Después de la lluvia: Sobre el distrito 10 y las discusiones en el Frente Amplio

Después de la lluvia: Sobre el distrito 10 y las discusiones en el Frente Amplio

Por: Federico Galende | 22.08.2017
¿Hubo algo grave? ¡Por supuesto que no! Al revés, el Frente se mostró tal como es. Expuso ante la gente sus desacuerdos y sus modos de conversarlos, exhibió las confusiones que son propias de cualquiera y lució las subidas de tono que, a título del mínimo de pasión con que debe defenderse una idea en la que se cree, correspondería que asomara aun más en el alicaído corazón controversial del país.

Lo del distrito 10 no fue una tormenta, ni siquiera una lluvia, apenas una garúa. Y ni siquiera sé si estoy tan de acuerdo con el festival de autoimputaciones, mea culpas y distinguidas retractaciones que fueron asomando en el camino. No está mal retractarse (es un gesto infrecuente en política y por esto mismo resulta ejemplar), pero tampoco hay que exagerar. Tal vez sea mejor comprender que este festival de disculpas y malentendidos que se corrigen a sí mismos en público son la cara más interesante y singular del Frente Amplio.

El FA, al menos hasta donde yo sé, no se presentó jamás como una fuerza política articulada, con sus típicos punteros y cuadros bajando la línea y arriando al ganado hacia un horizonte vislumbrado por un par de profetas; se presentó como una fuerza heterogénea y compleja, animada por una diversidad de causas valiosas que mantienen litigios entre sí respecto a sus prioridades y para las que se ha luchado como hay que hacerlo: a brazo partido y sin contar de antemano con un final feliz que lo unifique todo. De alguna manera es la reunión de muchas luchas llevadas a cabo sin el consuelo previo de que una sola causa las articule.

Cuando las cosas son así, hay naturalmente desprolijidades, desórdenes, remolinos y falta, como diría Borges, siempre algún pormenor o alguna rectificación. Pero lo que habría que preguntarse es ¿cuál es el problema? ¿No se habló desde el vamos de otro modo de concebir la política? Sí, se habló de otro modo, uno que lógicamente incluye una forma política diferente de hablar, de tratar los daños y abordar los desaguisados.

Bien, fue exactamente lo que sucedió: hubo un debate y los debates, cuando son de verdad, llevan borradores, careos y papelones. Pero lo que esto quiere decir es que la política entró por fin en este país a un reparto de fórmulas por las que se puede optar: una de estas fórmulas (la más conocida hasta ahora) es obsesiva, contenida, responde a un sistema convencional de partidos políticos comprados a derecha e izquierda por el empresariado y opera en el registro monótono de las élites; la otra es histérica, contradictoria, desprolija y algo infantil, pero por lo mismo está colmada de ideas novedosas, debates en serio y confrontaciones públicas.

Esto se debe a algo relativamente sencillo: la Nueva Mayoría o la Alianza, respetando el tajo cada vez más somero que las divide, nacieron de una fusión entre cúpulas partidarias muy limadas, proyectando las tímidas perspectivas que son propias de los acuerdos firmados a espaldas del pueblo y los botellazos disimulados (mal disimulados, encima) tras la puerta celestial del consenso, mientras que el Frente Amplio nació en las calles y en los parques, al amparo de mochilas y algunos paraguas, digamos que como el cine, como el pop o como Louis Armstrong.

Ahora hay que ir afinando, pero afinar no significa cambiar el libreto o darse golpecitos en el pecho ante las cámaras en una especie de pésame eterno, sino apropiarse de la discusión que se ha abierto, reivindicarla, asumir el bamboleo constitutivo entre esa punta liberal con aficiones comunitarias y esa otra punta de colectivismo de vocación más personalista. Son puntas que se friccionan, que se entrechocan, pero el Frente Amplio es un nudo inspirado en estos encuentros ásperos, y permitir que la fricción permanezca es menos un error que el ejercicio de una potencia paradojal.

Lo bueno de esta potencia es que remueve el hormigonado de una clase política cerrada desde hace décadas a un debate sincero sobre lo que se requiere en este país y concentrada, insensible a quienes los votan, en seguir al pie de la letra la receta del vergonzoso y actual régimen de acumulación. Por eso no hay que extremar las culpas, darle la comida en la boca a una derecha que hace trampas de todo tipo, asociando mediáticamente -como lo acaban de hacer- el audio que subió Mayol con el kiotazo de los noventa.

¿Qué tiene que ver una cosa con otra? El kiotazo fue la operación tenebrosa de una derecha recalcitrante que apuntó de entrada a que el legado oscuro de Pinochet no fuera siquiera matizado, sucedió en gabinetes tan ominosos como el del Dr. Caligari y contó con el veredicto de una de las señoras más malas (ojalá no se me acuse de maltrato de género) de la historia de este país. Mayol es un sociólogo honesto e inteligente que publicó el audio de una conversación privada para que todo el mundo pueda juzgarlo y decidir adultamente si hubo allí algo realmente grave.

¿Y hubo algo grave? ¡Por supuesto que no! Al revés: lo que según mi parecer logró el Frente subiendo este audio fue mostrarse tal como es: expuso ante la gente sus desacuerdos y sus modos de conversarlos, exhibió las confusiones que son propias de cualquiera y lució las subidas de tono que, a título del mínimo de pasión con que debe defenderse una idea en la que se cree, correspondería que asomara aun más en el alicaído corazón controversial del país.

Nada de esto me parece un escándalo, exceptuando el hecho de seguir dándole explicaciones a conglomerados políticos que han traicionado las mismas reformas que prometieron, le abultan con nuestro votos el bolsillo a los ricos y son incapaces de defender cualquier causa que no sea estrictamente personal. La política –la escena de lo común- no es una fiesta de gala a la que hay que asistir de punta en blanco; es algo que se hace en las calles, en las plazas, en los bares. Y en esos lugares, como se sabe, la gente se va de vez en cuando a los combos.