¿Fin de los gobiernos progresistas latinoamericanos? Un diálogo con Atilio Borón

¿Fin de los gobiernos progresistas latinoamericanos? Un diálogo con Atilio Borón

Por: Héctor Ríos | 28.06.2018
En este escenario las izquierdas regionales se mantienen como fuerzas vivas, capaces de articular una oposición política masiva y con muchas posibilidades de retornar al poder. Consecuentemente, si bien es claro que el ciclo de los gobiernos progresistas no está en ascenso, no se puede afirmar que el ciclo necesariamente va en retirada o que ha sido reemplazado por un nuevo ciclo de derechas.

En su última venida a Chile el intelectual de izquierda, Atilio Borón, enfatizó que el ciclo de los gobiernos progresistas latinoamericanos y las izquierdas no se ha acabado. Más bien estamos frente a un proceso político incierto, cuyo desenlace es aún desconocido. Esta visión contraría el análisis generalizado de la política regional, que tiende a observar en las crisis políticas de Venezuela y Brasil, y en los recientes cambios de gobierno en Argentina y Ecuador el fin de una década de gobiernos progresistas. Al contrario Borón aprecia un proceso de retroceso y un desafío geopolítico a la expansión y consolidación de la nueva izquierda latinoamericana. Este análisis capta con mucha asertividad las diferentes formas de crisis políticas de los estados-nación en la región, pero también el súbito cambio en la correlación de fuerzas regionales y geopolíticas, donde las estructuras de integración latinoamericanas lideradas por el chavismo se disuelven, en medio de un avance de las estructuras regionales tradicionales y nuevos realineamientos internacionales.

Como bien enfatiza el analista, los gobiernos progresistas viven un intenso proceso de desestabilización, mediante diferentes formas de intervencionismo político y económico. Este proceso tiene como principales actores a Estados Unidos y las élites nacionales, que incapaces de ofrecer una alternativa política democrática, buscan paralizar el avance y consolidación de las agendas progresistas mediante golpes blandos y otras formas de intervención. Así, los principales desafíos de estos gobiernos y las izquierdas regionales provienen de una compleja combinación de factores externos e internos. Desde fuera, una política agresiva de deslegitimación e intervención política explícita, acelerada por la tensión entre las economías  globales. Desde dentro, el uso de argumentos legales y acusaciones de corrupción para desestabilizar las democracias latinoamericanas, en un contexto económicamente desfavorable y un agotamiento parcial de las sinergias políticas de las izquierdas en el poder.

Como el politólogo enfatiza, el nivel de retroceso de las izquierdas ha sido distinto en cada país. No obstante, los casos tienen como denominador común que ninguno de los gobiernos sucesores ha resuelto las crisis políticas y económicas, agudizando el vacío de legitimidad de las democracias regionales. De hecho en ninguno de los países donde la izquierda ha retrocedido se han podido generar gobiernos legítimos y estables. El caso de Argentina, donde la derecha derrotó en elecciones al kichnerismo, es bastante emblemático al respecto. Tras un año de gobierno el presidente Macri se enfrenta a una crisis económica significativa, que ha forzado al  gobierno a solicitar nuevos salvatajes del FMI y que enfrenta una oposición social enorme, que ya ha coordinado la tercera paralización nacional. Situación no tan distante a la de Brasil, donde se confrontan la completa ilegitimidad de su actual gobierno, y el apoyo social masivo a Lula, único candidato que supera el 30% de la preferencias presidenciales.

En este escenario las izquierdas regionales se mantienen como fuerzas vivas, capaces de articular una oposición política masiva y con muchas posibilidades de retornar al poder. Consecuentemente, si bien es claro que el ciclo de los gobiernos progresistas no está en ascenso, no se puede afirmar que el ciclo necesariamente va en retirada o que ha sido reemplazado por un nuevo ciclo de derechas. Al contrario, las claves de su éxito y la innovación política que estos gobiernos representan en la estructura política de la región, ha sido la principal fuente de desesperación que ha llevado a las elites nacionales y globales a radicalizar su intervención y estrategias desestabilizadoras.

Uno de los elementos omitidos en el análisis del politólogo es el rol que una estructura global multipolar genera en una potencial re-ascenso de las izquierdas latinoamericanas. La pérdida de hegemonía de Estados Unidos y la estructura de gobernanza global de occidente ha abierto espacios políticos a potencias emergentes y nuevas estructuras de coordinación geopolítica. La existencia reciente de los BRICS, el Nuevo Banco de Desarrollo y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), constituyen sistemas de ordenamiento geopolítico paralelos, que socaban la centralidad de las gobernanza occidental. Estas modificaciones han consolidado los flujos y dependencias económicas de la región. La centralidad de China como principal consumidor de commodities latinoamericanos, pero recientemente también como el tercer inversor en la región y principal economía asociada a muchos países de la región (véase Chile, Perú y Brasil), interrumpe la dependencia unipolar que los países latinoamericanos han tenido históricamente con los centros económicos occidentales.

Este escenario geopolítico emergente, abre oportunidades políticas para la región y en particular para los gobiernos progresistas y su capacidad de innovación macro-económica. Bolivia es un claro ejemplo de ello. EL 19 de junio de este año, China y Bolivia firmaron un acuerdo de asociación estratégica, el cual ente otras cosas compromete el fortalecimiento de la colaboración comercial mutua, con énfasis en la inversión energética, infraestructura y agricultura. El acuerdo señala también la disposición inmediata de Bolivia de ingresar al Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, que le permitirá aumentar sus sistemas de inversión y oxigenar su plan de desarrollo, en específico mediante un aporte de liquidez a su infra-estructura, uno de sus principales desventajas respectos a otros competidores regionales.

Este caso muestra, que la articulación de un escenario global multipolar abre oportunidades políticas significativas para la innovación y rearticulación de las izquierdas latinoamericanas. Si la estructura hegemónica global forzó y consolidó la instalación generaliza del consenso de Washington en los 90’, limitó el potencial de las estrategias desarrollistas durante el 2000, y limita aún el financiamiento de los planes de diversificación económica de los gobiernos progresistas. La existencia de estructuras paralelas de financiamiento, sin restricción ideológicas explícitas, abre espacio y oxigena el campo de la innovación política para la izquierda, dando alternativas de financiamiento a las prácticas condicionales del FMI.

Pero cabe ser claro en el análisis y en las expectativas. Si bien la existencia de mundo multipolar, con diversificados centros geopolíticos abre oportunidades políticas para la región. Esto no implica necesariamente un cambio en la dinámica dependiente de la economía regional. Como acertadamente se ha criticado, la orientación que muchos gobiernos progresistas tuvieron hacia la inversión China, no modificó la estructura  mono-exportadora latinoamericana, al contrario, la hizo más dependiente, como bien lo ha enfatizado la crítica al neo-extractivismo y la ausencia de estrategias de diversificación económica.

Igualmente relevante es considerar que la existencia de un mundo multipolar, tampoco implica un alineamiento ideológico específico. A diferencia de la dinámica geopolítica de la guerra fría, y en particular de la Unión Soviética, donde primaba un alineamiento político sobre los réditos económicos de la diplomacia. La inversión de las potencias emergentes sigue una lógica de maximización de utilidades e intereses geopolíticos, la cual no juzga la ideología política de su contraparte, sino que simplemente la omite. Así, la inversión China en la región se ha desarrollado bajo los criterios de rentabilidad económica y conveniencia geoestratégica a mediano plazo, y no necesariamente por un compromiso ideológico específico con los gobiernos progresistas y sus izquierdas.

De este modo la existencia de una apertura en la ventana geopolítica par las izquierdas regionales, no garantiza una solución a las falencias internas ni a las vulnerabilidades externas de los gobiernos progresistas. Pero sin duda amplía el campo de acción. Si las izquierdas latinoamericanas logran re-articularse y proyectar un segundo ascenso, estas presentan un escenario geopolítico más favorable sobre el cual se puedan superar las perspectivas económicas dependientes y la constante tentación extractivista que debilitó y flanqueó a la izquierda latinoamericana en su primera ola de expansión.