Qué se lee: Lina Meruane, libros sobre el aborto
El tema del aborto siempre ha sido un enorme tabú, por lo mismo no aparece mucho en la narrativa del siglo pasado y me cuesta incluso pensar en novelas que lo aborden (sin duda las debe haber pero no como tema principal y esto nos dice cuán difícil ha sido hablar de aborto, que además en el siglo XX era ilegal en todas partes…). Por lo mismo me parecen especialmente interesantes sus apariciones esporádicas. Está, muy de pasada, en una novela brasileña extraordinaria de los años 30, Parque Industrial de Patricia Galvao (que yo misma cito en mi ensayo Contra los hijos) donde se habla de los privilegios que tienen en este tema las mujeres de la clase alta. Hay una novela, La Brecha, de 1961, de la escritora chilena Mercedes Valdivieso donde la protagonista comprende que el matrimonio es un dispositivo de control mediado y fortalecido por la maternidad: así, tras su primer hijo la protagonista decide tomar precauciones para no volver a embarazarse (y se realiza un aborto, contado brevísimamente) y luego abandona a su marido, y consigue la nulidad. Ahí hay una temprana posición novelística a favor. Ya más de lleno, la fabulosa cuentista Lucia Berlin tiene un cuento extraordinario en su libro Manual para mujeres de la limpieza, que vale entero la pena. Berlin vivió en Chile y tiene un cuento sobre la época previa al golpe que es absolutamente genial, pero vuelvo al tema, en el cuento “Dentelladas”, la prima de la protagonista la convence de hacerse un aborto en una clínica ilegal, y si no lo recuerdo mal, en la noche que pasa ahí desiste de hacérselo mientras una joven violada por su padre que sí se lo hace muere desangrada a su lado. Es un cuento pesadillesco, pero muy potente.
De la misma época, y ya en el género del ensayo, la autora italiana Natalia Ginzburg escribió una columna (compilada en Las tareas de la casa y otros ensayos) en la que se manifiesta a favor de la legalización del aborto como un acto de necesaria justicia que la ley no tiene "ningún derecho a prohibirlo o castigarlo". La suya es una posición curiosa, incluso diría que algo contradictoria, porque asegura, como asegura la posición más conservadora, que abortar es matar, pero, a la vez, que se trata de un matar células, y entre matar células y matar cuerpos maternos (sobre todo los de mujeres pobres), hay que optar por lo primero. Recojo esta línea suya: "Abortar no significa eliminar a una persona, sino el proyecto remoto y pálido de una persona; está claro que es un mal menor que mueran estos proyectos remotos y pálidos y no la madre que los lleva dentro de sí". Y de manera más reciente, recuerdo la columna de la escritora norteamericana Rebecca Solnit, "The longest war" (en su muy celebrado Men explain things to me, que se tradujo como Los hombres me explican cosas) donde cita a un político republicano de Estados Unidos diciendo que un embarazo por violación era “un regalo de Dios”, dicho al que no le faltaron defensores. Solnit también explica que algunos estados no solo quieren ilegalizar el aborto, sino que además quieren otorgarle a los violadores derecho a demandar a la mujer que aborte un hijo suyo. Esto está en el orden de lo impactante y de lo obsceno.