión, en 2017, del Tribunal Supremo de Justicia, de ejercer las funciones de la Asamblea Nacional, fue considerada por esta y por la Fiscalía General como una ruptura de la constitucionalidad y como un autogolpe. En las elecciones de 2018, en las que no participó la oposición, Maduro fue nuevamente elegido para el período 2019-2025, si bien estas elecciones han sido cuestionadas en cuanto a su legitimidad por organizaciones como la OEA.

La pregunta tiene que ver con si Nicolás Maduro está poniendo a Venezuela, a los venezolanos y a la paz por sobre todas las cosas, o a sí mismo. El asunto es lo suficientemente complejo como para que en una discusión de gente informada puedan darse buenos argumentos en apoyo o rechazo a Maduro. Pero hay algo que debiera estar fuera de discusión: la democracia como forma de resolver conflictos. Si no hay manera de resolver el problema, si los argumentos políticos y jurídicos pueden ser atendibles a cada lado de la mesa, ¿por qué no tener al pueblo como árbitro? La democracia es un procedimiento para resolver pacíficamente conflictos. ¿Por qué no usarlo en vez de estar llamando a las armas para que se sienten a uno u otro lado de la mesa?

¿Acaso es imposible organizar una elección abierta en un plazo de 90 días? ¿Acaso no es factible que ingresen todos los observadores internacionales y que se sigan todos los protocolos mundialmente aceptados que impidan la más mínima duda sobre la legitimidad de los resultados? Mi duda con Nicolás Maduro es por qué se empecina en gobernar cuando el Tribunal Supremo de Justicia se ha desnaturalizado al punto de asumir las funciones de la Asamblea Nacional, lo que es demostración clara de que el entramado institucional se ha desmoronado. La Asamblea Nacional, por su parte, declarada en desacato, debería también renovarse en elecciones libres. ¿Por qué no someterse todos a la decisión del pueblo? Cuando Guaidó o Maduro hablan de democracia y de representar a la mayoría, no demuestran mucha convicción: uno, porque se autoproclama; el otro, porque jura como presidente ante el Tribunal Supremo de Justicia, como si fuera lo más normal del mundo.

La democracia es una sola. No admite soviets, tribunales populares o justicias sometidas al poder ejecutivo; no admite a sujetos que por derrocar a un ser nefasto como Batista luego gobiernan por más de 40 años y con un partido único. Aunque incomode, la democracia supone libertad de expresión y una ciudadanía participativa; pluralidad de partidos y alternancia en el poder. Eternizarse en el poder, exceder de un plazo prudente, es en sí mismo antidemocrático. Tampoco ayudan a las democracias su secuestro por los capitalistas, que imponen los candidatos y las políticas públicas que hunden a los pobres en una pobreza más honda y que multiplican una explotación inhumana de las personas, en sistemas políticos donde ser candidato supone ser millonario o rendirse a los millonarios.

La democracia incomoda. Maduro puede organizar todo de otro modo con un desafío simple y sencillo: preguntarle a Venezuela. Pero Guaidó no puede pretender tener la respuesta. Pedirle elecciones a Maduro me parece sensato y razonable; llamar a los militares, deleznable.

Como dijo una amiga, no ser partidario de Maduro no significa alentar un golpe de Estado. No soy partidario de Piñera, pero si quisieran derrocarlo, sería uno de los que me opondría con toda convicción.