Educación Técnico Profesional: Trayectorias desiguales y desafíos para la inclusión en Educación Superior
A 75 años del Decreto Supremo 64.817 que reconociera la formación Técnico Profesional, de cada diez estudiantes matriculados en tercero y cuarto medio hoy en Chile, cuatro lo están en establecimientos de educación técnico profesional (TP). De ellos, más del 40% seguirá estudios en la educación superior; mayoritariamente en institutos profesionales y centros de formación técnica, aunque también en universidades selectivas y no selectivas. Hoy, por tanto, la educación técnico profesional dista mucho de ser un tipo de educación orientado al ingreso inmediato al mundo del trabajo: estos estudiantes están, de hecho, ingresando a la educación superior. Según datos del SIES, entre los años 2007 y 2016, la matrícula de estudiantes de establecimientos TP en el nivel terciario ha aumentado de 103 mil a 301 mil, es decir de 23% a 28% de la matrícula total ¿Cómo se están articulando ambos mundos –el escolar y el de educación superior, habitualmente poco comunicados- en torno a la trayectoria de estos estudiantes, particularmente marcadas por las desigualdades socioeducativas de nuestro país?
Hablamos de trayectorias marcadas, en primer lugar, por la desigualdad de nuestro sistema escolar. Si comparamos la media del índice de vulnerabilidad escolar (IVE) de los establecimientos científico-humanistas (HC) vs. los TP y polivalentes (es decir, los que ofrecen ambas modalidades), la diferencia es más que significativa: 49% vs. 82 y 83%. Asimismo, estudios recientes muestran que la elección de la educación TP por parte de los estudiantes está fuertemente condicionada por el nivel socioeconómico. En otras palabras, si eres de los grupos más pobres, tu capacidad de elección a la hora de optar entre HC y TP (y entre especialidades) es en extremo restringida, siendo muchas veces los establecimientos quienes escogen, en base a criterios de rendimiento académico previo, disciplina y apoyo de los apoderados. Lo anterior, en un contexto donde las expectativas de los profesores sobre el futuro de los estudiantes de enseñanza media son diferentes según la rama del EE, en desmedro de los TP; y donde la oferta de orientación vocacional es restringida.
Finalmente, los estudiantes más pobres suelen vivir la transición a la educación media diferenciada de forma solitaria y con bajo control sobre decisiones que tendrán gran peso en su futuro. Agreguemos que, aunque formalmente esta decisión ocurre al finalizar segundo medio, en la práctica se vive a los 13 años, en el momento de terminar la educación básica y definir en qué establecimiento seguir estudiando.
En segundo lugar, la desigualdad marca también el acceso a la educación superior de estos estudiantes, especialmente si pensamos en la educación universitaria selectiva. Considerando los resultados de la PSU 2017, el promedio entre lenguaje y matemática de los estudiantes HC y TP se diferencia en 80 puntos en desmedro del segundo grupo. Es importante considerar, entre muchos otros factores, que gran parte de los estudiantes TP no han tenido cursos de matemáticas, lenguaje o ciencias desde segundo medio. Siendo la PSU, aún, el factor preponderante de selección universitaria, estos estudiantes ven así mermadas sus posibilidades de acceder a los estudios universitarios, a pesar de que sus aspiraciones crecientemente apunten también en esta dirección, como en la gran mayoría de estudiantes que salen de cuarto hoy en Chile. Esto explica en parte por qué el acceso a la educación superior de los estudiantes TP no suele ser inmediatamente posterior al egreso de educación media. Hoy sabemos que sus trayectorias tienden a ser no lineales y combinar estudios con trabajo, muchas veces con el fin de pagar un preuniversitario que permita superar la barrera de las pruebas estandarizadas.
Por último, la desigualdad se manifiesta también una vez dentro de la educación superior. En efecto, estudios muestran que cerca del 30% de los estudiantes TP que ingresan a la educación superior abandona sus estudios, duplicando la tasa de deserción de sus pares de educación HC. Sería un error en todo caso leer este dato asignando alguna causalidad absoluta al origen de los estudiantes. Cuando se mira más de cerca esta información y se incluyen factores como si el estudiante ha tenido acceso a becas y créditos, o si ha estudiado en modalidad diurna o vespertina, la retención mejora. De hecho, si nos concentramos en quienes entran a carreras relacionadas con sus estudios previos, especialmente los egresados de ramas industrial y comercial, la relación se invierte: estudiantes provenientes de TP tienen un 24% más de probabilidades de permanecer estudiando en segundo año que los estudiantes HC. Hay aquí, por tanto, un potencial a apoyar y fortalecer.
Todos estos datos suponen un desafío importante al sistema de educación superior en Chile, como bien plantearon diversas instituciones reunidas en torno a la iniciativa Mejora La Técnica. Las políticas universitarias, los diseños curriculares, necesitan hacerse cargo de este perfil de estudiante y de las particularidades de sus trayectorias, signadas tanto por la desigualdad estructural como por estrategias diversas desplegadas por los propios estudiantes para cumplir su objetivo de continuar estudiando, superando una serie de obstáculos.
Un muy buen ejemplo de la clase de articulación que se requiere lo encontramos en la única política pública orientada actualmente a articular ambos niveles educacionales educativos: el programa PACE, inspirado en la experiencia de la red de Propedéuticos UNESCO, que actualmente está presente en 456 establecimientos, 80% de los cuales ofrecen educación TP. Otro ejemplo son todas las iniciativas tendientes, en la educación superior, al reconocimiento de aprendizajes previos, tales como Ránking 850, entre otros.
Lo anterior cobra aún más sentido si consideramos nuevamente el aumento de estudiantes provenientes de establecimientos TP en la educación superior. En el marco de un sistema de admisión universitaria más incluyente que hace unos años (gracias al Ránking de Notas), así como de la gratuidad universitaria, estos desafíos se vuelven urgentes y demandan innovaciones institucionales, tanto desde una perspectiva de inclusión como desde una perspectiva de calidad.