Protestas en Irán: La rebelión y el imperio

Protestas en Irán: La rebelión y el imperio

Por: Rodrigo Karmy Bolton | 05.01.2018
Estados Unidos de un lado e Irán del otro. Los imperialismos podrán estar a la orden del día, pero el Imperio, en la precisión de sus operaciones, funciona desde los dos polos que aparecen como supuestamente “enemigos”. Ambos son el Imperio y acusan recibo de una extraña e implícita complicidad en orden a detener las protestas.

Nuevamente, hemos sido tomados por sorpresa. Las calles de Mashad (capital “espiritual” del shiísmo duodecimano) y otras ciudades han sido abarrotadas de protestas, multiplicándose casi por todo el país. Hasta el lunes (quinto día de manifestaciones) ya habían 15 personas muertas. Mas las protestas parecen continuar y profundizarse. El intelectual iraní Hamid Dabashi, no ha dejado de subrayar que para “desacreditarlas”, no ha habido más que un concertado y cómplice esfuerzo de los poderes que supuestamente están en lucha sin cuartel: por un lado, los EE.UU. con el Twitter de Trump y la exigencia de Nikki Halley (embajadora de los EEUU en las Naciones Unidas) de llamar al Consejo de Seguridad apoyando, supuestamente las revueltas contra el régimen; por otro, Ali Khamenei, líder supremo, brazo teológico-político (comandante en jefe de las FF.AA.) del régimen no titubueó en declarar a los manifestantes como “enemigos” de Irán para desacreditarlas en el mismo instante de su aparición.

Por un lado, los EE.UU., bajo el discurso de intentar llevar la democracia a Irán y defender así a quienes protestan, intentarán “justificar” una intervención a Irán, cuestión que hace bastante tiempo, el lobby sionista –que prácticamente dirige la política norteamericana en Medio Oriente– y los propios círculos “trumpistas” de política exterior (Mattis, Tillerson, Mac Master) presionan para que tal intervención tenga lugar. Por otro lado, el régimen iraní, bajo el discurso de ser atacado por el imperialismo norteamericano y sus agencias israelíes y saudíes, intentarán “justificar” la represión contra las protestas considerando a quienes participan en ellas como verdaderos lacayos del imperialismo y, por tanto, abiertos “enemigos” del Estado. Los imperialismos podrán estar a la orden del día, pero el Imperio, en la precisión de sus operaciones, funciona desde los dos polos que aparecen como supuestamente “enemigos”. Ambos son el Imperio y acusan recibo de una extraña e implícita complicidad en orden a detener las protestas. Por eso, ni el capitalismo liberal (lo que queda de él) ni el islam político en su versión estatal-nacional (sea sunní o shií), pueden constituir alternativas frente al nihilismo imperial, pues constituyen su propia lógica, su reverso especular.

Las manifestaciones populares perviven como una sombra en los anales de la historia. Debemos recordar que la revolución iraní no fue ejecutada ni por la persona del Ayatollah Jomeini, sino por las movilizaciones populares que, durante años, impugnaron el régimen del Sha y terminaron por descolonizar a un país completo. El año 2009 y a propósito de una fraudulenta re-elección de Ahmanideyad, emergieron un conjunto de protestas, igualmente intensas como las que estamos presenciando hoy, que impugnaron por derechos civiles, en lo que, en ese entonces, se llamó el “movimiento verde”. Transversal a diversas organizaciones sociales, tal “movimiento” contempló desde estudiantes universitarios hasta trabajadores de diversa índole que, en el plano de su imaginación política, rescataba un cierto espíritu de la Revolución de 1979 que habría quedado trunco con el paradójico triunfo “clerical” que logró capturar la Revolución para sí en la figura del Ayatollah Jomeini (hoy en la figura de Khamenei).

Quizás, aquí se nos abre un asunto crucial: la Revolución de 1979 fue doble. Por un lado, triunfó al precio de apagar la fuente popular de la cual se nutría, descolonizó al Estado iraní del imperialismo estadounidense pero terminó por colonizar a los iraníes con un islam de la resignación que se convirtió en “ideología” de Estado de la nueva oligarquía gobernante. Por otro, perdió en la medida que la fuente democratizadora –igualmente islámica, pero no solamente pues integraba a otros discursos políticos– quedó subsumida, pero no totalmente destruida al interior del nuevo régimen. Esta segunda fuerza emergió el año 2009 a propósito de una elección fraudulenta que re-eligió a Ahmanideyad por un segundo período y que vuelve a emerger hoy día a propósito del anuncio hecho por Rohani quien, en contra de sus promesa electoral que le dio el triunfo en 2013, declaró la profundización del ajuste económico y la mantención de los altos precios en la economía iraní.

A esta luz, podemos subrayar dos diferencias entre el “movimiento verde” de 2009 y la actual ola de protestas del 2017-2018: la primera, es que el “movimiento verde” surgió en un contexto de fraude electoral durante la re-elección de Ahmanideyad, bajo sanciones económicas impuestas por la mentada (“lamentada”) “comunidad internacional” pero con una región medianamente estable (en particular, Siria); en cambio, las actuales protestas surgieron a propósito de la explicitación de las condiciones económicas que cuyo estallido fue cristalizado en el anuncio de Rohani y, sobre todo, en medio de una región enteramente convulsionada por los efectos de las revueltas árabes del 2011 y su devenir sirio en “guerra civil”. Irán convirtió al régimen sirio en su “protectorado” (su colonia) y, en su alianza con Rusia, se convirtió en el pivote fundamental del régimen de Al Assad.

En el año 2013, el nuevo presidente triunfa en las elecciones con la promesa de traer grandes inversiones a Irán, pero la coyuntura geopolítica regional y global, así como las decisiones internas al aparato estatal iraní, le hace retroceder en un giro hacia la austeridad. Si la promesa de Rohani implicó negociar el acuerdo “nuclear” con EE.UU. de la administración Obama (inspección al programa nuclear a cambio de la apertura del capital iraní al flujo del capital trasnacional) y hacerse cargo del gobierno iraquí después de la devastación perpetrada por los EE.UU. contra el país vecino desde la Guerra del Golfo en 1991 hasta su consolidación en la invasión del año 2003, las protestas populares surgen desde el momento en que los resultados de tales movimientos terminaron profundizando los problemas en vez de solucionarlos. Y así, la sociedad iraní parece vivir en un laberinto sin alternativa política posible: si se vota por el ala conservadora o reformista, parece que el estancamiento económico y la parálisis política permanecen.

Que las protestas sintomaticen tal laberinto constituyen una fisura clave pero de la que es preciso ser prudentes: los dos polos imperiales aprovecharán políticamente las protestas han mostrado la crisis de legitimidad del régimen. No sólo de una línea, sino que, como ha visto el politólogo Ahmad Sadry, se trata de la estructura misma del Estado iraní cuya doble estructura, aquella vertical y jerárquica en la que se apoya el orden “clerical” y aquella horizontal y parlamentaria en la que se apoyan algunas instituciones formalmente democráticas, ha mostrado una rigidez importante para asumir ciertas transformaciones democratizadoras que, al modo de extensión de derechos civiles, están pendientes no sólo de la demanda del “movimiento verde” del 2009, sino de la propia Revolución de 1979.

No sabemos hacia dónde van las protestas, si se articularán en nuevas organizaciones, si profundizarán su intensidad, si las potencias regionales (Israel, Arabia Saudi) y las globales (EE.UU.) o el propio régimen iraní, serán capaces de neutralizarlas aplicando el clivaje “amigo-enemigo” que las mismas protestas –así como el movmiento verde del 2009 o las revueltas árabes del 2011– han podido poner en cuestión. Pero sí sabemos que otra Revolución de 1979 pulsa desde el corazón de Irán, otra Revolución que no tiene tiempo ni para una “democracia” impuesta a imagen y semejanza de una potencia imperial, ni para una retórica “anti-imperialista” declarada por clérigos corruptos.

¿Dónde habita tal protesta? En el siglo XII, el filósofo persa Sihabbodin Yahya Sohrawardi escribió: “Todos nosotros venimos del país del 'no donde'”. Justamente, las protestas no habitan en cartografía alguna, puesto que esta última es el trazado de los imperialistas. El “país del no donde” es un lugar sin espacio, un sitio sin ubicación, pero un campo que existe. Quizás, esa sea la morada de la otra Revolución de 1979 que irrumpió en el “movimiento verde” del 2009 y que, al parecer –sólo al parecer– vuelve a hacerlo en estos días.