El último presidente

El último presidente

Por: Rodrigo Reyes Sangermani | 12.04.2017
Lagos, el “innombrable para algunos”, el responsable de las injusticias del Chile de la medida de lo posible, quieran o no, se den cuenta o no, les guste o no a las masas callejeras, a los revolucionarios estudiantes, a los derechistas recalcitrantes, a los autoflagelantes de moda, era el único que podía profundizar, corregir o enmendar las necesarias reformas. Haciéndolo con decisión pero, al mismo tiempo, con eficacia, seducción y dando garantías de gobernabilidad.

Lagos fue víctima del incombustible inconformismo de la gente de la calle. Ciudadanos cansados e impacientes que buscan culpables de todos los males que aquejan a nuestro país en quienes en su momento asumieron la gran tarea de la transición. Estos inconformistas no sólo se manifiestan en las protestas callejeras, sino, sobre todo, en las encuestas, en los formularios de las consultoras de opinión pública que aparecen en los fríos guarismos de la publicación de turno que lleva el barómetro de las preferencias de los candidatos, como si éstos fueran cantantes del ranquin de Billboard. De una mayoría que no vota pero que sí alega.

No se trata de despreciar una sociedad que se moviliza para conseguir mayores estadios de bienestar en un país urgente y profundamente desigual, sino más bien de constatar que muchas veces ese reclamo canaliza la indignación de la gente por destinos equivocados construyendo soluciones mágicas donde no las hay, y lo que es peor, constatando con resignación la existencia de una clase política que en vez de orientar, informar y actuar de cara a la ciudadanía, muchas veces actúa motivada por sus propios intereses o por el afán desmedido de perpetuarse en sus miserables cuotas de poder, lo que sin embargo no justifica incendiar el bosque.

Y a río revuelto, como ha ocurrido estos años de profunda indignación ciudadana, han ganado los pescadores, que de uno y otro lado extienden sus redes para tirar la pesca a su propio bote, sin importar la estabilidad de nuestra democracia, la ética en el comportamiento público y la generosidad republicana para que a los gobiernos les vaya bien.

A los únicos que les convenía la bajada de Lagos era precisamente a esos operadores de la Nueva Mayoría, quienes a mi juicio erróneamente ven en Guillier una nueva forma de hacer política solamente refrendado por el porcentaje de un gráfico de barras. Erróneamente porque si Guillier tuviera que gobernar tendría que hacerlo con los mismos que hoy critica la ciudadanía, con los mismos personajes y partidos de la Nueva Mayoría y, claro, quizás dos o tres rostros que den apariencia de recambio a la imagen de un gabinete posando delante del Palacio de cerro Castillo el 21 de mayo.

¿Alguien de verdad piensa que Beatriz Sánchez, Alejandro Guillier o Alberto Mayol van construir una comunidad política absolutamente nueva desde la nada sin los votos ni convocatorias de los ya existentes una y mil veces vapuleados por la calle?

La renovación no necesariamente viene acompañada de nuevos nombres para la papeleta de diciembre. No hay renovación por un par de discursos nuevos o por un programa que una vez más se pretenda hacer “escuchando a la gente”, se necesita capacidad de liderazgo, trayectoria y experiencia para dirigir los destinos de un país enrabiado y desorientado en sus afanes populares.

Por el contrario Lagos, el “innombrable para algunos”, el responsable de las injusticias del Chile de la medida de lo posible, quieran o no, se den cuenta o no, les guste o no a las masas callejeras, a los revolucionarios estudiantes, a los derechistas recalcitrantes, a los autoflagelantes de moda, era el único que podía profundizar, corregir o enmendar las necesarias reformas. Haciéndolo con decisión pero, al mismo tiempo, con eficacia, seducción y dando garantías de gobernabilidad.

Hoy (casi) nadie discute la importancia de las reformas implementadas, mal hechas algunas, improvisadas muchas, desordenadas otras y muy mal comunicadas todas, reformas que ni siquiera satisficieron el paladar de todos los partidarios del Gobierno, lo que sin duda habla de una gestión deficitaria de coordinación política y alineamiento de fuerzas. Sin embargo, esta dicho son pocos los que discuten la urgencia de revisar la institucionalidad política, económica y social construida en la dictadura, y que hoy con el paso de los años, y en medio un nuevo paradigma histórico, está llamada a buscar mayor justicia social, una patria con más oportunidades para todos y una sociedad más igualitaria.

Lagos era capaz de hacerlo. Capaz de estar por sobre las licuadas veleidades de la política para enmendar los rumbos de una colación tan exitosa en los últimos 27 años que nos hizo olvidar los más oscuros años de nuestra historia reciente para generar un nuevo estándar de exigencia ciudadana, insatisfecha y pendiente.

Hay algunos que quieren cambiarlo todo (por algo que no se sabe muy bien lo que es) porque eso despierta los apetitos de ese enfant terrible que es el ciudadano indignado que no vota pero que influye; otros que quieren no cambiar nada, para mantener ese exquisito estado de privilegios fundados y mantenidos casi incólumes desde la fundación de la república, agazapados detrás de los muros de la desigualdad, enrejados por sus propias autopistas y condominios o en oficinas encumbradas en las altas cumbres de sus edificios como queriendo mirar la angostura de cordillera a mar donde están sus intereses. Pese a ello ni unos ni otros sobran; todos deben ser convocados e incluidos, más sea por la convicción de una patria justa y buena para todos como por la necesidad pragmática que no es posible un Chile sin el uno y sin el otro.

Ya no contamos con Lagos para esta tarea. ¿Habrá alguien a la altura de las circunstancias?