La convergencia política y el fortalecimiento del Frente Amplio
No hay nada nuevo en hablar de la convergencia de la izquierda, menos aún en el marco de un Frente Amplio con catorce organizaciones que intentan un primer paso en común. Lo relevante está en pensar o concebir las motivaciones políticas que conducen a la necesidad de converger y que estas se encuentran –asimismo- determinadas por el contexto político nacional en que nos encontraremos en los siguientes cuatro años.
Estamos lejos de poder exigir una lectura única y homogénea de la realidad, ni tampoco de demandar proyectos estratégicos unitarios de largo plazo, dado que cada organización política posee -de forma legítima- la capacidad de establecer estás definiciones desde su propio nicho. Lo que nos convoca es esclarecer un trazado estratégico mínimo, que sea capaz de consensuar la centralidad del fortalecimiento de los movimientos sociales, así como disponer del Frente Amplio como un espacio consolidado de oposición antineoliberal al gobierno de derecha liderado por Piñera. Es menester situar al Frente Amplio como un espacio que –ahora sin la determinación inmediata de procesos eleccionarios- se transforme en un referente de construcción político social de cara a las organizaciones populares, sociales y de base que vienen desde hace ya tiempo articulando un camino de construcción de fuerza social.
Consolidar un referente que se establezca como la gran brecha de oposición al gobierno del empresariado desborda las capacidades de nuestra bancada parlamentaria, ya que consideramos que lo primordial continúa jugándose en el terreno de la generación de musculatura o fuerza social, pues no es viable una oposición por fuera del bloque en el poder, si ella no posee un fuerte sustento en las expectativas y demandas sociales de ese mundo que aún se mantiene más allá de la órbita de la institucionalidad, vale decir, de aquella zona que se irguió como la política oficial hegemonizada por el duopolio articulado desde los años noventa.
La necesidad de este sustento no es abordada coherentemente si lo que se busca es instalar lógicas de representatividad vaciadas de participación y deliberación concreta por parte de ese amplio segmento de la sociedad que –pese a todo- mantiene su organización, aunque lejos de las instancias electorales. Sin un pueblo capaz de movilizarse, no es viable una rearticulación entre política y sociedad, y por lo mismo, no es posible iniciar el camino de la superación del neoliberalismo en nuestro país. El Frente Amplio, en el actual contexto, debe orientarse hacia ese mundo de organizaciones buscando construir, en conjunto y desde ellas, una oposición política y social, lo que implica la generación de una capacidad de movilización social que permita hacerle frente también en las calles a la avanzada del conservadurismo y el pinochetismo solapado.
Si el objetivo de construir fuerza social corresponde a un horizonte compartido por diversas orgánicas políticas al interior del Frente Amplio, este debe jugar un rol central en la definición de una convergencia. No se trata, entonces, de formar un grupo, partido o movimiento con el objetivo reactivo de ser un contrapeso a la hegemonía tácita de una u otra organización, al interior del FA -dada la suma final de parlamentarios electos o de redes políticas- sino de conjugar una determinada lectura del período mediato dentro de la cual se asuma, también con humildad, la incapacidad de enfrentar los desafíos emergentes de manera aislada. Más allá del optimismo campante, no olvidemos que a nivel institucional el Frente Amplio es una minoría política en votos y parlamentarios.
Desde esta perspectiva, un proceso de convergencia de organizaciones políticas al interior del Frente Amplio requiere del establecimiento de coordenadas claras en cuanto a las disposiciones estratégicas, así como la definición del rol que se le atribuye –en dichas coordenadas- al espacio del Frente Amplio para los próximos cuatro años. Esto, sin duda, no se resuelve ni se dictamina por medio de meros acuerdos entre direcciones nacionales, o cualquier otra forma cupular, pues con ello la señal que se entrega al espacio mismo del Frente Amplio sería totalmente contraria a la promesa discursiva de las ‘nuevas formas de hacer o entender la política’. Sin un diálogo y una práctica cotidiana común y democrática no es factible una convergencia.
El surgimiento de un nuevo referente debe ser el resultado de un profundo proceso de debate político y estratégico por parte las organizaciones que apunten a este objetivo y ha de tener su centralidad anclada en las proyecciones de construcción de fuerza social real, observando el fortalecimiento del Frente Amplio sobre la base de su extensión al mundo popular. Este camino nos ayudará a ir abordando en forma creativa la tradicional dicotomía entre lo social y lo institucional que –sesgadamente- se formula como inquebrantable, para de esta forma ir generando la infraestructura que nos permita asumir los desafíos de una y otra arista de modo coherente y responsable con un proyecto que se juega la irrupción de una alternativa política que haga frente a la hegemonía neoliberal de la política chilena.
La convergencia es un desafío cierto y serio para algunas organizaciones políticas del Frente Amplio, por lo que no podemos someterlo ni resolverlo reproduciendo formatos despolitizados, burocráticos, cupulares, ni mañosos, sujetos a intereses pequeños y de corto plazo. Debemos poner sobre la mesa las perspectivas de fortalecimiento de tejido social orientado a generar capacidades de movilización; mostrar –más allá de los ejercicios declarativos- que esas perspectivas se traducen en trabajos de inserción y articulación real de sujetos sociales; disponer de los esfuerzos territoriales, feministas, sindicales y estudiantiles que se han venido desarrollando en conjunto y asumir los tiempos de debate orgánico necesarios, para emerger como una alternativa que traduzca desde sus bases la vocación de poder democrático que en este país ha sido acallada tanto por nuestros adversarios políticos, como por nosotros mismos en esta izquierda llena de fábulas burocráticas.
El desafío de la convergencia nos pone en el trance histórico de volver a construir mayorías desde la izquierda. No hablamos de mayorías electorales ni de mayorías momentáneas, hablamos de mayorías reales, consistentes y conscientes de la necesidad de transformación. En esta mayoría de izquierda, los votos, las firmas o cualquier mecanismo que este sistema político nos imponga para participar en la refriega institucional, no deben ser buscados como justificación para no quedar fuera. El instrumento de transformación es y ha sido, siempre y en cualquier contexto, el pueblo organizado. Por tanto es necesario que la convergencia que ya llegó, que se va construyendo a partir de las necesidades de articulación de los territorios, tenga una perspectiva de doble entrada, de irrupción en el escenario político y al mismo tiempo de consolidación de lo avanzado.
Dicho de otra forma, creemos que en el desafío de la convergencia política se juega un elemento de primer orden de relevancia, si de lo que se trata el proyecto del Frente Amplio es asumir la responsabilidad histórica de reabrir las grandes alamedas.