El espacio-cidio de Palestina
El sociólogo palestino Sari Hanafi ha acuñado un término específico para la situación de la ocupación israelí que pone el énfasis en el espacio como lugar de la soberanía. Para Hanafi, lo que Israel haría en los Territorios Ocupados puede designarse como un «espacio-cidio». La idea de que los judíos recién asentados en la Palestina de comienzos de siglo XX son “un pueblo sin tierra para una tierra sin pueblo”, a pesar de que este era un territorio poblado por una enorme mayoría árabe, indica con claridad hacia donde se dirigía el discurso sionista. Era necesario vaciar Palestina de sus habitantes, pero no sólo de una forma real y efectiva, sino también a través de la creación de una imagen en la que éstos nunca tuvieran lugar, ni siquiera en términos históricos. El palestino pasa a ser desde la creación de Israel una identidad errónea, que fácilmente debiera perderse entremedio de los demás pueblos árabes y no insistir en una relación con el espacio que el sionismo ha pensado en términos exclusivamente judíos.
El Apartheid mismo, en tanto sistema de dominación, funciona a través de un proceso de invisibilización que crea en el propio territorio un grupo de humanos con derechos -los colonos- y otros inexistentes -los palestinos-. Los nombres de las aldeas y ciudades, de las calles, de los puertos, han sido judaizados como si nunca hubiesen tenido un nombre antes, salvo quizás en la antigüedad hebrea.
El espacio-cidio, entonces, opera principalmente como una forma de negación de lo otro, especialmente del otro como amenaza, de modo que siempre está en relación con una resistencia: los habitantes árabes de Palestina, los movimientos de resistencia, los refugiados, la toponimia, la Palestina musulmana, etc. Lo que resiste verdaderamente al avance del espacio-cidio es objeto de separación, de control o de asesinato, de manera que el crimen al espacio es siempre un crimen hacia aquellos que resultan incómodos, cuyos nombres no suenan bien con la retórica de la homogenización judía. Como ha planteado Aya Hijazi, el espacio se articula como campo de resistencias porque en él habitan “memorias, ideas, y narrativas históricas que nutren la experiencia humana de sus entornos. Ellas no se encuentran sólo en los lugares de uso diario o en las casas en que vivimos, sino también en los sitios de conmemoración”. Sitios que Israel destruye, prohíbe, o expone como patrimonio cultural propio, haciendo de ellos un espacio de uso exclusivamente judío.
El muro del Apartheid, las carreteras diferenciadas, las mallas de asentamientos ilegales, no son otra cosa que formas a través de las cuales el carácter espacio-cida de Israel se ha proyectado a través del tiempo. Hanafi dice: “Mientras espacio-cidio es un buen término para describir todo el proyecto israelí desde 1948 al presente, se debe reconocer que sus técnicas cambian con el tiempo y que su momento principal es después de 1967, cuando deviene en la principal práctica colonial en los territorios palestinos. Aunque la potencialidad del espacio-cidio como práctica está siempre presente, en ciertos momentos, después de 1967, este se ha hecho más evidente, más consciente, y por lo tanto más realizable y más extremo que en el pasado”.
Desde la Naksa, ocurrida en 1967, momento en que Israel ocupa militarmente la Franja de Gaza y Cisjordania, el espacio-cidio se transforma en una política con diferentes formas porque el problema israelí ya no es sólo el de si llevar a cabo una limpieza étnica de los palestinos dentro de su territorio o asimilarlos como ciudadanos de segunda clase (ambas llevadas a la práctica con diferentes intensidades), sino el de administrar a una población indeseada, que habita un territorio apetecido.
La categoría espacio-cidio podría ser útil para entender una manera de articulación de la soberanía en el régimen de ocupación israelí. Para Hanafi, el espacio-cidio funcionaría como un campo de tensión polar, que en uno de sus extremos muestra un principio de separación, que refiere principalmente a las estrategias desplegadas para el control del territorio, definiendo su estatus. En el otro polo aparece el principio de colonización, que básicamente se trata de las estrategias del Estado ocupante para tratar con la población. En el centro del campo, es decir, en el punto en que ambas fuerzas tensionadas -de separación y colonización- se encuentran y se indistinguen, Hanafi muestra el estado de excepción, es decir, la suspensión de toda norma de manera permanente, que deja a los palestinos convertidos en meras existencias sin cualidad.
La vida de los palestinos se encuentra, bajo este modelo, precisamente en la zona de indistinción, porque ellos no son ni meramente una población, en tanto han construido un pasado histórico y han edificado una sociedad, ni tampoco sólo un grupo asentado en un espacio, porque sus formas de resistencia espacial luchan directamente contra la invisibilización y la deshumanización que les son impuestas por la arquitectura israelí.
Como bien dice Hanafi, lo singular del caso israelí es que su proyecto de separación y colonización no funciona estableciendo un modelo de dos territorios, uno israelí y otro palestino, ni tampoco -hasta ahora- Israel ha estado dispuesto a llevar a cabo un exterminio masivo. En vez de ello, Israel ha montado un sólo régimen en el que algunos de sus habitantes son eliminables con impunidad, transferibles y en el mejor de los casos controlados permanentemente, y otros en cuya etnicidad reside la garantía de sus derechos. Ambos grupos humanos viven en el mismo territorio pero, como ya hemos visto, sin tocarse ni encontrarse, salvo cuando los tanques y los aviones de combate aparecen en el horizonte haciendo patente la jerarquía humana del régimen espacio-cida.