Apuntes sobre teatro: Hay cosas que no tienen precio
A cierta edad el ser humano puede comportarse como un animal. Pero no me refiero a esos adultos que se comportan como bestias salvajes o que gobiernan como gorilas, como asnos o como cerdos. Me refiero a esa tierna y casi publicitaria imagen de la guagua que –cual gato– prefiere jugar con el envoltorio del regalo que con el regalo. Como dice el spot: eso no tiene precio.
Que una caja de cartón o una bolsa de plástico puedan convertirse en una nave espacial o en el mar azul, son artilugios del homo ludens que pronto perdemos, socializados, castrados, reificados en el doloroso trance de incorporarnos a la vida adulta. Entonces, ir a ver este tipo de obras o espectáculos es una invitación a volver a ser ingenuos, a prescindir o a ser libres del valor de uso de las cosas. Volver a ser niño.
Un pantalón que canta. Una bolsa de compras que mueve la cola. Una corbata que atrapa moscas. Una invitación a mirar las nubes en busca de caras o siluetas. Porque eso significa pareidolia, por si todavía no entiende pa dónde va la micro. Todos hemos visto un zapato con boca cuando se le despega la suela. Todos hemos visto en los focos y el parachoques del auto un par de ojos y una boca. La pareidolia es, según Wikipedia, “un fenómeno psicológico donde un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible”. Y este espectáculo que tiene pocas funciones más en cartelera, es una experiencia maravillosa de esa índole, que invita explícitamente a “activar la imaginación”.
Los efectos visuales que logra la compañía La Llave Maestra construyen una atmósfera mágica recogiendo elementos técnicos del teatro negro, del teatro de sombras y del teatro físico, entre otros. Luz y sombra, sobriedad y sencillez, receta tan fácil y efectiva como antigua. La expresividad llana de las palmas de las manos. Prescindiendo de un guión o argumento, la puesta en escena son una serie de cuadros independientes que tienen como única línea de continuidad el telón de fondo de una mágica atmósfera que se instala desde el primer momento, cuando una ola marina pero de plástico sale del escenario y virtualmente vuela sobre los espectadores sumergiéndolos en un océano onírico.
Brazos que pueden ser largos como una pared, un río de palabras que amarra a quien las oye, vestidos que danzan hasta convertirse en flor. Lo que digo puede ser increíblemente literal. O sea que además de magia, hay humor, juego, ternura, amor, y hay un viaje, o mejor dicho EL viaje. El viaje de la vida. De niño a anciano. Y de vuelta, de anciano a niño. En medio de esa mutación de renacuajo a sapo, se oye nítido pero en silencio: mi cuerpo es mío. O sea que hay incluso discurso. Y sin palabras. Es teatro mudo. La imagen habla por sí sola. Aplausos de pie, bravo.
Puede ser que yo ande particularmente sensible. Diría que ando en mis días. Puede ser, porque los eneros teatrales me llevan a mis propios recuerdos fundacionales, como la primera vez que vi La Negra Ester, por ejemplo. O la primera vez que vi los Gemelos de La Troppa. Como sea, lo cierto es que anoche cuando se inauguró el 8° Festival Santiago Off, con la primera función de Pareidolia en Matucana 100; sentí incluso que andaba por ahí el Andrés Pérez. Vaya piropo (y perdón Andrés). Es que sí. A pesar del discurso vacío del subsecretario, a pesar de todas las avenidas Matucana que son a la vez dolorosas fronteras y cicatrices; al final había algo hermoso y mágico que lograba imponerse al imperio burdo del billete y la banalidad. La risa pura de los niños. Y eso, no tiene precio.
“Pareidolia, juegos para activar la imaginación”
últimas funciones en Santiago Off: viernes 18, sábado 19 y domingo 20 de enero, 20:30 horas
Matucana 100
Entrada $3.000 la entrada