El peso de la obesidad: Los desafíos de Chile para sacarse los kilos de más

El peso de la obesidad: Los desafíos de Chile para sacarse los kilos de más

Por: Meritxell Freixas | 13.05.2017
Desigualdad, política pública y educación. Testimonios y expertos desmenuzan las principales causas y consecuencias de esta epidemia que alerta sobre los efectos de la malnutrición en nuestro país.

“Soy gordo desde que tengo uso de razón”. Contundente, rotundo y sin buscar eufemismos, Fernando Santibáñez, un osornino de 27 años estudiante de Periodismo, encarna el desafío que significa luchar contra la obesidad, una enfermedad que hoy es considerada como una epidemia del siglo XXI. A parte de las consecuencias físicas, que pueden llegar a ser mortales, el joven enfrenta una patología con una profunda carga psicológica por el estigma que conlleva quedar al margen de lo socialmente aceptado como “normal”, “bello” o “atractivo”.

Diagnosticado como obeso desde los 10 años, Fernando ha vivido siempre condicionado por el sobrepeso que, en sus peores momentos, llegó a alcanzar los 154 kilos.

Pese que durante su infancia y juventud nunca experimentó episodios de bullying –“nunca fui el gordo al que todos molestaban”, dice–, el segundo de cuatro hermanos considera que su complejo ha sido un factor determinante en su forma de ser y actuar ante los demás: “Dejé de hacer muchas cosas evitar que me molestaran, no participaba nunca en clase, siempre estaba muy callado, reprimiéndome muchas cosas para que no me señalaran y tratar de pasar desapercibido”, explica a El Desconcierto.

¿Por qué me tocó a mí? ¿Por qué yo comía más que el resto?, siempre me lo preguntaba”, recuerda. “Al final, lo asumí como parte de mi vida, nomás”, añade con tono de resignación.

[caption id="attachment_141395" align="alignnone" width="480"]Fernando Santibáñez / Fernando Santibáñez[/caption]

El informe “El costo de la doble carga de la malnutrición: Impacto social y económico. Estudio piloto en Chile, Ecuador y México”, publicado por la CEPAL la semana pasada, señala que la prevalencia de sobrepeso y obesidad para Chile en la población mayor de 20 años es en torno al 70 por ciento. Además, el documento advierte que en el período 2015-2030 se producirán, en nuestro país, más de 200.000 muertes por enfermedades relacionadas con la obesidad.

Hoy son más de 12.000, un 10 por ciento del total, los decesos anuales por estas causas y, al final de la próxima década, éstos habrán experimentado un alza del 13 por ciento respecto a 2014.

Sin embargo, las cifras más alarmantes se registran en la población infantil. Según el informe “Mapa Nutricional 2015”, de la Junta Nacional de Auxilio Escolar y Becas (Junaeb), “la prevalencia de la malnutrición por exceso en prekínder, kínder y primero básico bordea el 50 por ciento, y en el caso de primero medio ha aumentado un alarmante 6,8 por ciento desde el año 2012”.

El contexto obesogénico

La malnutrición por exceso está estrechamente relacionada con los cambios económicos y socioculturales vinculados a la globalización y a la urbanización. Estos procesos han modificado la tecnología y los sistemas de producción de la industria alimentaria, los mercados de alimentos, las estructuras y roles familiares, y las tecnologías para el trabajo y el ocio.

Snacks, carne procesada, kétchup y otras salsas, refrescos azucarados. Son muchas las variantes de alimentos energéticamente densos que están al alcance de todos y todas, mientras que la disponibilidad de frutas, verduras o pescado no son tan accesibles ni económica ni geográficamente.

“Nuestra dieta tiene mucha influencia de la comida procesada. Eso tiene que ver con la promoción pero también con el costo. La comida chatarra es comparativamente mucho más barata que la comida saludable”, explica la doctora Karin Papapietro, nutrióloga del Hospital Clínico de la Universidad de Chile. Según la experta, Chile tiene récords de consumo de bebidas endulzadas y de helados, está entre los 5 a 10 primeros países del mundo.

“Es demasiada la cantidad de oferta que hay de comida chatarra: vas caminando y hay decenas de quioscos llenos de comida basura, carretones de completos y hamburguesas. Estamos súper condicionados, esa es mi esclavitud. Para estar bien tienes que luchar contra todo, sin bajar la guardia, en vez de que sea una cosa natural, pensada para que todos estemos más saludables”, se lamenta Fernando.

La falta de tiempo para la preparación de la comida, la promoción de la vida sedentaria y el escaso conocimiento nutricional son otros de los principales factores que contribuyen a consolidar lo que se conoce como el ambiente obesogénico.

“La abundancia de alimentos que se presentan como accesibles para todo el mundo, como si se tratara de una democratización del acceso, impactan de otra forma en nuestros estilos de consumo. La paradoja es que acceder a mayores alimentos no significa acceder a salud”, afirma Alejandra Naranjo, experta en Antropología Alimentaria.

La doctora Papapietro, por su lado, es enfática en subrayar la gravedad de la situación: “tenemos consecuencias presentes como el aumento de la tasa de diabetes tanto infantil y juvenil como en adultos, el incremento de algunos cánceres, como el de mama, o el crecimiento del número de enfermedades renales terminales, que necesitan diálisis. Son consecuencias que tienen riesgo de mortalidad”, afirma.

El informe de la Cepal también indica que el tratamiento para la obesidad provoca un fuerte impacto económico. En 2014, el costo de esta patología para el sistema de salud público chileno fue de US $330 millones. Mientras que al total de la economía nacional costó US $493, equivalente al 0,2 por ciento del PIB.

El componente psicológico

Más allá de la alimentación y la actividad física, los factores genéticos y psicológicos también influyen de forma directa en el exceso de peso, provocando que uno coma más de lo que necesita, por ejemplo, por estrés o ansiedad. Una relación con la comida que traspasa el mero hecho de ingerir por hambre y que termina dándole al alimento otro significado. “Lo mucho que yo comía era una respuesta a estímulos que tenía en otros ámbitos de mi vida”, afirma Fernando. “El placer de comer me hacía sentir lo que no sentía al hacer otras actividades, encontraba el equilibrio tan ausente en otros aspectos de mi vida”, precisa.

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Para Alejandra Naranjo, la sensación descrita por el estudiante tiene que ver con que “siempre pensamos en el alimento como un nutriente y nos olvidamos de que es un dispositivo que tensiona nuestras relaciones sociales a partir de la sociabilidad alimentaria, es decir, las tradiciones alimentarias de nuestra familia o nuestros pueblos indígenas, el valor que le damos a los alimentos (orgánico, natural…), o las creencias que tenemos sobre ellos, como cuando los convertimos en dispositivos para abrir o cerrar inseguridades o temores”.

Fue precisamente a base de alimentar –literalmente– inseguridades y temores que Fernando llegó a tocar fondo. Su obesidad terminó en un cuadro de depresión construido a base de años de frustraciones, búsquedas de respuestas sin resultado, una autoestima soterrada y pensamientos perniciosos que se apropiaron de todas las dimensiones de su vida.

“Siempre me autoexcluía porque era gordo, pensaba que no me iban a pescar y cada vez me encerraba más en mí mismo", comenta. Y espeta: "Era como si la grasa fuera una coraza que yo mismo iba armando con la comida para no enfrentarme a nada”, reconoce. Luego llegaron las crisis de angustia y ansiedad que desembocaron en pensamientos suicidas en varias ocasiones: “El que no los ha tenido no se lo puede imaginar. Pensaba que quitarse la vida era como tener pena, como decir ‘este mundo no es para mi’. Pero no. Lo concebí como una forma casi filosófica: si muero paso a otra realidad en la que quizás esté mejor”, relata.

Una patología asociada a la desigualdad

Es ampliamente conocida y estudiada la relación entre la obesidad y la clase social. Varios estudios e investigaciones coinciden en demostrar que las familias con bajos ingresos tienden a consumir alimentos más densos en calorías, con alto contenido de azúcar y grasas saturadas pero pobres en vitaminas y minerales, porque son más baratos y requieren menos tiempo de preparación.

Según la Organización Mundial de la Salud, en América Latina y el Caribe las enfermedades cardiovasculares constituyen la principal causa de defunción, aunque con importantes variaciones entre países. Mientras el 30 por ciento de las muertes prematuras por esta causa ocurre en el quintil más pobre, sólo el 13 por ciento tiene lugar los países con más ingresos.

La antropóloga Alejandra Naranjo afirma que “cada sector socioeconómico tiene un prototipo idealizado en el mundo, una forma de representar su cuerpo, en el que influyen la elección de los alimentos y los hábitos de comensalidad (con quién y cómo comemos)”. Y subraya: “la educación tiene un papel central en eso y establece el lugar que lo saludable ocupa en cada persona: si no hay acceso a los alimentos, menos existirá la posibilidad de pensar cómo el estilo saludable afecta en la vida familiar” .

Fernando comparte la mirada de las expertas: “Yo estudio y trabajo, paso mucho rato trabajando fuera de la casa, en un supermercado, entonces priorizo la supervivencia más que el vivir bien”.

Sobre el imaginario que la comida cumple en su entorno más cercano, explica: “en el sur se come harto, muchos dulces y asados. En mi familia, por ejemplo, la comida es amor. Mi mamá cocina harto, sobretodo cuando llega gente a la casa”, dice. Y añade: “para una familia sureña de toda la vida comer es lo más importante y es distinto a lo que hará otra familia con un capital cultural más grande, que quizás ha viajado, y puede que tenga más consciencia sobre la alimentación”.

Además de la clase social, otra variable a considerar a la hora de analizar el impacto social de la obesidad es el género. La doctora Papapietro sostiene que un factor fundamental que hace que las mujeres sufran más de sobrepeso tiene que ver con la estatura y la masa muscular, que es inferior a la de los hombres, lo que favorece la acumulación de grasa. “Otro factor muy importante es tener hijos, lo que representa el inicio del camino hacia la obesidad para muchas”. En su opinión, eso tiene que ver con “un tema cultural más que hormonal porque hay gente que aún cree que hay que comer por dos”.

Desafíos para las políticas públicas

Dar la pelea contra la obesidad y sus enfermedades asociadas es una responsabilidad colectiva que pasa por la implicación de muchos agentes: desde el Estado y las empresas agroalimentarias hasta la ciudadanía en general.

“La mirada tiene que ser tanto con intervenciones estructurales, como la Ley de Etiquetado, como con otras más educativas, como el acompañamiento a las familias sobre el tipo de alimentos que provén, las porciones y cantidades”, explica la doctora en Salud Pública de la Universidad de Chile, Marcia Erazo.

El gobierno impulsó medidas preventivas como la restricción de marketing de alimentos no saludables en los quioscos de las escuelas, los impuestos a bebidas azucaradas, cuyas tasas pasaron en 2014 del 13 al 18 por ciento, y el uso de etiquetado frontal en los alimentos.

[caption id="attachment_141459" align="alignnone" width="900"] / Agencia Uno[/caption]

En opinión del Miniserio de Salud, “se ha avanzando a pasos bien grandes en políticas nutricionales”, asegura el asesor técnico del departamento de Nutrición y Alimentos, Cristian Cofré. Según él, “la población está comprendiendo la dimensión del problema y más del 80 por ciento de los ciudadanos tienen buena percepción de estas iniciativas”. Además, opina que un 18 por ciento de la cartera de alimentos de la industria alimentaria ha disminuido la cantidad de nutrientes críticos para ajustarse a lo que establece la regulación.

Sin embargo, para Erazo quedan aún puntos pendientes y urgentes de resolver: “Es necesario aplicar otras medidas que pasen por aplicar impuestos a los alimentos que contienen exceso de nutrientes críticos: azúcar, grasas saturadas, sodio al estilo del tabaco y alcohol, subsidiar las frutas y verduras y mejorar el acceso a todas las regiones del país, y mejorar el trabajo con niños y con familias, hay que hacerse cargo de la cultura de la desnutrición”.

La doctora Papapietro opina que otro punto relevante para mejorar la prevención y tratamiento de la obesidad es disponer en los consultorios de suficientes profesionales especializados para atender a los pacientes que la padecen: “Hay carencia de recursos humanos para la alta tasa de obesidad de este país”, asegura.

El experto del Minsal dice que este año están concretando, junto con el Ministerio de Hacienda, un estudio para evaluar un alza de los impuestos a los alimentos con altos niveles de nutrientes críticos como azúcares, sodio, grasas saturadas y calorías y eventualmente también subvenciones a determinados productos.

Por otra parte, en los próximos meses empezará a trabajarse en la nueva Encuesta de Salud Nacional, prevista para 2017, que permitirá evaluar las medidas gubernamentales y comparar los datos respecto a la última medición, llevada a cabo en 2010.

Ganar la batalla

El cambio de hábitos alimentarios en la población es paulatino y las medidas preventivas son de evolución lenta. Aún así, la clave está en la toma de consciencia de la ciudadanía. En el caso de Fernando, la decisión de enfrentar la enfermedad llegó tras participar en un programa de televisión que le ofreció una terapia integral con acompañamiento psiquiátrico y psicológico. Junto con eso, el deporte se convirtió también en uno de sus mejores aliados: “Juego a básquet, ando en bici, voy a la piscina y soy más consciente de lo que estoy comiendo, me preocupo más de nutrirme que de comer cualquier cosa”, asegura.

El joven se muestra optimista. Lo tiene claro: quiere ganarle la batalla a la depresión y a la obesidad, y lo hará a través del autoconocimiento y de sus propias herramientas. No quiere escuchar hablar de la cirugía bariátrica y es taxativo en su opinión: “Aunque te operes, sigues siendo gordo de cabeza, quizás no físicamente, pero sigues teniendo los mismos miedos, las mismas ansiedades y el mismo origen de la obesidad", sentencia.

Fernando quiere encontrarse y ya lleva un trozo de camino recorrido para lograrlo. “Creo que está en manos de uno hacer el click para intentar ser una persona más saludable”, asevera. “Esa será mi lucha personal, como un proceso de vida, porque tengo ganas de disfrutar de las cosas, hacer lo que me gusta, descubrir el mundo como a yo quiero”, dice. Por ahora todavía es un deseo pero cada vez está más cerca de ser su nueva realidad.