Ecuador: Un choque de caudillos que no fortaleció la democracia ni marcó el fin de la era Correa
El pasado domingo 4 de febrero, los/as ecuatorianos-as votaron masivamente por el SÍ en las siete preguntas del referéndum y consulta popular convocados por el presidente Lenin Moreno. Un proceso que tuvo sus raíces en el Diálogo nacional y que fue anunciado como un paso a favor de la reconciliación nacional en un país polarizado. Sin embargo, esta convocatoria, calificada como una tercera vuelta electoral, desató odios y pasiones políticas durante la campaña por el SÍ o por el NO, en gran parte por el enfoque dado por los medios de comunicación. Estos se dedicaron a resaltar la confrontación entre “Presidentes”, exacerbada por la segunda pregunta en la cual Lenin Moreno planteaba limitar la reelección. Esta pregunta apuntaba directamente al ex presidente Correa, partidario del NO a las siete preguntas, en medio de una guerra de caudillos desatada desde que Moreno asumió la presidencia. Una pugna que ha dividido al partido oficialista Alianza País, fundado por Rafael Correa, quien decidió abandonarlo en enero durante su campaña por el NO. ¿Qué razones fueron las que motivaron a Lenín Moreno a volcarse en contra de su predecesor?
Mucho se especuló sobre la candidatura de Lenin Moreno, quien fuera vicepresidente de Rafael Correa entre 2007 y 2013. Designado como candidato a presidente por la convención nacional del Frente Unidos (movimiento político de izquierdas liderado por el partido Alianza País), sus diferencias con Rafael Correa eran ya conocidas por todos. Se especula que el entonces presidente prefería ver a Jorge Glas, su vicepresidente, sucederlo en el cargo. Finalmente, logró imponerlo como vicepresidente en la nueva fórmula presidencial, asegurando a través de él la continuidad de la Revolución Ciudadana. En abril 2017, durante una segunda vuelta presidencial muy reñida, Lenín Moreno pudo constatar cuan conflictiva se había tornado la situación política en el país. Decidido a reconciliar una nación dividida por las políticas extractivistas de su predecesor, la polémica ley de comunicaciones y el destape de la corrupción bajo la era Correa, convocó un Gran Diálogo Nacional con diferentes sectores y prometió gobernar consultando al pueblo.
Pero para ganar legitimidad, Lenín Moreno necesitaba desmarcarse de su predecesor; fue entonces que decidió criticar indirectamente a Rafael Correa por dejar una deuda superior a la anunciada, lo que significaba la necesidad de entrar en un ciclo de austeridad. Una deuda que pudo haber aumentado por causa de dos efectos adversos: la caída del precio del barril de petróleo y el terremoto de 2016. Desde Bélgica, el ex presidente mordió el anzuelo, denunciando a su sucesor por estar usando nuevas metodologías de cálculo de la deuda con el único fin de desacreditarlo.
Pero hubo desde entonces nuevos seísmos que remecieron a todo el país: el escándalo de Odebrecht, y otros casos de corrupción nacional, que implicaron directamente al vicepresidente Jorge Glas, y justificaron la más severa postura del actual mandatario, quien creo por decreto un Frente Anti-corrupción. De allí también su intención de reformar de manera urgente el Consejo de Participación Ciudadana (materializada en la tercera pregunta del referéndum) que tiene potestad para nombrar altos funcionarios. Esta institución, que desde la oposición han denunciado de estar cooptada, ha confirmado en su cargo a funcionarios recientemente acusados de corrupción, como por ejemplo al ex contralor general del Estado, Carlos Pólit.
La trama Odebrecht, del nombre del conglomerado multinacional de empresas especializadas en construcción, transportes e infraestructura urbana acusado por el departamento de justicia de los Estados Unidos de corromper a políticos en toda la región, también llevó a la caída de quien aseguraba la continuidad del correísmo en el ejecutivo. Condenado a seis años de prisión en diciembre 2017 por delito de asociación ilícita en caso de autor, Jorge Glas no alcanzó a estar ni un año como vicepresidente de Lenin Moreno. Una condena que según Rafael Correa refleja la persecución política de un gobierno que busca acabar con el Estado de derecho para poder repartir el país entre los más poderosos.
Lenín Moreno ha demostrado no sólo ser un gran estratega sino también un camaleón político imprevisible. El “paquetazo” de austeridad que anunció al revelar la enorme deuda pública finamente no se concretó y según el ministro de Comercio Exterior, Pablo Campana, las inversiones no han dejado de aumentar en el país. Ecuador se prepara hoy a cambios trascendentales, y su presidente, fortalecido desde esta consulta, deberá cumplir con sus compromisos planteados en materia de protección del medio ambiente, de lucha contra la corrupción y la impunidad, y de democratización del Consejo de Participación Ciudadana, entre otros. Sin embargo, y contrariamente a lo que defienden sus partidarios, al incluir la pregunta sobre limitar la reelección indefinida, Lenín Moreno no fortaleció la democracia en el país. Lo que organizó fue un linchamiento mediático con desenlace en las urnas, con el fin de acabar con una personalidad política que le estorbaba. Esto hizo de esta consulta popular un verdadero duelo de caudillos, en lugar de la fiesta democrática que el pueblo ecuatoriano realmente se merecía.
Acaso el mérito más grande de Rafael Correa fue el de haber peleado con dignidad una batalla perdida de antemano. Sin embargo, podría haber estrechado el margen evitando varios errores que le restaron votos al NO en las urnas: al calificar de inconstitucional y de populista una consulta popular que sí empoderó a la ciudadanía, lo único que hizo fue propiciar su propia derrota. Es más, su campaña no debería haber buscado el NO a toda costa ni en todas las preguntas, y como gesto de dignidad y de desinterés, debería haber propuesto votar SÍ a limitar la reelección, y de esa manera evitar que el debate en los medios se focalizara en esa pregunta. Estos mismos medios presentan hoy la victoria del SÍ como el fin de la “era Correa”, una opinión compartida por la clase política y que evidencia cuan acostumbrados están todos al fortalecimiento de las instituciones y a la estabilidad generadas durante la tan repudiada era. Pero en medio de aquel jolgorio, tienden a olvidar la fuerte inestabilidad cíclica que desde siempre ha caracterizado la historia política ecuatoriana. No podrán renegar por mucho tiempo el legado de una era que a pesar de todos sus defectos logró generar crecimiento económico, creo nuevas instituciones, fomentó políticas sociales y repartición de riquezas, e incentivó nuevas formas de participación ciudadana. Es más, la personalidad política de “Mashi Rafael” seguirá siendo un referente activo en el imaginario político de los ecuatorianos, y la nueva fuerza política que prometió crear podría algún día convertirse en una opción en caso de volver la inestabilidad al país.