Paula Díaz: Eutanasia con nombre y apellido

Paula Díaz: Eutanasia con nombre y apellido

Por: Sandra Villanueva | 24.07.2018
Probablemente la emocionalidad no sea suficiente y habrá que recorrer un camino donde quienes ejercen el poder vean a en la eutanasia un problema de salud pública, donde a partir de su legislación adviertan una oportunidad más que una amenaza a sus intereses.

La muerte en nuestra cultura occidental es un fin que nadie quiere que llegue, es un ritual que la mayoría de los familiares lo vive con dolor y tristeza. Esta es una manera de experimentar la partida de seres humanos totalmente válida y que no pretendo cuestionar. Mi intención aquí es desmantelar una capa de interpretación que tiene el acto de morir y que para sorpresa de casi nadie es: el poder.

Al estilo de Foucault, uno de los autores más citados en las tesis chilenas, también entiendo que el poder no se tiene, sino que se ejerce sobre las mentes e imaginarios de las personas que terminamos siendo disciplinadas, sin darnos cuenta, bajo el alero de la cultura, la nacionalidad o la identidad, no obstante, a todo aquello, habría que agregar que, además, el ejercicio del poder es sobre los cuerpos, donde la subalternidad y la dominación se viven material y concretamente.

Una de las formas más duras en que se evidencia la relación entre el poder y la muerte, es cuando no se permite morir, a pesar de estar padeciendo un “sufrimiento infinito”, de llevar años viviéndolo y de no querer ni poder seguir soportando más esa situación. Este es el caso de Paula Díaz, la joven chilena de 19 años que pide la dejen, dignamente, despedirse de su propio cuerpo.

Parece una contradicción que termine este párrafo diciendo su propio cuerpo, cuando todo indica que no lo es. El cuerpo de Paula Díaz no le pertenece a ella; más derechos tiene el Estado cuando la somete a un tratamiento paliativo indigno para su enfermedad; más derechos tienen los médicos chilenos objetores de conciencia, donde no es muy difícil pensar que si se niegan a cumplir la ley de aborto en tres causales, menos se podría imaginarlos practicando el buen morir a un ser humano que lo necesita; más derechos tienen todos los parlamentarios que con variados argumentos de distintas bases religiosas y culturales, niegan siquiera la posibilidad de discutir el cómo podríamos terminar con el dolor que existe todos los días, a cada minuto que estamos hablando, riendo, caminando, en el cuerpo de una mujer adulta con una enfermedad incurable, que necesita descansar.

¿Cómo podemos abrirnos a la posibilidad de ser tolerantes con las maneras de pensar, vivir y morir del otr@ y materializarlo en acciones concretas que ayuden a disminuir el dolor de quienes padecen enfermedades degenerativas e irreversibles? ¿Dónde hay que apuntar para que el sufrimiento de Paula sea escuchado?

Probablemente la emocionalidad no sea suficiente y habrá que recorrer un camino donde quienes ejercen el poder vean a en la eutanasia un problema de salud pública, donde a partir de su legislación adviertan una oportunidad más que una amenaza a sus intereses. Sin embargo, aunque no sea suficiente, sí es importante decir que podemos conectarnos con el dolor de Paula, a empatizar con su valentía y expresar que somos millones quienes adherimos a su historia, con el respeto que su cuerpo y su decisión de querer morir en dignidad merecen.