Apuntes sobre teatro: Callar o no callar, esa es la cuestión

Apuntes sobre teatro: Callar o no callar, esa es la cuestión

Por: Elisa Montesinos | 16.01.2019
Mi recomendación es que vaya a ver “Las vacas, mis ojos detrás de la ventana”, teatro popular femenino, aprovechando el mes de enero que por las noches refresca agradablemente, y conozca la casa del Gran Circo Teatro en la avenida República. No hay una boletería con ticket-master, ni butacas, ni neones, ni máquinas expendedoras de snacks. Hay una fórmula teatral de escala humana.

Tras asistir al recinto de República 301 y presenciar el último trabajo de Rosa Ramírez en la casa del Gran Circo Teatro, me quedé pensando en la validez de mis palabras. Anteriormente he escrito comentarios sobre obras de teatro o de danza y no me había pasado esto: sentir que en estricto rigor uno, siendo varón, debería preferir callar, debería preferir cederle la palabra a una mujer. Porque voy a hablar de una obra de mujeres, para mujeres, sobre mujeres. ¿Hasta cuándo va a ser un hombre el que asume el derecho a explicar, analizar o interpretar lo que las mujeres dicen? Eso no debiera estar más permitido siquiera, por el contexto, porque ese el cambio a que asistimos como sociedad, lo que llamamos la deconstrucción o desmontaje del patriarcado. Todo lo que podríamos llamar la cultura humana con sus 5 mil años de civilización ha sido protagonizada por varones y es eso lo que debe cambiar y está cambiando. Es el tiempo de ellas. Sin embargo escribo, y comienzo haciendo esta declaración a modo de disculpas, al género femenino.

Hay hoy en día una gran cantidad de obras de distinto tipo que abordan la violencia milenaria que ha sojuzgado a las mujeres. Desde relatos ficcionales a partir de femicidios, hasta documentales testimoniales de víctimas de violaciones. Desde los pioneros Monólogos de la vagina de 1996, que lograron una considerable reverberación internacional mucho antes del #metoo, hasta el día de hoy en que incluso menores de edad suben a las tablas a narrar los vejámenes a que están expuestas las mujeres, como ocurre en Paisajes para no colorear. Hay muchísimas obras que hace un tiempo ya se declaran explícitamente feministas. Hechas por mujeres, con un tema de mujeres y sobre todo para mujeres, en la necesidad urgente de sacudir las conciencias. Valdría la pena revisar acuciosamente la cartelera nacional, y ahora que el mes de enero colapsa de teatro, contabilizar cuántas piezas abordan este tema o se proponen desde ahí. Porque además no es posible pensar que se trate simplemente de un tema. Como si para componer una obra alguien eligiera un tema o tópico, como quien selecciona una prenda de su vestidor. Voy a hacer una obra de mujeres porque es un tema de moda. Nada más lejos e imposible. No es un tema ni una moda. Es la realidad. Perdón por lo majadero, pero insisto, a eso me refiero con el peso del contexto.

En ese arco de posibilidades, Las vacas ocupa un lugar en el registro más poético y ritual. El Gran Circo Teatro tiene como patrimonio esa capacidad de hacer que el espectador viva una experiencia estética conmovedora y poderosa sin tener que recurrir a grandes recursos, por el contrario, desde la precariedad técnica, valiéndose de todo lo que teóricamente queda afuera de una sala de teatro. Sentir el frío de la noche, estar a la intemperie, que los perros ladren, que te penetre y transporte el olor ahumado de una hoguera y los efluvios de las hierbas que en las brasas se queman. Dos o tres tendederos de ropa y la tierra húmeda por escenario. El resto es la palabra poética en la voz cascada de las mujeres, acá reducidas a su condición animal. Como vacas rumbo al matadero. Como animales para dar carne y leche. Las vacas no relatan.

[caption id="attachment_266591" align="alignnone" width="1024"] ©Felipe Vial Pacheco[/caption]

Hay entonces un grupo de mujeres que narran sus propias violencias, sus propios dramas y los de sus amigas, vecinas o conocidas. Las tragedias que han visto sin atreverse a hablar, porque las vacas no relatan. Mirar tras la ventana y callar. Correr las cortinas o apagar la luz para no ver. Y para que no te vean. Las mujeres del margen urbano, de distinta raza y edad, hermanadas por los golpes y el maltrato del borracho embaucador, el seductor perverso. Mujeres dispuestas aún en medio del dolor más salvaje, a la celebración de la vida, al amor. Mujeres al borde del abismo, dispuestas a la justicia en las propias manos. Mujeres con las manos irguiendo un cuchillo frío por crucifijo, interrumpiendo con rabia el rezo automático de un padre nuestro o de una virgencita. Mujeres diciéndose mujeres y ya no vacas. Me resisto a la tentación de contar más de la obra, véala usted misma.

Es imposible no salir herido de estas necesarias experiencias. Así es el arte que nos recuerda la realidad en que vivimos, cegados por la cotidiana persecución de algún sentido. No se trata de juzgar de zombies a quienes transitamos a diario por esta urbe agresiva hasta el llanto. Yo puedo comprender que en la necesidad de sobrevivencia hagamos vista gorda. Que nos comportemos como rebaño, como vacas. Y por eso la excepción de ir a ver una obra puede resultar una experiencia conmovedora. Repito esas palabras a propósito. Experiencia conmovedora. Que despierta, que sacude. Que nos devuelve a la realidad con la tarea de cambiarla. Un poeta viñamarino se preguntaba ¿Qué es la realidad? ¿Cuál es la realidad? Y se respondía: Lo real es sólo la base, pero es la base. Lo real es lo que chocará como realmente absurdo.

Finalmente entonces, lector o lectora desconocida, mi recomendación es que vaya a ver Las vacas, mis ojos detrás de la ventana, aprovechando el mes de enero que por las noches refresca agradablemente, y conozca la casa del Gran Circo Teatro en la avenida República. No hay una boletería con ticket-master, ni butacas, ni neones, ni máquinas expendedoras de snacks. Hay una fórmula teatral de escala humana. De nuevo repito las palabras, majadero: es poesía y ritual. Para acercarnos, para olernos, para reconocernos y hermanarnos como seres humanos en medio de tanta crueldad innecesaria y tanta invisible soledad. Para no seguir mirando detrás de la ventana, para no seguir callando lo que de cualquier manera ya no se puede callar.

 

Las vacas, mis ojos detrás de la ventana

Dramaturgia: Toño Jerez Pérez
Dirección: Ingrid Leyton Acosta
Elenco: Rosa Ramírez Ríos, Micaela Sandoval Ramírez, María Elena Ovalle, Thais Ferrada Núñez

Últimas funciones: Sábados 19 y 26, y domingos 20 y 27 de enero

A las 21:30 hrs. en Av. República 301

$5000 general $3000 estudiantes y 3era edad