Frente Amplio: Un balance crítico y tres desafíos con sentido de urgencia

Frente Amplio: Un balance crítico y tres desafíos con sentido de urgencia

Por: Oscar Menares | 18.01.2019
La pelea chica está consumiendo no solo las posibilidades de proyectar con éxito los próximos desafíos electorales, sino que además pone en riesgo el respaldo de la ciudadanía y con ello la continuidad de la coalición como proyecto de transformación.

El año que termina estuvo marcado por un conjunto de acontecimientos que marcaron la agenda y que reflejan los serios déficits en la conducción política frenteamplista. El caótico arribo de nuestra bancada, se vio agudizado por la incapacidad de las dirigencias formales y de los parlamentarios de establecer puentes que dotaran de una voz común y un diseño con prioridades y objetivos claros para enfrentar a una derecha víctima de sus propias incapacidades de conducir el gobierno.

El escaso contacto a nivel de direcciones y las agendas propias dieron paso a una puesta en escena para el olvido, sin ser capaces de cristalizar nuestro principal desafío cual era la  pretensión de transformarnos en un factor de conducción de la oposición. La inmadurez de los liderazgos formales y la incomprensión de los parlamentarios de sus grados de responsabilidad política, dan cuenta de la ausencia de los actores colectivos constituidos y explican la parálisis política que se arrastra hasta el presente, lo que se evidencia a raíz del tensionamiento y procesos de recomposición interna de los tres sectores anclas del Frente Amplio.

La crisis de conducción en Revolución Democrática y en el Partido Humanista, y el tortuoso e incierto camino de la convergencia de las fuerzas de izquierda, son síntomas de una crisis de desarrollo que presumiblemente se extenderá por todo el presente año, de no mediar niveles de relacionamiento mayores en función de una agenda política común. La pelea chica está consumiendo no solo las posibilidades de proyectar con éxito los próximos desafíos electorales, sino que además pone en riesgo el respaldo de la ciudadanía y con ello la continuidad de la coalición como proyecto de transformación.

En este contexto surgen a lo menos tres desafíos en el presente año respecto de los cuales se requieren tomar definiciones urgentes.

El primer desafío es superar la parlamentarización de la coalición, lo que involucra superar la fase de instalación institucional y asumir una agenda a partir de definiciones estratégicas. Lo anterior no significa mandar a los parlamentarios “para la casa”, sino reconocer la acción parlamentaria como una arista necesaria e imprescindible en que la agenda legislativa sea dictada desde el campo de la política y no desde la iniciativa individual. Esta agenda debe concentrarse en aquellos aspectos en el que la derecha avanzará en el presente año, pero también en una agenda económica y social que aborde medidas para evitar la profundización de la precarización de la vida de los chilenos y chilenas ante el avance neoliberal de la derecha en materia de laboral, tributaria y de pensiones, a fin de conducir la oposición a partir de contenidos. Necesitamos golpear, pero demostrar que también tenemos vocación de gobernar. Conducir la oposición es también impulsar acuerdos transversales desde un prisma de profundización democrática, asumiendo la conducción de una agenda de reformas político-constitucionales de cara a la profunda crisis de las instituciones para sembrar hoy las condiciones para gobernar mañana.

El segundo desafío, es poner el foco en el terreno y consiste en establecer las coordenadas de las elecciones municipales venideras sobre la base de criterios de realidad, precisando los objetivos políticos que permitan conservar y proyectar nuestra coalición así como profundizar una agenda de cambios.

Conservar la coalición es no diluir la potencialidad del Frente Amplio como alternativa política de transformación en primarias de la oposición. Primero por razones programáticas, pues se trata de proyectos muy distintos, que en su mayoría cargan con la adscripción al modelo de gestión comunal neoliberal lo que imposibilita todo acuerdo sustantivo para superar lógicas clientelares y de transferencia de recursos públicos a privados. Segundo,  por razones técnicas, involucraría diluir la coalición en la diputa edilicia, dada la obligatoriedad de los partidos en concurrir en un único pacto, mostrándonos imbuidos en una alianza meramente instrumental de difícil traducción a la ciudadanía. Tercero, por razones electorales, nos obligaría medirnos contra maquinas locales con gran capacidad de arrastre en una elección de baja concurrencia de electores, llevándonos la peor parte. Y, cuarto, por razones orgánicas; tras la derrota nos veríamos obligados a apoyar en la elección definitiva a opciones que pueden resultar cuestionables por nuestra propia base electoral, asumiendo igualmente el riesgo del desgajamiento por cooptación de militancia frenteamplista bajo el argumento de la “colaboración critica”. Claramente no están las condiciones de aventuras electorales, por lo que solo queda explorar pactos por omisión, con la salvedad –eso si- que más allá de Recoleta cuestan mucho imaginarlos.

Proyectar, significa ser consecuentes con una estrategia de acumulación de fuerzas a nivel territorial, lo que involucra focalizar nuestros esfuerzos en la obtención de resultados que involucren un avance en la referencialidad política en construcción, por lo que no podemos fracasar en el marco de nuestro propio diseño. Éste  debe contemplar una definición preliminar en virtud de la cual automidamos nuestros resultados en un escenario de por si adverso, y no sean otros quienes nos atribuyan una derrota a la luz de los resultados generales. En este sentido debemos enfocar la disputa alcaldicia en comunas relevantes por su población, que sean referenciales desde el punto de vista de la movilización social, o en las que existan condiciones orgánicas suficientes para disputarlas, pero además involucra un diseño que apueste en las restantes comunas de Chile en instalarnos en la totalidad de los Concejos Municipales. Proyectar también significa adoptar una mirada larga y asumir con responsabilidad y mirada estratégica el mandato de la ciudadanía. En este sentido nuestras candidaturas deben expresar una vocación distinta a lo que nos ha acostumbrado el duopolio. Requerimos proyectar nuestras apuestas desde la honestidad militante, madurez política y con un profundo respeto por la adhesión de nuestra gente, lo que involucra abordar perfiles especializados para la tarea de gobernar los territorios pero también dar señales muy claras de que no hay espacio para aventuras personales. Porque de lo que se trata es de un proyecto colectivo, que desde una vocación estratégica asuma el triunfo con la misma serenidad que la derrota, sembrando sus posibilidades de éxito, en cualquiera de los casos, el día siguiente de la elección.

El tercer desafío, ligado con el anterior, involucra superar la inercia de las agendas internas y volcarse a la calle, movernos y entrar en campaña. Requerimos dejar de hablar tanto entre nosotros y salir a hablar con la gente, convocar a la militancia frenteamplista y desplegarnos los 365 días del año, conversando y levantando campañas de información que den cuenta de nuestra propuesta política y programática y de la voluntad de sumar y ampliar los márgenes del Frente Amplio, promoviendo con audacia la apertura de la acción política en instancias abiertas que doten de mayor porosidad social y de participación política nuestro quehacer, renovando el sentido de la militancia en lo social y en las instituciones. Pero ello no basta si no existe una referencia clara expresada en un liderazgo que enfrente a una extrema derecha en campaña, a un gobierno inmovilizado en sus propia impericia y capitalice el escenario de indefinición en la centro izquierda, por lo que urge adelantar la definición presidencial. Necesitamos a Beatriz Sánchez en un rol protagónico, sintiendo el respaldo de una Mesa Política a la altura de los desafíos. No podemos seguir esperando. La historia de las izquierdas nos enseña trágicamente que las indefiniciones en política se pagan muy caras.