Blade Runner: Como lágrimas en la lluvia
En Chile, la película original de Blade Runnner fue para mayores de 14 años. Yo justo los tenía cuando se estrenó. La fui a ver el día viernes de su estreno un cine del centro (antes, los estrenos eran los viernes). Siempre iba a la primera función de las películas que quería ver. A las once de la mañana. Recuerdo que así fue con Viaje a las estrellas 3: en busca de Spok, Calles de fuego y Duna por ejemplo, y a veces te regalaban unos afiches o materiales de la película por ser la primera función. Aunque yo no iba por eso, sino de ansioso, o de fanático. Además, eran rotativos.
De Blade Runner, como de la mayoría de las películas en esa época, uno sabía poco y nada. Eran tiempos sin internet, ni medios especializados, donde apenas llegaban ecos lejanos de una película cuando era muy, muy taquillera, como Tiburón o La guerra de las galaxias. De esta, apenas sabíamos que era de ciencia ficción y que salía Harrison Ford. La fuimos a ver con mi amigo Sergio, compañero de curso en el liceo y vecino. Me acompañaba a ver las películas que a mí me tincaban, como las de ciencia ficción o fantasía, como Cazador del espacio, El señor de las bestias o Cherry 2000, yo a cambio, lo secundaba a ver las de Chuck Norris y Adriano Celentano.
En general tengo pésima memoria, pero de Blade Runner recuerdo hasta el logo de la compañía de Alan Ladd Jr. con el arbolito al inicio de la película. Esa vez, todo me llamaba la atención. Quedamos para adentro. Lo que veíamos era increíble. Desde las primeras imagines, el ojo, las llamaradas, la ciudad interminable. La luz, las sombras. La música de Vangelis. Estábamos hipnotizados. El look, la onda. Han Solo—Indiana Jones con el pelo mal cortado y con cara de asustado. Y Pris. Oh, la bella, dulce y mortífera Pris. Y el rucio oxigenado aullando... Nos quedamos a verla de nuevo en la sala. La gracia de los cines rotativos del centro. Dos al hilo. Y desde entonces, ya nada sería lo mismo…
Uno salía del cine y se iba con la película y sus propias emociones. No había IMDB para revisar detalles o Twitter para leer hasta el más mínimo comentario. No había exceso de información, análisis, documentales, trivia, ni cuadro a cuadro. Ni había manera de volver a verla hasta la TV o VHS varios años después. La crítica la desdeñó. No tuvo ni siquiera la prensa o eco de otras como Star Wars o éxito de taquilla. Nada. Pero se volvió nuestra favorita. Yo en esa época ni siquiera había visto Alien: el octavo pasajero, la anterior película de ese mismo director (no la vi sino hasta tres años después en un ciclo en un instituto). Y claro, ya cinéfilo y siempre buscando “autores”, no encontré nada mejor que endiosar a Scott. Años más tarde, había empezado a escribir, pendejo, en una revista conocida. Y me mandé tres páginas ensalzando a Mr. Scott tras el estreno de Lluvia negra, con Michael Douglas. Supongo que pensaba que si este señor había hecho Blade Runner, que se había vuelto tan importante para mí, tenía que ser un gran director. Y todas sus películas, debían ser buenas. La única vez que escribí una nota en un diario, en primera persona, fue para reconocer lo equivocado que había estado con Ridley Scott. Fue en El Mercurio para el estreno de 1492, ese bodrio sobre Colón. Me sentí “obligado” a hacer un mea culpa. Hoy, Ridley Scott me parece un cineasta sobrevalorado en su momento. Artificioso y publicitario. Y bueno, siempre puedo culpar al exceso de entusiasmo juvenil. Puedo decir que Scott tiene dos grandes obras maestras: Alien y Blade Runner. Y que vista su extensa carrera posterior, son más producto de su época y factores varios.
Pero desde esa vez, Blade Runner se convirtió en la película que más veces he visto en el cine. En 35 mm, en la “pantalla grande”. Ni idea de cuántas en la chica, en video o la televisión (el fin de semana no más la volví a pillar en el cable). ¿Mi versión favorita? La original para el cine de 1982. La que vi aquella vez. La con la voz en off y el final agregado con escenas sacadas de descartes de El Resplandor, de Stanley Kubrick. Esa para mí es la versión del “espectador”, la mía. Y ni todos los intentos de Ridley Scott por echarla a perder lo han conseguido. Es una obra maestra, a pesar suyo.
Y es que siempre nos quedará Roy Batty llorando sobre el cuerpo despaturrado de Pris, manchándose la cara con su sangre y comenzando a aullar. Y la cara de Deckard cagado de susto, con los dedos rotos, huyendo entre las sombras del edificio Bradbury. Momentos que jamás se perderán como... bueno, eso ustedes ya lo saben.