Autodefensa feminista: La respuesta que crece ante la violencia machista
“Estaba aburrida de tener miedo de salir a la calle o caminar sola por la noche y no quería dejar de hacer esas cosas. No quería que el miedo a la violencia machista me encerrara en casa o me impidiera hacer mis cosas. Entonces busqué una herramienta para combatir eso”.
Oriana Miranda es periodista y feminista. En el último tiempo sintió que su cotidianidad quedaba condicionada por un temor que entorpecía el desarrollo normal y tranquilo de sus actividades diarias. Motivada por las ganas de sobreponerse a los miedos provocados por un contexto en el que la violencia física y verbal hacia las mujeres está naturalizada en los espacios públicos, como calles o recintos institucionales, y en el ámbito privado laboral o familiar, decidió buscar un instrumento para sentirse más segura y confiada ante cualquier posible agresión.
Fue así como empezó a tomar parte de un curso de defensa personal transfeminista, organizado por la Asociación Organizando Trans Diversidades (OTD).
La violencia machista golpea a las mujeres y cada vez son más las que buscan estrategias para defenderse ante posibles situaciones de riesgo. Según la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres, el año pasado 52 mujeres murieron a causa de una agresión perpetrada por un hombre.
Ante esta realidad y el eco de las continuas agresiones difundidas por los medios, instructores e instructoras de diferentes disciplinas de defensa personal aseguran que cada vez son más las mujeres que, como Oriana, apuestan por aprender a protegerse físicamente de una situación de violencia.
Esteban Ignacio Rodríguez fue el monitor del taller impartido en la sede de la OTD. Durante seis meses, cada martes reunió entre 6 y 16 participantes dispuestas a aprender bloqueos, puños y patadas. A pesar de que inicialmente la actividad estaba dirigida a personas trans en respuesta a los distintos abusos que el colectivo sufre por las actitudes transfóbicas, “a medida que pasaron las semanas el espacio se llenó de mujeres”.
[caption id="attachment_121423" align="alignnone" width="820"] Foto: OTD[/caption]
Coincide con él Leonardo Valenzuela, quien ejerce como instructor de artes marciales desde hace casi diez años. En su opinión, “la demanda femenina ya igualó a la masculina” y la disciplina también se está extendiendo entre las niñas. “Hay muchos papás que quieren que sus hijas aprendan a defenderse”, señala a El Desconcierto.
En el caso de Natacha Godoy, pedagoga en danza, cinturón negro de Kung Fu e instructora de este deporte, fueron precisamente un grupo de mujeres quienes la animaron a llevar a cabo un curso de defensa personal para público femenino. “Algunas participaban porque habían pasado por situaciones en que se habían sentido violentadas o también porque habían vivido violencia de género, por ejemplo, con su pareja. Otras, porque cuando se acercaban a las escuelas de artes marciales sentían que todo era muy masculinizado y eso les chocaba un poco”, explica Godoy.
Blindarse ante toda violencia
Para Oriana, la principal ventaja de las clases son los ejercicios sobre situaciones reales que enfrentan las mujeres en el día a día: “Me enseñaron a zafarme si andando por la calle un tipo me agarra de la mano o del brazo, cosa que me ha pasado”, indica.
Desde la mirada del facilitador, de lo que se trata es de enseñar a controlar –o ayudar a controlar– una situación de estrés provocada por un contexto de riesgo de agresión, “de forma que si la mujer siente que le van a hacer cualquier cosa, por último, pueda salir arrancando con confianza”, apunta Esteban Ignacio.
Por su parte, Natacha Godoy, desde una mirada más profunda, habla de poner límites físicos que a la vez sirvan para “poner límites energéticos”. “Cuando sientes violencia, de cualquier tipo, es porque permeas esta violencia, permites que entre en ti. Al poner límites, dejas entrar lo que quieres que entre, pero no situaciones violentas”, agrega. Tanto para ella como para Valenzuela, se trata de un empoderamiento: “El aprendizaje es rápido y efectivo y el saber que te puedes proteger empodera a cualquier persona”, dice el instructor.
La cinturón negro que aprendió a autodefenderse desde niña de la mano de su papá, que también es maestro de Kung Fu, explica que “las mujeres, en la clase, redescubren una energía, un grado de violencia que les ha sido coartada desde siempre, que todos los seres vivos tenemos y que aparece cuando lo necesitamos”. El creer en una misma, según ella, se da cuando “se reconoce esta energía y a partir de ese momento puede utilizarse”.
¿Agresión o defensa?
Como en muchas de las decisiones del activismo feminista, iniciar un proceso de aprendizaje para la autodefensa de la violencia física implica, en muchos casos, entrar en una contradicción, sobre todo cuando la decisión no pasa por la mera voluntad de practicar un deporte.
“Al principio tenía un poco el prejuicio de pensar que quizás ahora, con esto, las violentas vamos a ser nosotras; pero en la práctica me di cuenta de que no nos enseñan a ser violentas, sino a sobrevivir”, afirma convencida Oriana.
Tanto la joven como los facilitadores coinciden en que el objetivo no es agredir, sino reaccionar con una defensa efectiva: “El profe siempre decía que lo primero que hay que hacer es pedir ayuda, lo segundo intentar correr y después atacar o defender para escapar”, precisa ella.
Para su monitor, “lo que uno está haciendo es entregar un poquito de dignidad para que la chica pueda decidir al momento de la agresión, si va a defenderse, quiere tomar una ofensiva o saldrá corriendo”. Y añade: “El punto es que la mujer no se quede quieta e inmóvil ante la agresión”.
Sin embargo, Esteban Ignacio considera que la mentalidad machista que impera en la mayoría de la sociedad provoca que “lo que hagan las mujeres ante una situación de agresión siempre levante críticas”, excepto si no hace nada. “Eso se debe a que históricamente se nos ha vetado cualquier opción de defendernos, ya sea verbal o físicamente”, opina su colega Natacha.
Una decisión política
Más allá de las técnicas de autodefensa, quienes imparten las distintas variantes de artes marciales defienden que además de ser prácticas muy saludables, estas disciplinas ayudan a conocer al propio cuerpo y mente y a tener más disciplina. Si, además, eso se da con un enfoque de género, planteando abiertamente los ataques de todo tipo sentidos por las mismas alumnas, la concientización “alcanza un proceso hasta político”, en palabras de Godoy.
Fue el caso de Paty Mausa, quien decidió alistarse en los talleres de la OTD porque considera que “el Estado no protege ni al colectivo trans, en particular, ni a la diversidad sexual, en general”. Su interés por aprender defensa personal se remonta a su adolescencia, cuando –confiesa– sufrió varios episodios de bulling. Ya entonces quiso buscar una fórmula para manejar la situación porque “sabía que lo que se venía era complejo”. Pero tuvo que esperar hasta los 40 años para poder concretar su plan.
Para ella, el aprendizaje de técnicas de defensa personal es una herramienta “necesaria sobre todo para la población más vulnerable”. Y asegura que tendría que haber más chicas que aprovecharan instancias como las que ofreció la Asociación ODT.
El Kung Fu, el Ninjutsu u otras variantes de las artes marciales pueden convertirse en una herramienta para combatir la violencia machista desde el momento en que los maestros de estas disciplinas dan espacio para que las mujeres –y otros colectivos discriminados por razones de género– tomen consciencia del escenario adverso que enfrentan y sepan reaccionar en caso de presentarse una situación de abuso o violencia física.
Para el monitor de la ODT la conclusión es clara: “Hay que reivindicar el derecho a la autodefensa, y más en contextos de desigualdad”. En este sentido, Natacha Godoy suma que “más que un derecho, se trata de sentirse capaz de autodefenderse y no verse como una posible presa en esta selva de violencia patriarcal”.