Buen día, presidente Lula
“¡Buen día, presidente Lula!”, “¡Buenas noches, presidente Lula!” gritan todas las mañanas y noches la gente del Movimiento Sin Tierra y la CUT brasileña, concentrados en el campamento montado en una calle aledaña al edificio de la Policía Federal en Curitiba, donde el ex Presidente se encuentra preso.
De esa vigilia pudimos participar durante la primera semana de junio, cuando se celebró el Congreso Extraordinario de la Juventud del Partido de los Trabajadores (PT), con más de 2500 jóvenes de todo Brasil. Feministas, afrodescendientes, estudiantes y trabajadores: una diversidad que pocas veces tocaba con tanta fuerza al estado de Paraná.
Ahí pudimos observar la forma mítica en que se transmite el legado político del sindicalista, algo que sobresale y que sorprende a quienes vemos la política desde otra proximidad. Lula sigue siendo ese líder capaz de entender el lenguaje y los lamentos de los pobres, de comer y beber lo que ellos comen y beben, de ser perdonado por los de abajo a pesar de andar entre ricos, ya que continúa siendo uno de ellos: el mismo metalúrgico que levantó resistencia en la dictadura, capaz de defenderlos contra aquellos poderosos cuando llegue la hora.
A pocos meses de la elección presidencial en Brasil y según los resultados revelados esta semana por la encuesta CNT/MDA, el panorama es que Luiz Inácio Lula da Silva reuniría 32% de las preferencias en la primera vuelta, casi la misma cantidad de votos que los otros 4 candidatos que tienen un apoyo significativo: el ultraderechista Jair Bolsonaro, con 16%, la medioambientalista Marina Silva, con 7%, el demócrata laborista Ciro Gomes, con 5%, y el socialdemócrata Gerardo Alckmin, con 4%.
En la segunda vuelta, el ex Presidente sería electo en todos los escenarios con al menos dos dígitos de ventaja sobre cualquiera de sus competidores. El sinsentido viene porque Lula está condenado en el caso Lava Jato por corrupción en segunda instancia a 12 años de privación de libertad -encontrándose en prisión desde hace dos meses- y podría estar imposibilitado de participar por la ley de ficha limpia que él mismo promulgó en su primer mandato.
En estos mismos estudios, se revela otra paradoja: 51% considera que la prisión de Lula es justa y un 49% considera que es injusta. En un país donde reinaba la calma hace 10 años, y que se encontraba mirando hacia las grandes potencias con la organización del Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos, es preocupante el nivel de polarización que tiene hoy Brasil.
Esta radicalización, sin embargo, no responde tanto a votos programáticos sino más bien a los liderazgos que se plantan en esta coyuntura. Dado que el juicio que se ha llevado en su contra tiene ribetes políticos y no una claridad jurídica, se genera un debate que se centra en la influyente figura de Lula en tanto hecho o fenómeno para generar los clivajes para la elección, quedando la duda si esto generara una división en la política brasileña para adelante. Esto se suma a la corrupción como eje en un sistema donde no pareciera existir sector que se encuentre inocente, lo que promueve el crecimiento de evangélicos y outsiders.
En ese contexto complejo, el PT mantiene la esperanza de poder obtener del Tribunal Superior Electoral alguna salida que le permita, aun tras las rejas, disputar la elección con un Lula que podría ganar por amplio margen. Por lo mismo, hay una negación de buscar un sustituto o sustituta, a pesar del riesgo de lo que se pone en juego.
Lula, quien lanzó en ausencia su pre-campaña en Minas Gerais el pasado 8 de junio, es alguien que a lo largo de su trayectoria no le faltó olfato y flexibilidad para encontrar soluciones políticas. Sabe que en este momento la izquierda brasileña podría acabar dañada de gravedad frente a la opción ultraderechista de Bolsonaro, si hay una negativa a dar la luz verde para que PT apoye eventualmente a otra u otro candidato, dentro o fuera de mundo petista. Es justo y propio que Lula siga proclamando su inocencia en un juicio instrumentalizado por la oligarquía local, pero es peligroso para el futuro del país una posición de todo o nada.
Chomsky, a propósito de Israel y su relación con los vecinos, acuñó el concepto de complejo de Sansón: preferir morir aplastado con los enemigos filisteos antes que negociar con ellos una salida para volver al ataque. Rechazar cualquier diálogo con los otros partidos para intentar salvar lo que aún es salvable no es un camino viable. Por lo mismo, la señal dada por el mismo Lula estos días a sus seguidores de no hostilizar a Ciro Gomes -ex ministro de su gobierno- y que se propenda a un pacto de no agresión significa mucho de cara a una segunda vuelta.
El destino de Lula es incierto, sin embargo, la posibilidad de retomar la senda de igualdad, dignidad y derechos por la izquierda brasileña sigue estando allí.