La farándula de los derechos humanos en Chile

La farándula de los derechos humanos en Chile

Por: Raoní Beltrão do Vale | 24.08.2018
Superemos ese maniqueísmo de que las violaciones de derechos humanos sólo son responsabilidad de los demás. La razón porque se violan tanto los derechos de las mujeres, es porque somos machistas. La razón porque relativizamos tanto al intervencionismo, es porque no hemos superado el pensamiento colonial. La razón porque aplaudimos la farándula de la instrumentalización de los derechos humanos, es porque creemos que tenemos la razón. ¡Es hora de asumir nuestras responsabilidades!

Los derechos humanos son protagonistas constantes en la política y en los medios chilenos. Protagonismo que apunta hacia el pasado y futuro, a la vez. Mientras 80% de las personas reconocen la impunidad de militares involucrados en violaciones a los derechos humanos, la expectativa ficcional generada por la campaña #Chilezuela fue decisiva en las elecciones.

La instrumentalización de los derechos humanos no nació en Chile, tampoco es nueva. Tras la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el post guerra, durante la guerra fría, el eje liderado por Estados Unidos impulsó el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en contraste al eje liderado por la ex Unión Soviética, que apoyó al Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales.

Esa falsa dicotomía fue superada y hoy, la Declaración y ambos Pactos constituyen la Carta Internacional de los Derechos Humanos. Sin embargo, esa dicotomía persiste en el debate sobre derechos humanos en Chile, a través de las acusaciones a la izquierda, por supuestamente callar ante las violaciones de derechos humanos en Venezuela, mientras la derecha seguiría relativizando los crímenes de lesa humanidad de la dictadura cívico-militar.

Hoy día, vivimos a una orden mundial multipolar, y en América Latina, una hegemonía conservadora, donde sectores progresistas lentamente incorporan las críticas a prácticas antidemocráticas de los gobiernos de izquierda, como el mea culpa de Gabriel Boric. Mientras el conservadurismo encuentra cada vez más difícil relativizar los crímenes de la dictadura, como le ocurre al gobierno de Sebastián Piñera.

En el intertanto, los medios reproducen el statu quo, exigiendo una coherencia utópica de las posiciones contra hegemónicas, mientras siguen reproduciendo una perspectiva conservadora de las catástrofes sociales generadas por el capitalismo.

La sociedad expresa esa disputa entre el bien y el mal, ese maniqueísmo, a través de un sentido común que supone dos dogmas. El primero, la supuesta jerarquía entre derechos humanos, conforme la posición política. Donde la izquierda representaría los derechos económicos y sociales, y la derecha, los derechos civiles y políticos. El segundo dogma está asociado a una percepción de que las violaciones de derechos humanos son responsabilidad exclusiva de los gobiernos, poco importando la sociedad que representan.

Sin embargo, los derechos humanos son universales e indivisibles. Es imposible respetar plenamente la libertad de expresión, sin garantizar el acceso a la alimentación, por ejemplo. La voluntad política es fundamental para prevenir violaciones de derechos humanos, pero son los actos de las personas que componen la sociedad que promueven o ignoran, respetan o violan, reparan o dejan impunes, a las violaciones de derechos humanos en cualquier país. No existe gobierno que no viole derechos humanos.

¿Cómo superar la instrumentalización de los derechos humanos en Chile?

No hay respuestas fáciles, sólo la certeza de que no hay esperanza sin derechos humanos. Un buen comienzo sería asumir responsabilidades e incorporar los derechos humanos a los valores individuales y colectivos de la humanidad, superando el maniqueísmo.

Tomemos el caso del diputado de la Democracia Cristiana Iván Flores. Conocido por su oposición absoluta a la descriminalización del aborto y por emplazar a Cancillería por invitar al Presidente venezolano, Nicolás Maduro, al cambio de mando, en febrero.

Ese mismo líder cristiano preside el Grupo Interparlamentario de Amistad entre Chile y Arabia Saudita, y en agosto, paseó por el Congreso al Embajador de la dictadura saudita, que reprime a las mujeres y está llevando una persecución implacable contra las feministas.

La ciudadanía que apuesta por los sectores conservadores no debe más aceptar la relativización de los crímenes de lesa humanidad, negar los derechos de las mujeres, de los pueblos indígenas y de las personas migrantes, mientras consume al circo mediático de las incoherencias del sector progresista al denunciar injusticias sociales.

A su vez, los sectores progresistas de la política chilena deben reconocer las contradicciones de los gobiernos de izquierda, aprendiendo a disociarse de sus limitaciones, sin sucumbir a la instrumentalización de los derechos humanos que justifica el intervencionismo.

Tomemos el caso del diputado del Partido Liberal, Vlado Mirosevic, quien, ese mes, aprovechó un funeral para explotar políticamente las contradicciones de los sectores progresistas que rechazan al intervencionismo que instrumentaliza los derechos humanos.

Ese mismo líder liberal preside la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, y en marzo, acusó al Presidente boliviano, Evo Morales, de uso político del tema de la salida al mar, mientras hace coro a la política intervencionista, de no reconocer las elecciones venezolanas, antes del resultado.

Los medios también instrumentalizan los derechos humanos, como la editorial de CNN Chile, que acusó de doble estándar a quienes defendieron al ex Presidente brasileño, Lula da Silva. Pero cuando el Comité de Derechos Humanos de la ONU exigió al Estado brasileño garantizar los derechos de Lula, lo que era “doble estándar”, fue reducido a una mera “controversia”, sin autocrítica alguna.

Superemos ese maniqueísmo de que las violaciones de derechos humanos sólo son responsabilidad de los demás. La razón porque se violan tanto los derechos de las mujeres, es porque somos machistas. La razón porque relativizamos tanto al intervencionismo, es porque no hemos superado el pensamiento colonial. La razón porque aplaudimos la farándula de la instrumentalización de los derechos humanos, es porque creemos que tenemos la razón. ¡Es hora de asumir nuestras responsabilidades!