Ecuador y los desafíos de la “Revolución Ciudadana”
El pasado 19 de febrero se realizó la primera vuelta de la elección presidencial en Ecuador para definir al sucesor de Rafael Correa. Entre las ocho posibles opciones, las encuestas destacaban como candidatos fuertes a Lenín Moreno, candidato de Alianza País (AP), y a las dos cartas de la derecha: la conservadora Cynthia Viteri y el empresario Guillermo Lasso. Finalmente, fueron Moreno (39,35%), continuador de la “Revolución Ciudadana”, y Lasso (28,11%), de la Alianza por el Cambio (Movimiento CREO-SUMA), quienes pasaron a la segunda vuelta a disputarse el próximo domingo 2 de abril.
Junto a la elección de presidente y vicepresidente, se realizó la renovación de los miembros de la Asamblea Nacional y de cinco representantes al Parlamento Andino. Según los números finales, el oficialismo sigue conservando la mayoría absoluta, pero baja considerablemente la cantidad de escaños en comparación a las elecciones de 2013 (de 100 a 74 de un total de 137). Además, se sumó al proceso electoral la consulta popular denominada “Pacto Ético", que planteaba la pregunta: “¿Está usted de acuerdo en que, para desempeñar una dignidad de elección popular o para ser servidor público se establezca como prohibición tener bienes o capitales, de cualquier naturaleza, en paraísos fiscales?”, siendo la opción oficialista “Sí” la que se impuso con un 54% de los votos.
Objetivamente un triple triunfo para la “Revolución Ciudadana”, pero las altas expectativas generadas por el gobierno de un triunfo en primera vuelta, la importante reducción de la mayoría parlamentaria y el transversal discurso “anti-correísta” en las distintas ramas de la oposición generan incertidumbre. Hoy la mayor parte de las encuestas otorgan una leve ventaja al candidato de Alianza PAIS, pero estas herramientas no han sido un predictor confiable en una serie de recientes eventos electorales en distintos lugares del mundo. Estamos a días de saber si Ecuador se sumará al caso argentino y brasileño como un ejemplo más de la tesis del “fin del ciclo progresista” en América Latina u otorgará vitalidad a la izquierda latinoamericana, en momentos en que la globalización neoliberal entra en crisis y muchos países del mundo –como Estados Unidos, Francia y hasta hace poco Holanda, comienzan a mirar hacia el populismo de derecha como una alternativa.
Dos proyectos políticos antagónicos se enfrentarán este próximo 2 de abril: la profundización de la “Revolución Ciudadana”, del “socialismo del siglo XXI”, de la integración latinoamericana y del activo rol del Estado en la economía promovida por Moreno, frente a la reacción neoliberal, el recorte de los impuestos a los más ricos y del gasto social, y el ingreso de Ecuador a la pro-estadounidense “Alianza del Pacífico” –además del fin del asilo político al fundador de Wikileaks Julian Assange– defendidos por el empresario Lasso. Un repaso a la trayectoria, los éxitos y desafíos de la “Revolución Ciudadana” se torna particularmente relevante para comprender el significado de estas elecciones.
La crisis, el neoliberalismo y la explosión social
Rafael Correa dio inicio a la “Revolución Ciudadana” en 2007, en un escenario de crisis. El desencanto y la desafección predominaban en la ciudadanía. La imposición de la agenda neoliberal avanzaba en medio de la inestabilidad política. Los sucesivos gobiernos otorgaban una indiscutible prioridad al pago de la deuda externa por sobre el gasto social. El apoyo estatal a la quiebra bancaria de 1999 había demostrado de qué lado se encontraban los políticos tradicionales. La “dolarización” de la economía –el reemplazo del sucre por el dólar estadounidense como moneda oficial en el 2000– impedía que el Estado ecuatoriano determinara su propia política monetaria. El desempleo y la pobreza aumentaban. Cientos de miles de ecuatorianos abandonaban el país.
Los movimientos sociales jugaron un rol preponderante en este período de crisis. Trabajadores, campesinos y estudiantes protestaron en las calles de Quito y Guayaquil contra la imposición del neoliberalismo, y contribuyeron a la caída de tres presidentes entre 1997 y 2003. Los movimientos indígena y ecologista, por su parte, ejercieron una influencia cultural capaz de generar nuevos conceptos políticos, como los derechos de la naturaleza, el sumak kawsay (“buen vivir”) como proyecto social y la construcción de una sociedad plurinacional.
No obstante, los movimientos sociales fueron incapaces de generar un proyecto viable para todo el país –como había sucedido en Bolivia, por ejemplo, a comienzos del siglo XXI. Su candidato en las elecciones de 2002, el coronel Lucio Gutiérrez, tras ser electo prosiguió la profundización de la agenda neoliberal, e incluso apoyó a George W. Bush en su “guerra preventiva” contra Irak. Tras la decepción, por ende, vino el estancamiento. Frente al estancamiento, se produjo el reflujo de la movilización social. Y contra ese reflujo, arrolladoramente, emergió la figura de Rafael Correa.
Los avances de la “Revolución Ciudadana”
Correa obtuvo tres victorias electorales –en 2006, 2009 y 2013– que lo colocaron y ratificaron en la presidencia de Ecuador. Algo extraordinario para un personaje desconocido en el mundo de la política, la izquierda y los movimientos sociales, cuya figuración pública derivaba de su breve paso por el Ministerio de Economía y de sus despiadadas críticas al FMI y el pago de la deuda externa. Extraordinario, además, porque su movimiento político, Alianza PAIS, surgió al alero de su campaña presidencial y sin presentar candidaturas parlamentarias en su primera elección.
El éxito de Correa se debió, en este sentido, a la capacidad de proyectar el descontento social y las demandas surgidas durante el ciclo de protesta dentro de un programa político de alcance nacional –o más bien plurinacional. Alianza PAIS fue capaz, así, de convocar a un amplio espectro de ecuatorianos en base a su ciudadanía. No en cuanto clase social. No como trabajadores, campesinos o indígenas, sino en cuanto ecuatorianos con derechos políticos, civiles y económicos que se habían visto avasallados tras la oleada neoliberal. Una ciudadanía no individualista o liberal, sino enriquecida por la hegemonía cultural alcanzada por el programa y los conceptos de los movimientos sociales. Una ciudadanía plurinacional, anti-neoliberal y, en más de algún sentido, revolucionaria.
Correa refundó el Estado ecuatoriano mediante una Asamblea Constituyente que tomó en cuenta este nuevo aparataje jurídico: la plurinacionalidad, el “buen vivir”, los derechos de la naturaleza, algo inédito dentro del constitucionalismo mundial. Negoció el pago de la deuda externa de forma que desconociese los créditos ilegítimos y garantizase una mayor proporción del PIB para el establecimiento de programas sociales. Puso fin a los proyectos de acordar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y a extender la concesión de la base norteamericana de Manta en territorio ecuatoriano, apostando por la integración latinoamericana como eje de su política exterior. La pobreza y la desigualdad, por otro lado, se han reducido de forma importante en los últimos diez años. El avance del neoliberalismo, en resumidas cuentas, ha sido frenado.
Frente al derrotismo de la izquierda latinoamericana hacia fines del siglo XX, esto de por sí ya es un avance extraordinario. Pero los éxitos de la “Revolución Ciudadana” van más allá de ciertas medidas concretas. Su ejemplo radica en encontrar una estrategia de salida viable, en medio del fuego incesante de la oposición y de la inestabilidad político-económica internacional, al neoliberalismo latinoamericano. Una estrategia capaz de ser exitosa política y electoralmente. De enriquecerse del legado de los movimientos sociales, otorgándole viabilidad política a sus planteamientos. De enfrentar la fuerza del capital privado –nacional e internacional– de forma pragmática y eficiente, pero sin olvidar qué es allí en donde reside el principal enemigo. Una estrategia, en resumidas cuentas, capaz de ganar y seguir ganando.
Es por esto que la figura de Rafael Correa en estas elecciones no es menor. En torno a él se observan dos posturas interpretativas acerca de la denominada “década ganada”. En primer lugar, quienes visualizan a Correa como un caudillo incapaz de forjar cambios en democracia, preservando simultáneamente la igualdad social y las libertades públicas. Una crítica que se hace más fuerte en el nivel económico, donde se le recrimina no haber aprovechado la bonanza petrolera que culminó en 2015, haciendo aumentar un gasto público imposible de cubrir, lo que afectaría la gestión del próximo gobierno.
Por otro lado, están quienes consideran el período de Correa como un “nuevo ciclo histórico”, capaz de superar el modelo empresarial y modernizar la economía, privilegiar el ámbito social más que el interés económico, y reinstitucionalizar el Estado sobre una base ciudadana. El historiador Juan Paz y Miño (2017), por ejemplo, comprende la “década ganada” mediante la unión de tres elementos: “el desarrollo y modernización de la economía; el progreso material del país (obras públicas) y los logros sociales en áreas como educación, salud, seguridad social, con redistribución de la riqueza y mayor equidad”. Y aunque uno de los puntos débiles ha sido el crecimiento económico, estos analistas creen que, a pesar de los diagnósticos y predicciones pesimistas, Ecuador posee los recursos necesarios para repuntar económicamente, reconfigurando en el futuro su matriz productiva y sin descuidar sus principales éxitos en el ámbito social.
Los desafíos de Lenin Moreno
Las elecciones del próximo domingo definirán si se continúa el legado de Rafael Correa o se produce un cambio con la oposición al mando. Hay que considerar que ahora la derecha unida podría sumar una cantidad de votos significativa (más del 40%, correspondiente a los votos de Lasso y Viteri en la primera vuelta), aunque las últimas acciones y declaraciones de este sector no han sido favorables ante la opinión pública, lo que también afectaría sus resultados.
En caso de un triunfo de Lenin Moreno, tal como predicen las encuestas, a este le corresponderá el desafío, en primer lugar, de traspasar el apoyo popular de Correa al proyecto colectivo representado por la “Revolución Ciudadana”. Esto implica la tarea de transitar desde un liderazgo fuerte y confrontacional a uno más suave y conciliador, con todas las dificultades que ello implica. El estilo de liderazgo nunca ha sido un rasgo menor en los procesos políticos latinoamericanos. Un aspecto positivo, en este sentido, es la posibilidad de dejar atrás ciertos aspectos criticables de Correa, como su “tecnocratismo” o su tendencia a tomar decisiones con escasa participación de los sectores corporativos involucrados, y su conservadurismo, manifiesto en su rechazo a la despenalización del aborto y la legalización del matrimonio igualitario.
Deberá, en segundo lugar, enfrentar los efectos de la crisis económica. Gran parte del éxito de Correa se debió a que sus gobiernos coincidieron con ciclos progresivos de los precios del petróleo, garantizando al Estado ingresos considerables que se sumaron a su mayor eficiencia tributaria. Un eventual gobierno de Moreno, sin embargo, verá un escenario caracterizado por la caída de los precios del petróleo, la alta apreciación del dólar (lo que encarece las exportaciones ecuatorianas), y los efectos aun presentes del terremoto de 2016 en las provincias de Manabí y Esmeraldas. La nueva etapa de la “Revolución Ciudadana”, en este sentido, no puede ser una repetición de la primera.
Un desafío de largo alcance, sin embargo, es reconectar al gobierno y los movimientos sociales. Éstos, sobre todo el indígena representado en la Confederación de Nacionalidades Indígenas (CONAIE) y en el Movimiento Pachakutik, se han mostrado constantemente críticos al gobierno de Correa. Aunque apoyaron su reelección en 2009, los actores políticos indígenas han tendido, en su mayoría, a buscar aliados fuera del mundo de la izquierda, en especial en el mundo militar: así sucedió en el año 2000, cuando apoyaron al coronel Lucio Gutiérrez, y ahora en 2017, cuando su candidato fue el ex alcalde de Quito y ex general del Ejército ecuatoriano Paco Moncayo. Sus principales diferencias con Alianza PAIS radican en la indecisión de Correa en considerarlos como un actor político colectivo, derivado en parte de las constantes pugnas y divisiones –sobre todo entre la sierra y la Amazonía– dentro del movimiento indígena, y en la crítica de los movimientos sociales al extractivismo.
Frente a esto, Moreno deberá recomponer los lazos con aquellos sectores críticos, sobre todo, de los proyectos de extensión de la explotación petrolera en la Amazonía. Correa fracasó en su iniciativa Yasuní-ITT, que buscaba que la comunidad global contribuyera con un 50% de los potenciales ingresos petroleros a cambio de que Ecuador renunciase a sacar el petróleo amazónico de la tierra. Los resultados de esta incapacidad de replantearse el modelo de desarrollo se han visto en las pasadas elecciones de primera vuelta: en casi todas las provincias amazónicas Moreno fue derrotado por Lasso. La “Revolución Ciudadana”, en este sentido, no debe retroceder en un intento de captar votos de “centro”, sino profundizar sus lazos con los sectores sociales aun críticos pero que, de uno u otro modo, se han visto beneficiados con el éxito político de Correa y el abandono progresivo del neoliberalismo. Un nuevo acuerdo entre Alianza PAIS y la izquierda es fundamental para lograr tanto el éxito electoral como la profundización del proceso. La historia reciente ha demostrado que gobiernos progresistas sin el apoyo de las mayorías sociales movilizadas, como ha sido al caso de Dilma Rousseff, son extremadamente débiles.
Aunque es probable un triunfo de Moreno el próximo domingo, no es claro aún si la “Revolución Ciudadana” será una estrategia de salida exitosa frente a la hegemonía neoliberal. Tampoco sabemos, si ese es el caso, qué vendrá después. ¿Un nuevo Estado de bienestar con políticas “neo-keynesianas”? ¿El avance hacia una sociedad post-capitalista? La única certeza es que, cualquiera sea la alternativa, requerirá de mayor participación ciudadana. No puede haber un “socialismo del siglo XXI”, o cualquier proyecto post-capitalista de ese tipo, con una población cínica, descreída y ausente de la vida democrática. Pero la década de Correa, la “década ganada”, ha logrado vencer gran parte de la desafección ciudadana, y ese es quizá, en tiempos como los actuales, su mayor triunfo.