La kastización de la política

La kastización de la política

Por: Rodrigo Karmy Bolton | 28.12.2018
Es evidente que lo que está en juego en la “kastización” de la derecha es el problema de la hegemonía: es posible ganar políticamente sin tomarse el poder, es posible el triunfo sin ganar una sola elección, podemos “decidir sobre la excepción” generando un movimiento transversal a los partidos políticos de la coalición gobernante. Kast ha sabido jugar con su 8% con el que jugó en las pasadas internas de la derecha (donde fue Ossandón, Piñera y Kast). Pero ¿por qué pudo jugar el juego, cuáles fueron las condiciones de producción que hicieron posible que el “kastismo” pudiera jugar al punto de que con un simple 8% de las primarias ha exigido el pronunciamiento del propio presidente acerca de su figura?

La “kastización” de la política al interior de la derecha es un hecho evidente. Las elecciones en la UDI estuvieron atravesadas por su espectro, el revival del pinochetismo en las declaraciones de Camila Flores (RN), el abandono del diputado Urrutia (UDI) de la UDI, el apoyo explícito del joven diputado Urruticoechea (RN) a su eventual candidatura presidencial, el triunfo de Jaqueline Van Rysselberghe a la presidencia de la UDI o, en último término, las palabras del propio presidente Piñera intentando zanjar la cuestión, diciendo que: “Ese no es el camino para Chile (…)” muestran que, más relevante que Kast, es la posibilidad cierta de la “kastización” de la derecha.

Por cierto, no se trata simplemente del triunfo electoral de Kast, como de su triunfo político. Son dos cosas diferentes: “electoralmemte” significa ganar comicios de diferente índole, pero ello no implica que necesariamente triunfen sus ideas; “políticamente” significa que, si bien, pueden ganar sus ideas, puede que éstas no necesariamente se traduzcan en un triunfo electoral. Para los entendidos, es evidente que lo que está en juego en la “kastización” de la derecha es el problema de la hegemonía: es posible ganar políticamente sin tomarse el poder, es posible el triunfo sin ganar una sola elección, podemos “decidir sobre la excepción” generando un movimiento transversal a los partidos políticos de la coalición gobernante. Kast ha sabido jugar con su 8% con el que jugó en las pasadas internas de la derecha (donde fue Ossandón, Piñera y Kast). Pero ¿por qué pudo jugar el juego, cuáles fueron las condiciones de producción que hicieron posible que el “kastismo” pudiera jugar al punto de que con un simple 8% de las primarias ha exigido el pronunciamiento del propio presidente acerca de su figura?

La hipótesis sería la siguiente: el consenso liberal en el que convergieron derechas e izquierdas finiseculares, vació a ambas y agotó sus narrativas. La mutación interna de la razón neoliberal en su nueva articulación global, impulsó a un nuevo ciclo para el que dicho consenso quedó estructuralmente vacío. Y, en la medida que derechas e izquierdas asumieron dicho consenso repartiéndose el botín del poder desde fines de los años 80, su agotamiento implicó, a su vez, el agotamiento del consenso y su narrativa. En Chile, tal consenso no fue otra cosa que la implementación de nuevas tecnologías de gobierno (la “gobernanza”) que hicieron del neoliberalismo su paradigma propiamente político y cuya estructuración espacio-temporal asumió el esquivo nombre de “transición”.

Las condiciones de producción del kastismo ha sido, justamente, la suspensión del pacto transicional de fines de los años 80. En ese vacío de discurso, en ese lugar exento de relato, en la carencia de los pretendidos nuevos referentes por elaborar una narrativa, surge el “kastismo” . Como Bolsonaro en Brasil, Kast ha sido el único que ha tenido un cuento que contar, en el instante de la implosión de todos los cuentos, en el momento en que todas las narrativas han quedado destruidas por la homogeneización neoliberal.

Pero la rotura del consenso liberal traiciona al propio proyecto piñerista de la “segunda transición”: si este último habría querido ofrecer a las elites tradicionales un replanteo del pacto oligárquico en función de un nuevo ciclo de consensos cupulares, la propia deriva de su política marcada por una agresividad ideológica en puntos clave como el indulto a los genocidas condenados por crímenes de lesa humanidad, el proyecto Aula Segura, la negativa a firmar el Pacto Migratorio o la militarización criminal de Wallmapu, terminó “kastizando” al propio gobierno, ofreciéndole, sin quererlo, la determinación de la agenda política: por cada decisión del gobierno, aparece Kast –cada semana- juzgando si está bien o está mal, si es coherente o no es coherente, si el gobierno ha caído preso de la izquierda o no. Y ese 8% de las elecciones primarias, comienza a intensificar su fuerza, a pesar de lo intacto –o ridículo- de sus números (el 8%).

En esta escena, pareciera que al gobierno le hubiera pesado su propia falta de narrativa, intentando compensarla con políticas ideológicamente duras (colocando a ministros ideológicamente agresivos como Rojas o Cubillos) que, sin embargo, en vez de articular un relato para la “segunda transición” que pudiera revitalizar a las elites dominantes, han terminado por inflar al “kastismo”. El drama del gobierno no es Kast, sino su propia deriva política que, estando imposibilitado de relato, parece no haber tenido mas remedio que reproducir a Kast en su propio interior.

Ahora bien: ¿por qué el gobierno no ha podido elaborar un relato tan poderoso como el que dio curso la intelectualidad de la Concertación de Partidos por la Democracia en 1990? Porque el piñerismo, jugando a mantener el poder de las viejas elites transitológicas, no tiene otros discurso político mas que aquél puramente “economicista” característico de la razón neoliberal.

La crítica sobre la que ha apuntado con insistencia Hugo Herrera contra el economicismo neoliberal de la derecha, sintomatiza precisamente este problema. Y es que al promover dicho discurso con la ilusión de abrir una “segunda transición”, Piñera no hace mas que profundizar la debacle de la primera. Sin embargo, no se trata que el discurso “economicista” del neoliberalismo no sea un discurso político como cree Herrera (puesto que el discurso neoliberal reconfigura enteramente a la política ahora bajo el paradigma económico haciendo de la economía el terreno mismo de lo político), sino que tal impulso simplemente ya no necesita de ningún discurso.

La era de la hegemonía ya pasó. Quizás nunca fue. El neoliberalismo actual parece no necesitar relato, sino tan sólo la suspensión de todo relato. Su fuerza centrífuga y descentralizadora respecto de las instituciones republicanas clásicas, dispersa el relato, fragmentándolo en mil pedazos sin coherencia ni resolución alguna.  Manufactura una tecnología gubernamental precisa capaz de gestionar –es decir, de producir- el caos, profundizando la destrucción, la excepcionalidad, el terror. Es el instante en que nómos y anomia coinciden enteramente, y es en ese circuito, donde el “kastismo” triunfa. Como versión chilena del neofascismo planetario, el “kastismo” es el discurso de dicha coincidencia, en la que nómos y anomia, ley y excepción coinciden sin reservas. ¿Es casualidad que Kast haya propuesto militarizar Wallmapu, declarándola zona en estado de excepción que vive bajo asedio del supuesto “terrorismo”? No, es precisamente esa su noción de orden.

A esta luz, el “kastismo” es la narrativa de los tiempos exentos de narrativa, el relato en el instante de la implosión de todo relato. Su espectro –y el kastismo no es más que eso, pero ya eso es demasiado- se despliega transversalmente a los partidos de Chile Vamos y penetra en lo más íntimo del gobierno para mostrar que este último no tiene mas relato que Kast. Por eso, ningún resultado obtendrá Piñera con decir que Kast “(…)no es el camino para Chile (…)” puesto que ello suena más a una defensa corporativa (de las viejas elites) que a una convicción profunda por la mentada –y ya devastada- democracia.