Crítica a "No me vayas a soltar" de Daniel Campusano: No hay que caer junto a ellos
La representación del mundo escolar más hostil ha tenido un auge en lo audiovisual en series recientes como El Reemplazante, las cuales intentan subrayar la precariedad del sistema educativo envuelta en falta de oportunidades. En la otra vereda, hay novelas como Patas de perro, donde un profesor bordea y cuida la fragilidad de ese mundo educacional rechazado. El desafío de hablar sobre profesores y alumnos en poblaciones se deforma en percepciones caricaturizadas de lo denominado “marginal”. Afortunadamente, ocurre lo contrario con No me vayas a soltar, segunda novela de Daniel Campusano.
Cualquier escritura asentada en la “marginalidad” se entrampa en dos tipificaciones: la primera es describir la población como una especie de idilio combativo; la otra, como un lugar lleno de violencia, donde al parecer se vive en la jungla y las fieras se despedazan por sobrevivencia. Pero Campusano abre una línea media: nos presenta al Colegio San Francisco, perteneciente a una fundación, ubicado en una comuna periférica de Santiago. Su protagonista, Antonio, es un profesor novato que por mala suerte es llevado allí. La narración se centra en el anecdotario de sus alumnos y la fragilidad de una realidad que, aún siendo sincera, choca: “Rebeca me pidió ir a verla al colegio al día siguiente. Me dijo que debía ir en auto, que en el asiento del copiloto no dejara cosas de valor (11)”. A Antonio todo le parece novedoso, cuando aquello no debiera serlo, causándole más que resquemores. La presión de tener que cumplir lo acorrala. Espera algo mejor y no lo espera. Al parecer se enamora y al parecer no. Busca hacer cambios, influir en alguna vida.
Desde otra vereda, están los que siempre han estado. El escenario ya formado de la institución escolar: profesores, directivos, auxiliares, apoderados, psicóloga y alumnos se explican directamente, sin secretos. Le dan a entender a Antonio que realiza clases en un sector complicado, en un lugar donde lo pueden amenazar y asaltar. A pesar de que el espacio esté casi prefigurado, hay una sensación de pérdida o desconexión. La novela de Campusano en cualquier minuto se quiebra; las trizaduras de su escritura son como un vaso que al parecer se compró roto, un caos ahogante que entre otras cosas descifra la educación, el cuoteo de las fundaciones que se aprovechan de esta precariedad instalándose como ente benefactor.
"Aquí todos podemos salir dañados – Soltó después de un lapsus. Pero lo único urgente es pensar en esa niña” (68). Antonio trata de buscar una explicación a lo que le dice la psicóloga. Se siente vulnerable, no sabe cómo reaccionar ante los conflictos que se le presentan. ¿Qué se puede hacer para no terminar hecho bolsa? ¿A quién acudir para no descarnarse resolviendo problemas que no alcanza a dimensionar? Son niños, y los niños al parecer no sufren. Pero estos niños hipersexualizados se golpean, cuestionan y rigen bajo otras reglas. Muestran su realidad en hechos que son acertijos para Antonio. Todos lo saben, todos sospechan, pero no hay que soltarse y evitar caer junto a ellos.
Antonio es un profesor que se escapa, sin darse cuenta, de las zonas de confort que los sectores acomodados han construido de manera casi separatista. Se adentra en las llamadas poblaciones o sectores marginales, entendiendo que una población no es representativa de un grupo social. La novela se instala ahí con una narración ágil que no se detiene en detalles, pero que pone el dedo sobre la llaga, incomoda. Desmitifica un espacio mediante una narración que apenas supera las cien páginas. Un texto deslizable, pero a la vez áspero, que se atreve a mirar con dudosa honestidad a sí mismo y a sus alumnos, aunque esto lo destroce.
No me vayas a soltar
Daniel Campusano
Editorial La Pollera
103 páginas
Precio de referencia: $8.000