5 de octubre y el futuro del pinochetismo
A Victor Pey, In memoriam
Nos hemos enterado por el diario La Tercera que un grupo de adherentes al otrora opción SI del plebiscito ha hecho un llamado, vía la vocería del abogado Raúl Meza, a: “(…) convocar, por primera vez, a todos los chilenos adherentes y votantes del “SÍ” a un acto público de reconocimiento al gobierno militar encabezado por Augusto Pinochet”. El llamado subraya que esa será la oportunidad de recordar a las “víctimas uniformadas” que tendrán un homenaje en el llamado “Museo de la Verdad” que, según nos enteramos, estará próximo a inaugurarse. Para cerrar, los convocantes hacen un llamado a todos aquellos que votaron por la opción SI en ese entonces (un 44, 01%) para reunirse el día 5 de Octubre a realizar el acto público.
La escena es sin duda ominosa. Según el término usado por Freud en su momento, “ominoso” indica el modo en que lo familiar se vuelve radicalmente extraño, todo lo conocido redunda incierto y el orden social que parecía claro y distinto sufre de un leve temblor que lo vuelve desconocido. Elevada en su momento como una realización planetaria irrebasable (Fukuyama) la “democracia” parecía erigirse en la forma del “fin de la historia”. Por “democracia” se entendía el nuevo régimen de gobernanza global sostenido en la razón neoliberal que aceitaba los contornos de una “administración” que había abandonado toda “deliberación”, la economía como modelo de gobierno había sustituido a la política y su otrora “lucha de clases” (Moulián).
En el optimismo progresista, según el cual, la democracia ganaría cada vez más terreno hasta extirpar todo resto de pinochetismo en la faz del país, resulta inimaginable un “retorno” como el que estamos experimentando hoy. Tal “retorno” se lo considera justamente eso: un “retorno” de formas atávicas, antiguas que, supuestamente, no van con el tenor de los tiempos, que no van con las modas ni intelectuales ni políticas. Un “retorno” como éste, sin embargo, trastoca todo lo que toca. Parece que la autocelebrada democracia de los 90 –aquello que llamamos “transición” y que no fue otra cosa que una técnica de gobierno de corte cupular, orientada a la producción de una política de los consensos- parece haber sido incapaz de destituir los retoños del pinochetismo, cuando estos últimos que, supuestamente, debían haber quedado “atrás” (como si la historia tuviera un dirección lineal) vuelven con una fuerza inusitada, poniendo en tensión a la propia coalición gobernante.
Pero, y ¿qué pasaría si pensamos al asunto de otro modo? ¿qué pasaría si ese “retorno” es, menos una fuerza atávica que el progresismo condena a quedar “atrás” y nada más que su propio reverso especular, en cuya imagen no se refleja otra cosa que una democracia de corte neoiberal? En el fondo, ¿y si mas que un retorno el pinochetismo no fuera otra cosa que la verdad de la actual democracia neoliberal?
El plebiscito de 1988 fue una rebelión popular confiscada. Y no porque éste haya neutralizado a dicho movimiento bajo el régimen de la representación electoral, sino porque en dicho proceso se transó el mismo pivote que la propia democracia –si quería mantener la vitalidad de su concepto- debía remover: los poderes fácticos, en su doble textura política y económica, la primera expresada en la vigencia de la Constitución de 1980 y la segunda en el enriquecimiento incondicionado de la oligarquía corporativa-financiera. Ambos no resultaron ser dos vías separadas, sino dos expresiones de una misma maquinaria neoliberal. El término “neoliberal” tan esquivo y polisémico, designa aquí, no sólo un conjunto de políticas económicas orientasas al “ajuste” y la “precarización”, sino sobre todo, a una completa y novedosa racionalidad política. “Neoliberalismo” debe ser pensado no simplemente como el triunfo del reino de la individualidad (esa es sólo una de sus máscaras), sino como la expresión de la nueva “hegemonía financiera” (Harvey, Lazzarato) cuya apropiación del Estado termina por modificarlo en función de imponerle un léxico propiamente managerial. En este plano, el término “democracia” con el que se jugó la opción NO estaba, de suyo, enteramente vaciado de su fuerza pues, al mantener vigente la Constitución política de la dictadura prescindió de la noción de “pueblo” y, con ello, extirpó el elemento “constituyente” con el que se asentó, tanto la tradición del liberalismo clásico como sus derivas socialistas. El “pueblo” se trastocó por la “gente” ya en la primera campaña presidencial de Patricio Aylwin (“gente” será también el no-sujeto del lavinismo posterior). Con ello, funcionaba todo un aparato de despolitización y de economización de la vida social que, como tal, podía mantener intacta la estructura heredada de la dictadura y desarrollarla bajo el nuevo ímpetu colmado por la nueva formulación de la democracia desarrollada por la intelectualidad “transitológica” desde fines de los años 70 y durante todos los años 80.
Sustitución del término “socialismo” por el de “democracia” y reconfiguración de este último en su versión managerial: “democracia” ya no designará el terreno en el que se juega la soberanía popular, sino un procedimiento formal de carácter cupular, orientado a la gobernar a la “gente”. Tal mecanismo –la nueva gobernanza neoliberal- implica aceptar una sola premisa: mantener intacta la lógica del capital corporativo-financiero como racionalidad política, es decir, dejar sin efecto cualquier modificación que pudiera poner en cuestión a la razón neoliberal. Con una democracia vaciada de toda fuerza constituyente, las bases de la dictadura podían desarrollarse sin parar. Y así, las dos coaliciones políticas derivaron en la formación de facto de un solo Partido Neoliberal que asumió dos cabezas enteramente tácticas: el neoliberalismo conservador y el neoliberalismo progresista.
La ominosa conmemoración del SI que anuncia la noticia de La Tercera, muestra exactamente el punto que no resolvió el plebiscito: la mantención de los poderes fácticos que saquearon al país y que tuvo al 11 de septiembre no como una fecha historiográfica más, sino como la cifra paradigmática que anuda todo el actual orden de las cosas. La sustitución de Pinochet por Aylwin en la presidencia implicó seguir la senda “guzmaniana” de convertir el cuerpo físico de Pinochet en un cuerpo institucional (Guzmán ya había comenzado el proceso al legalizar a la Junta Militar identificándola al “poder constituyente” e instaurando la Constitución de 1980).
En este escenario, el 5 de Octubre siempre estuvo capturado por el 11 de septiembre. Fue este último el que mantuvo su ritual de violencia en la que florece la memoria de los caídos que hasta el día de hoy exigen justicia. El 5 de Octubre quedó subrogado al olvido. Los 11 de septiembre se conmemoran, jamás los 5 de Octubre. La memoria popular nada sabe de esta última fecha y mantiene pregnante el que los muertos del 11 de septiembre aún exigen justicia. Que los criminales de lesa humanidad hayan podido acceder a la figura de la libertad condicional o que, bajo la voz de Raúl Meza, un sector no menor de la población haga un llamado para reivindicar el SI, no debería considerarse un simple “retoño” de la presencia de fuerzas atávicas sino la puesta en juego de la verdad de la democracia transicional, el núcleo “necropolítico” de su despliegue.
El triunfo del NO terminó siendo el triunfo del SI bajo extendido por otros medios, pues la memoria, en cuanto astillamiento de los cuerpos, "sabe" que es el 11 de septiembre el que aún opera y que el 5 de Octubre no llegó jamás (La "alegría no llegó" -dice el rumor). Como bien entendió Freud, el denominado “retorno de lo reprimido” no fue jamás concebido como un retorno de una impresión antigua realmente existente, sino de una nueva y siempre problemática contemporaneidad que impide la emancipación del presente, que confisca a la imaginación política. Pinochet “retorna” no porque haya quedado en un pasado, sino porque vertebra de pies a cabezas todo el orden de la supuesta democracia.
Si el 5 de Octubre nos hizo imaginar –y aún podemos vibrar con sus canciones o los recuerdos de sus grandes manifestaciones- es porque el 5 de Octubre no hay que medirlo por lo que fue, sino por lo que éste nos ofrece al porvenir. Desde ese plebiscito, las fuerzas de izquierda no han ofrecido nada más que un NO. Desde el NO a Pinochet al NO más AFPs asistimos al síntoma en el que podemos ver la confiscación de la imaginación política. Aún esperamos un verdadero 5 de Octubre. Aquél que vaya más allá de cualquier invitación a votar NO, y nos ofrezca un SI en el que se ponga en juego un nuevo uso de los cuerpos en el que pueblo y potencia, vida y experiencia, cuerpos e imaginación se abracen en la intensidad de una nueva época histórica. Eso es lo que necesitamos, eso es lo que requerimos: abrir un nuevo “comienzo” que, sin embargo, todavía se ha mantenido confiscado por todas las fuerzas del orden.