Después de los incendios: ¿Más Estado, más privados o más comunes?
Con los incendios forestales de este verano, en Chile, individuos y grupos espontáneos han asumido la urgencia de la situación y han recolectado ayuda o se han desplazado a los propios lugares arrasados por las llamas. Se ha activado una “pasión solidaria” horizontal que ha imaginado y diseñado estrategias de plantación y/o restauración, generalmente con árboles “nativos”. A poco andar se han dado cuenta que la situación es muchísimo más compleja de lo que parecía y que el proceso implica plantar y cuidar, a partir de criterios de “sucesión ecológica”, lo que exige etapas y, por lo tanto, horizontes de largo plazo.
La magnitud de los incendios en Chile ha demostrado la incapacidad de la dupla público-privado para gestionar tanto la prevención como el tratamiento de los mismos. Este texto es una invitación, a partir del desastre, a reflexionar sobre las posibilidades de salir de la alternativa público-privado y avanzar hacia los territorios de lo común para enfrentar estas y otras catástrofe por venir en el contexto de los debates acerca del bosque nativo.
La industria de la explotación de recursos naturales contiene en sí misma el germen del desastre. Lo hemos vivido con las salmoneras, con la industria pesquera, con las empresas mineras y ahora con las plantaciones forestales. La industria forestal es una bomba de relojería, o más bien, una multiplicidad de bombas de combustible vegetal diseminadas en una extensión importante de la geografía nacional. Las plantaciones de pinos y eucaliptus, ya sea en terrenos de las propias empresas o en terrenos arrendados a pequeños y campesinos, configuran una masa arbórea distribuida, potencialmente incendiable en cuanto converjan algunas variables activadoras (intencionalidad, calor etc.).
La forestal es una industria de bajo valor agregado, medio ambientalmente dañina, socialmente arrogante y laboralmente mezquina. No obstante, está subsidiada, es altamente rentable y “curiosamente” está asentada principalmente en unas de las zonas más pobres del país. La industria forestal crea riqueza para unos pocos y reparte pobreza y riesgos humanos y medioambientales para las mayorías.
El Estado chileno Chile a través de diferentes composiciones gubernamentales ha funcionado activamente apoyando y financiando una industria avasalladora con los ecosistemas vegetales y animales y con las comunidades humanas que han tenido la desgracia de estar en su camino de ganancias ilimitadas. El Estado chileno no es un ente neutral entre la ciudadanía y el empresariado. Se trata de un Estado servil que, ya sea legislando, financiando o reprimiendo policialmente,sostiene a la industria forestal.
Después del desastre viene, desde las instituciones, la reforestación. El Ministro de Hacienda ya ha anunciado que se dejará a los privados plantar lo que los propietarios deseen. Y el supuestamente “inactivo” decreto 701 continúa actuando y simultáneamente es complementado por otros decretos que avalan y subsidian una reforestación nuevamente basada en plantaciones de pinos y eucaliptus.
Frente a las agresiones, pasivas o activas, del Estado y del empresariado, es el momento de reflexionar acerca de las posibilidades comunitarias de diseño, reparación y cuidado de los ecosistemas boscosos. Haremos, brevemente, tres propuestas para el debate: la primera se basa en la distinción, fundamental, entre bosque y plantación; la segunda se basa en la distinción entre plantar árboles y diseñar y poner en práctica acciones de restauración de sistemas ecológicos complejos y la tercera aborda precisamente los límites y posibilidades de iniciar acciones de restauración basadas en las energías comunitarias en el contexto de la promoción de lo común como principio general de reorganización social.
En primer lugar, una plantación no es un bosque: son realidades que responden a lógicas y a éticas distintas. Sin embargo, en todo el mundo la industria forestal ha hecho enormes esfuerzos comunicacionales para confundir ambos conceptos. Han financiado estudios y han creado lobbies para intentar demostrar que la masa arbórea de una plantación es equivalente en sus funciones, fines y efectos eco-sistémicos a las de los bosques naturales.
Pero un bosque es un sistema complejo, una estructura flexible, adaptativa y azarosa regida por la lógica de la biodiversidad y que existe por sí mismo. Eso significa la convergencia de diferentes especies, vegetales y animales, en permanente interacción sistémica compleja. Microorganismos, hierbas, plantas, arbustos, árboles, pájaros, roedores etc.con la participación de las lluvias, el calor, el frio y los vientos, entre otros factores, han colonizado un territorio de un modo que le asegura a cada uno el lugar que le corresponde. Cada especie requiere de aportes de luz, de agua, de nutrientes etc. Distintos y a velocidades y ritmos distintos. Hay diacronía en sus ciclos vitales; son diferentes aunque complementarios. La muerte de unos es condición de la vida de otros. La diversidad en sí misma, más allá de las características de cada especie individualmente considerada, es la que ofrece una biomasa más resistente a los incendios. El tiempo del bosque es el tiempo de la naturaleza.
Una plantación, por el contrario, es una estructura rígida dominada por la lógica de la uniformidad en una interacción sistémica simple que depende,en gran medida, de la energía humana y, por eso, en última instancia, de combustibles fósiles. Es un “recurso” económico, una forma productiva. Los árboles se plantan para ser cortados. Son muy demandantes de insecticidas y fungicidas porque son fácilmente atacables por insectos y hongos. Una plantación existe “para” la ganancia empresarial. Eso influye en su diseño, sembrado, mantenimiento y tala. Se ubican en hileras para facilitar la adición de agroquímicos y su corte mecanizado. Una plantación limita al máximo la variabilidad entre especies e individuos, vegetales y animales. No hay interacción entre diversidades y, por lo tanto, hay una reducción del azar. Es el reino de la redundancia. Hay sincronía en sus ciclos vitales. El tiempo de la plantación es el tiempo de la industria y el lucro.
En segundo lugar, de la distinción entre plantaciones y bosques se derivan otras dos distinciones: reforestar versus restaurar ecológicamente ecosistemas complejos y dañados por una parte y utilizar especies nativas versus no nativas por otra.
Realizar plantaciones con objetivos comerciales con especies nativas es algo que ya se hace. En Chile se han desarrollado plantaciones de Quillay y se ha experimentado, por ejemplo, con Lenga, entre otras especies. Pero la lógica es la misma que en las plantaciones de especies exóticas: uniformidad, alienación de los ejemplares, eliminación de plantas y arbustos a su alrededor, adición de agroquímicos etc. Lo nativo per se no cambia la situación si se mantiene la práctica de silvicultura comercial en sus objetivos e industrial en su métodos.
Distinto es plantar siguiendo el modelo de un bosque, es decir, de un sistema integrado, diseñado para reproducir lo que la naturaleza ha hecho siempre: expandirse través de la diversidad y la complejidad. En este esfuerzo de restauración se pueden incluso mantener, en la proporción adecuada, zonas con especies exóticas, que cumplan con los requisitas de ser un bosque, dentro de una textura nativa mayor. Es de suponer que nadie está pensando en erradicar de manera absoluta y radical todas las especies no nativas. Incluso aún más: es preferible un bosque de especies no nativas que una plantación industrial de especies nativas. La oposición fundamental es, entonces, plantaciones versus bosque más que nativo versus no nativo.
En tercer lugar, las acciones de reforestación deben abrirse formas comunitarias de restauración, cuidado y convivencia ecológica cotidiana con los bosques. Los incendios están abriendo una oportunidad inédita de autoaprendizaje colectivo y vinculación con la naturaleza al mismo tiempo que una toma de conciencia acerca de los errores y horrores del modelo forestal dominante. Han aparecido grupos de activistas con voluntad de modificar la situación vinculándose con los territorios y los afectados. Las asambleas y las redes socio-tecnológicas están conectando gente en todos los lugares haciendo circular conocimientos hasta ahora en manos de “expertos”.
Sin embargo, las iniciativas comunitarias, encuentra lo menos dos dificultades que limitan ese impulso solidario. En primer lugar, un porcentaje mayoritario de lo quemado son plantaciones de propiedad privada, en su inmensa mayoría de grandes extensiones. Esto evidencia inmediatos problemas de acceso físico a los lugares afectados. Basta una negativa de los propietarios y la labor queda frustrada. En segundo lugar, el mundo del activismo en Chile está poco acostumbrado a las prácticas de democracia cooperativa horizontal. Es importante que estos grupos descubran por sí mismos las formas colectivas de ponerse de acuerdo y de crear reglas de cooperación altruistas, centradas en el “hacer”. Los grupos de restauradores deberán conectarse entre sí, negociar sus intereses y construir comunes con los habitantes en los territorios donde desarrollen sus actividades.
Frente al abandono y servilismo estatal y el egoísmo privado es urgente oponer una “ética del bosque” frente a una “ética de la plantación” expresada en lugares de decisión que apunten al diseño, reparación y cuidado de pequeñas y grandes masas boscosas vinculadas a comunidades (pueblos, unidades agrícolas, municipios etc.). Se trata de construir espacios y ampliar los existentes que supongan relaciones de reciprocidad entre iguales, con compromiso cívico y modos democráticos y participativos de cuidado de los bosques dentro de un mismo ecosistema social y bio-climático. Concluiremos por tanto, apostando por una restauración ecológica basada en bosques, comunitaria, desde abajo, defensiva y propositiva a la vez, distinta y opuesta a una recuperación del negocio forestal.